CAPÍTULO 32

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Verdades amargas. 

El restaurante de Darío está en el epicentro de la ciudad y es famoso por la deslumbrante vista que tiene del río Támesis. La zona es tranquila, se puede caminar por las calles empedradas escuchando el dulce sonido del agua fluyendo bajo los canales. 

Muestra el verdadero lado romántico de Londres, es bueno cuando se quiere ser discreto ya que el establecimiento no es muy llamativo a la vista y normalmente maneja los mismos clientes de siempre. 

Anteriormente era una casa y el propietario no le quito dicho aire, conservó el balcón repleto flores que cuelgan desde la segunda planta hasta la puerta principal.

Siempre vengo con Luisa en nuestro cumpleaños y fechas especiales. Las veces que intente invitar a Bratt se negó alegando que no le gusta la pasta ni la pizza.

Darío me saluda desde el mostrador cuando me ve, me acerco saludándolo con dos besos en la mejilla, pregunta por Luisa y me da la mesa que tiene mejor vista. 

El violen llena el ambiente con melodías suaves. La camarera llega con la carta. 

—No ordenare nada todavía —le digo— Estoy esperando alguien.

—¿Vino? —pregunta. 

—Sí, tinto y dos copas por favor.

—Vale —se marcha. 

El aire francés esta adornado con mesas pequeñas de manteles rojos que sostienen candelabros de velas blancas. 

La chica trae el vino y vuelve a marcharse. Son las ocho y empiezo a cuestionarme el haber llegado tan temprano.

Me entretengo mirando los turistas que pasean en canoas. El lugar se llena y la campanilla de la puerta resuena cada que alguien abre la puerta. 

Tomo una copa, el tiempo pasa y mi cita no da señales por ningún lado. Texteo con Luisa quien envió fotos con Simón en Santorini especificando los lugares donde se llevará a cabo el matrimonio.

La campanilla suena y automáticamente levanto la cara, entra un hombre alto con gabán y por un par de segundos aparece un rayo de esperanza, pero dicho rayo desaparece cuando una chica se le cuelga del brazo y él se inclina para besarla.

El reloj marca las diez y cuarto, se derritieron las velas y me acabe media botella sola. La camarera se acerca a llenarme la copa. 

—Déjalo así —la detengo— Parece que me han dejado plantada.

Me mira desilusionada.  

—Acabo de salir la última pizza de la noche ¿Desea probarla?

Sacudo la cabeza, el vino y la decepción llenaron mi estomago por hoy. Cancelo la botella, recojo mi abrigo echando andar a mi casa. 

Camino por las calles empedradas asimilando que aparte de dejarme plantada volví a perder la dignidad frente a él

Yo, la Rachel que presumía no ser el tipo de mujer que se humilla ante un hombre, la que odia a los arrogantes y egocéntricos. Esa misma Rachel está caminando sola por las calles de Londres con una mezcla de emociones que no quiero entender.

Tomo un taxi a casa. Lulú tiene las luces de su tele encendida y procuro no hacer ruido para que no salga y empiece con charlas que terminan a la media noche. 

Me arroja a la cama con ropa y zapatos, el pecho me arde, en especial el corazón. Duele saber que mi malestar no es solo porque me dejo plantada, ni porque me rechazo, porque eso ya lo ha hecho infinidad de veces. Lo que me jode es que lo que para él es solo sexo, para mí se convirtió en algo más.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora