CAPÍTULO 3

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Rachel. 

La Cena.

Maldigo para mis adentros cuando la lluvia se intensifica, tengo la piel erizada y caigo en cuenta que no debí ponerme un vestido tan corto, sino fuera por la calefacción estaría muerta del frío.

La mayoría de los encopetados y millonarios de Londres cenan aquí, más que un restaurante es un concurso sobre quién trae el auto más lujoso y paga la comida más cara. No envidio este tipo de lugares, si por mí fuera comería hot dog en el carrito del parque.

La figura de Sabrina se asoma en el vestíbulo. Estirada como siempre, lleva puesto un vestido ceñido color marfil entallado hasta las rodillas, en su hombro cuelga un fino bolso Prada el cual combina con su vestido y sus zapatos.

Nos busca con la mirada mientras el mayordomo le recibe el abrigo y el bolso. Cuando nos ve se dirige hacia la mesa con un estilo elegante y grácil, muy propio de ella.

A pesar de ser hermana de Bratt no se parecen en nada, mientras su hermano tiene el cabello castaño, ella lo tiene rubio barbie. Es una mujer menuda cuyos rasgos le dan un aura inofensiva. 

Bratt es alto, acuerpado y fornido. Ella es pequeña, carece de curvas y es el tipo de cuerpo que luce bien en cualquier tipo de bikini.

Saluda a Bratt con un beso y roza nuestras mejillas fingiendo que le agrado. No aparto los ojos de la puerta, quiero conocer al desalmado que se atrevió a casarse con ella.

—Disculpen la tardanza, la ciudad es un caos debido a la lluvia, me fue casi imposible conseguir un taxi.

Estiro el cuello y sigo sin ver a nadie.

—¿Y Christopher? —pregunta Bratt.

—Viene en camino, estaba en la central. Seguramente se demoró porque hay un embotellamiento en la entrada de la ciudad —me mira con superioridad.

Estoy tan acostumbrada a que lo haga que ya no me molesta, de hecho, me gusta amargarle el rato.

El camarero la ubica al lado de su hermano, mejor, así me evito soportar sus miradas por el rabillo del ojo.

Charlan sobre los detalles de remodelación de su nuevo apartamento, de su matrimonio y de la inmensa fortuna de su marido.

—Me enteré que tus papás compraron una propiedad en Nueva York —me habla por primera vez en la noche.

—Sí —contesto sin darle importancia.

Bratt me mira para que hable del tema. Pobre, siempre ha querido que seamos las súper cuñadas.

—Será un lugar para los desamparados, niños huérfanos y ancianos sin hogar.

—Qué buen gesto de su parte —se aparta el cabello rubio de los hombros— Pero lo veo como un desperdicio de dinero, de eso debe ocuparse el gobierno.

—No es molestia para él.

—Sí, pero no debería desperdiciar el dinero de esa manera. Su fortuna no es tan grande que digamos.

«Había tardado en lanzar veneno».

—Lo único que debe importarle es tener lo suficiente para vivir —me encojo de hombros— El resto es ganancia.

Por un momento siento ganas de restregarle en la cara que mi papá hizo un importante negocio que duplicó su fortuna. No obstante, no vale la pena jugar a quien tiene la casa más grande.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora