CAPÍTULO 26

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Bratt.

Mejor amigo.

Suelto el teléfono después de mi décimo intento por contactar a mi novia. Sea lo que sea que esté haciendo espero que sea lo suficientemente importante como para que no me conteste.

Es el peor operativo que me han asignado, he estado exiliado en una cueva a las afueras de Múnich con un grupo de psicópatas con ideas suicidas en condiciones degradantes.

Los Halcones son ese tipo de grupo marginal proveniente de una baja categoría acostumbrados a comer basura y, a pesar de haber adquirido poder, no dejan sus denigrantes costumbres.

Mis soldados se mantienen firmes en la lucha, por mi parte, he considerado varias veces una retirada. No los tengo en condiciones óptimas, para colmo, debo hacerme el idiota cada vez que torturan a alguien. Algo difícil cuando trabajas en pro de los derechos humanos.

Mi única motivación es Rachel y el hecho de saber que cada día que pasa es un día menos para verla. La echo de menos, he tenido que conformarme con verla solamente en la foto que llevo en mi billetera.

Vuelvo a pegarme al teléfono, repica una vez y salta el buzón de voz. Cambio de estrategia, marco el número de Luisa, también está apagado y en el teléfono local no contesta nadie.

La ira me arde en las venas, me preocupa que le haya pasado algo. Sabe que detesto que no me conteste... Trato de calmarme y marco el número de Brenda. 

Repica varias veces y nada, insisto y...

—Hola —contesta adormilada. 

—Hola Brenda.

—¿Quién eres y por qué te atreves a llamar tan temprano?

—Soy Bratt —me paseo por el pequeño espacio de la habitación— Y no es temprano, es más de medio día.

—Pero en Alemania —replica.

—Solo hay una hora de diferencia —le aclaro— ¿Sabes algo de Rachel? La estoy llamando y no me contesta.

—Debe estar dormida pasando su resaca.

Me hierve la sangre «Ya lo suponía» Aprieto el móvil conteniendo el cólera. 

—¿Resaca?

—Si —bosteza— Salimos a bailar. 

Cuelgo e inmediatamente marco su número. Me va oír, no tiene porqué desobedecerme e irse a bailar sin antes comentármelo, seguramente también fue Scott, o bailó con algún depredador de esos que siempre rondan en los bares y en las discotecas.

El teléfono me envía nuevamente al buzón de mensajes. La pantalla se me ilumina en la mano, es Sabrina.

—Hola —trato de calmarme. 

—¿Me estuviste llamando? —solloza al otro lado de la línea.

Desde que se casó con Christopher cada conversación empieza o termina en llanto.

— ¿Qué sucedió ahora?

—Christopher me envió otra demanda de divorcio.

«La quinta ¿De adónde saca abogados tan persistentes?»

—Sabrina —suspiro cansado de tener tantas veces la misma charla— Relájate, ya se cansará. Se resignará a que no puede dejarte.

—¡Esta vez, no! —grita— Está decidido y tiene una amante.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora