CAPÍTULO 86

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Contra cara. 

29 de octubre de 2017.

02:00 Pm.

Rachel.

Bertha me obliga a ponerme de pie, las piernas me fallan ya que me cuesta sostener mi propio peso, el dolor es demasiado y aunque me hayan cosido la herida sigue ardiendo cada vez que respiro.

—Deja de flaquear —exige Bertha guiándome al tocador. 

Miro mi reflejo, estoy pálida, ojerosa y con los labios partidos.

—Hora del cambio —oigo en alguna parte. 

Tres mujeres me rodean y en una hora doy un giro de ciento ochenta grados. El cabello me cae suelto con bucles a lo largo de mi espalda mientras que la base, las sombras y el labial esconden mi deplorable estado. 

—Mírate —comenta Bertha— Pareces una muñequita.

—No me siento bien —hace demasiado calor y se me dificulta respirar.

Me pone la mano en la frente.

—¡Por Dios estas ardiendo en fiebre! —va al botiquín por dos píldoras. 

Recibo el vaso con agua que me dan con manos temblorosas, la ansiedad por la abstinencia me está acabando. 

—Sonríe aunque sea un poco —me regaña— Finge que te alegra tu boda, ¿Quieres que te anime?

Me muestra una jeringa con droga, mi cuerpo grita sí, pero mi subconsciente exclama un rotundo ¡No!

Niego.

—¡Hola novia! —Isabel entra con una copa de champagne.

Retrocedo dándome con el borde de la cama, no puedo mirarla sin que me invada el pánico. Cada vez que aparece lo único que veo es el cadáver de Fiorella. 

—Es de mala suerte ver a la novia antes de la ceremonia —comenta Bertha dando un paso atrás.

—No creo en agüeros —Antoni se abre paso entre el personal.

Trae una caja dorada y abre la tapa desfundando un vestido de novia.

—Para ti mi bella dama —me lo ofrece— Póntelo quiero vértelo.

Isabel me repara, si me quito el albornoz me verán la herida.

—Ayuden a la nueva señora —le ordena al personal.

Antoni toma asiento en el sofá de terciopelo mientras las mujeres me rodean metiéndome en el encaje blanco. 

La tela se me pega al cuerpo resaltándome las caderas y el busto. La cola es larga, un montón de perlas la decoran. 

—Bella —las mujeres le abren paso.

Me acaricia los hombros, no soy capaz de mantener la cara en alto. El dolor es demasiado al igual que la nauseas cargadas de desespero. 

—¿Te gusta? —me da un beso en la frente.

Asiento, no tengo cabida para el no.

—No llores —me toma de las manos— Nos casaremos, debes estar feliz.

Hiperventilo, creo que entraré en pánico.

—No me siento bien —sollozo— Yo... Soy un desastre... 

—Eso se puede solucionar, solo bastará con una pequeña dosis...

—No... No quiero.

—Si quieres, amor—me aparta el cabello de los hombros— En el fondo la estás deseando.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora