CAPÍTULO 84

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Tortura. 

Rachel.

27 de octubre de 2017 - Positano, Italia.

Lulú me obliga abrir los ojos, es una de esas mañanas donde despierta feliz contagiando a todos con su alegría. 

—¡Rachel se enfriará el desayuno! —grita mamá.

Entiendo el porque de tanta algarabía, el que mis padres estén aquí siempre es un motivo para celebrar. Corro a la ducha con un afán innato por verme bien. 

El comedor está lleno. Emma unta una tostada con mantequilla, Sam se toma fotos con el móvil mientras mamá sirve el desayuno, abrazo a papá que esta concentrado en  su periódico.  

—Toma asiento cariño —sonríe mamá.

Obedezco ubicándome entre medio de los dos. Los adoro tanto, mamá me da la mano y apoyo mis labios en el dorso dejando que me acaricie el cabello. 

La escena se ve hermosa en el espejo del comedor. Vuelvo a detallarlos y noto que todos están llorando. 

—¿Qué pasa? —pregunto confundida.

Mamá me abraza sin poder contener el llanto. 

—Quiero encontrarte hija.

—¿Encontrarme?

—Mi niña —susurra papá— Sé fuerte, no soportaría perderte.

—¿Perderme? pero si estoy aquí.

Niega con la cabeza, son pocas las veces que lo he visto llorar y ahora lo hace desconsoladamente.

—¡Papá estoy aquí, no vas a perderme!

Ambos me abrazan, miro mi reflejo en el espejo. Doy asco, estoy llena de sangre, tengo la cara golpeada. Sigo drogada, torturada y dando asco... 

El chorro de agua helada me devuelve a la realidad, con el impacto me tira al suelo con todo y silla. 

Isabel está frente a mí sosteniendo la manguera.

—Buenos días —se burla. 

Parpadeo, el golpe me dejó desorientada. 

—¿Lista para el interrogatorio?

Sacudo la cabeza. 

—Púdrete. 

—Que poca colaboradora eres —vuelve a clavarme el chorro— ¿Tanto lo quieres? Si yo fuera tu acabaría con el martirio. 

Vomito agua cuando para. 

—Puedo hacer esto las veces que quiera.

Me clava el chorro una y otra vez hasta dejarme inconsciente, para cuando despierto estoy de nuevo en la zanja encadenada en el foso subterráneo. 

Siento que no puedo más. No como, el HACOC tiene mi torrente sanguíneo y es lo único que me mantiene viva. Las pesadillas no paran, los recuerdos, la nostalgia. 

Aprisiono las rodillas contra mi pecho, soy una drogadicta sin escapatoria, sin rumbo. Las sesiones son cada vez más fuertes. Me ahogan, me golpean, someten a mi cerebro con alucinógenos. A cada nada veo más cerca la muerte. 

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Nuevo día, nueva tortura. Me amarran a una silla de madera dándole inicio a la pesadilla.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora