CAPÍTULO 24

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Juego de palabras. 

Christopher.

El citófono me perfora el tímpano del oído cada vez que suena, me echo la almohada sobre la cara en un vil intento de evitar el ruido.  

¿Dónde diablos está Miranda? El sonido se apaga y vuelve a retumbar con más fuerza.

«¡Maldita sea!» Me levanto vistiéndome en el camino. 

El vestíbulo está iluminado con la leve luz del acuario, no hay señales de Minerva ni de Marie. Pero bueno, qué se puede esperar si es de madrugada, por lo tanto, no entiendo quien carajos puede estar molestando a esta hora.

Zeus levanta la cabeza cuando me ve en el centro de la sala, me echa una mirada rápida y vuelve a meter el hocico entre las patas. 

El sonido no cesa. 

—¡¿Qué pasa?! —contesto molesto. 

—Señor Morgan —saludan al otro lado de la linea— Lamento molestarlo a esta hora.

—¡No sé si tu reloj se averió, pero son casi las cuatro de la mañana. Es una hora pésima para llamar!

—Lo sé señor, lo que pasa es que hay una señorita ebria en la recepción preguntando por usted. No está muy segura que viva en este edificio...

—¿Señorita ebria?

—Sí señor, su identificación dice Rachel James.

El sueño se desvanece «¿Qué tipo de demencia tiene esta mujer?» El portero trata de explicar como llegó, debido a ello, mi ira va subiendo a límites excesivos.

—¿Le digo a seguridad que se encargue? —culmina. 

—¡No! —tiro la bocina. 

Entro al ascensor, marcó mi código y en menos de tres minutos estoy en la recepción.

 El portero sale de atrás del mostrador cuando me ve. 

—Intenté convencerla para que se marchara, pero no quiso —señala el sofá de la sala de espera.

Está acostada en el diván con la cabeza metida entre los cojines. Parece de todo menos una mujer decente, con el vestido mal arreglado, el cabello sobre la cara y la pose boca abajo poco femenina.

—¿Cuánto lleva aquí?

—Casi una hora.

—¿Y hasta ahora me llama?

—Tengo prohibido divulgar información de los residentes, no sabía si llamarlo o no.

Me inclino sobre ella, ronca con cada una de las exhalaciones de su profundo sueño.

—Rachel —intento despertarla— Rachel, despierta.

—Bebió demasiado, casi se desmaya frente al mostrador.

Le aparto el cabello de la cara antes de sacudirla.

—¡Rachel, despierta! —no tengo paciencia con este tipo de situaciones. 

Abre los ojos confundida, mira para todos lados pasando la mirada del portero hacia mí. Le pongo mi peor cara y su única reacción es empujarme. 

—¡No me toques gilipolla de mierda! —me ladra intentando ponerse de pie— Lo que me hiciste hoy no tiene perdón.

Me levanto suprimiendo las ganas de soltar alguna grosería.

—Vienes a mi casa a las cuatro de la mañana a ¿insultarme?

—No me iba a quedar callada esta vez —se tambalea— Te pasaste, me heriste el orgullo excitándome y echándome de tu oficina.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora