Parte 4

4.5K 276 24
                                    

Aquel día Lauren había amanecido de buen humor. Se había despertado al sentir la barba de su papá rozar su frente al momento en que él le daba el beso de buenos días antes de irse a trabajar. Su padre la había besado y le había dicho una vez más, cuanto la amaba.

Luego de eso Lauren intentó dormir nuevamente, pero no pudo. Pensó que tal vez ya había dormido lo suficiente, pues no recordaba haberse despedido de Normani el día anterior, ni tampoco recordaba en qué punto se quedó la conversación que estaban manteniendo ellas y sus hermanos. Sin embargo, en su mesa de noche, al lado de su lámpara, encontró un disco de una de sus bandas favoritas, con una nota que decía: "Para la chica más valiente, honesta y bella que he conocido. Disfruta de la música y canta el disco entero a todo pulmón, pero sobre todo, la canción que lleva por título tres de tus más hermosas cualidades. Te quiere, Mani".

Y así, Lauren se puso de pie con algo de esfuerzo, prendió su portátil y empezó a cantar precisamente aquella canción que le había dicho Mani, y que era una especie de himno para ambas: "You can dance like Beyonce/ You can Shake like Shakira/ Cause you're brave yeah, you're fearless and you're beautiful, beautiful".

Y al escucharla cantar, el corazón de Clara no hizo otra cosa que sobresaltarse de la emoción. Sabía que si había una cosa que Lauren amara, era la música y qué mejor que escucharla cantar como no había hecho hacía mucho tiempo. A esa hora sólo estaban en casa ella y Lauren. Mike se había ido a trabajar y de paso había llevado a Chris y a Taylor a la escuela.

Clara se apuró en llevar a Lauren el desayuno, qué consistía en yogurt natural, un sándwich de pavo, lechuga y tomate y tres tipos de frutas nuevas, a las que esperaba que Lauren fuera tolerante. Tal y como les había advertido el doctor, uno de los efectos colaterales que había desarrollado Lauren era el haber sufrido alteraciones en el gusto y esporádicamente, en el olfato, por lo que las que antes eran sus comidas favoritas, ya no lo eran más. Incluso en algunas ocasiones prefería comer con cubiertos de plástico, porque el metal de los cubiertos intensificaba el repentino sabor metálico que hallaba en algunos alimentos.

- Cómo ha amanecido la princesa más hermosa de todas?- Preguntó Clara sosteniendo la bandeja con el desayuno para Lauren.

- Buenos días, mamá.- le sonrió Lauren a Clara, mirándola con esos ojos verdes que la habían cautivado desde la primera vez que la tuvo entre sus brazos.

- Bebé, te traje el desayuno. Estoy probando con estas tres nuevas frutas que no solías comer antes del tratamiento, para ver si estas te apetecen. También te he traído un sándwich y yogurt natural. Si te sientes mal mientras las estás comiendo, entonces paras- dijo Clara, mirando la bandeja, con la ilusión de que esta vez, Lauren no devolviera toda la comida como pasó la primera vez.

- Está bien, mamá. Gracias. No era necesario- dijo Lauren, mirando con resignación la bandeja, pues honestamente no le apetecía nada. Sin embargo, le pareció una total descortesía de su parte el hecho de no llegar a tocar siquiera un cubo de la fruta que Clara había picado con tanta dedicación.

Tomó el tenedor de plástico y lo dirigió a la fuente que contenía los cubos de sandía, y extrañamente, le supo bien. Lo mismo con la papaya y los arándanos. Esas tres frutas dulces, le generaron apetito de alimentos salados, por lo que también atacó el sándwich de pavo, al que sólo dio dos mordiscos, pero eso para Clara era más de lo que ella había esperado.

-Está muy bueno, mamá. Gracias.- dijo Lauren limpiándose los labios con la servilleta y dejándola a un lado de la bandeja.

Y mientras Clara le contaba a Lauren lo que había ocurrido después de que se quedó dormida, en otro lado del globo terráqueo, Camila se preparaba para lo que sería el viaje que le cambiaría la vida, según pensaba, sin saber que no estaba muy lejos de lo que iba a ocurrir.

Ese día era para ella el día anterior al viaje. Sus padres le harían una cena de despedida con sus amigos, a los que extrañaría, pero sabía que en su viaje haría muchos más.

Era así como se encontraban en el jardín de la mansión Cabello, Taylor, Austin, Shawn, Ariana, Kyle y Shay Mitchel, entre los que lograba reconocer. Los demás era amigos a los que sus amigos habían llevado, a pesar de que les había dicho que era algo íntimo y familiar.

- Y bien Camila, tienes alguna expectativa en especial del viaje- Preguntó Shawn, mientras se llevaba el vaso con whisky a los labios.

- Pues... verán. Toda mi vida ha sido esto que ven, y también esta que ven es una Camila vacía y hambrienta de nuevas experiencias, que sé que ese viaje me va a dar. Es como en Buscando a Alaska, siento que al igual que Miles, voy a buscar mi "gran quizás", y no sé por qué, pero siento que en ese viaje lo voy a encontrar.- dijo Camila relajada, medio deslizándose en el sillón en el que se encontraba.

- Y yo no puedo ser ese "gran quizás" del que tanto hablas?- Preguntó de pronto Austin, sonriendo de medio lado y acomodándose el cabello.

- Y no crees que si yo hubiera considerado que tú fueras ese "gran quizás" no habría abandonado la idea del viaje y en vez de eso, me hubiera quedado contigo- Dijo Camila, sin el más mínimo esfuerzo de ocultar la arrogancia y soberbia de su voz.

Y es que a pesar de que la cantidad de veces en que había rechazado a Austin, era directamente proporcional a las que insistía, él no dejaba de intentar tener algo con ella. Nunca le quedó claro al pobre que sólo se acostó con él porque necesitaba liberar de algún modo la tensión que los exámenes parciales le habían generado.

De hecho, Camila no tenía reparo alguno en compartir su sexualidad con nadie. Incluso si se lo preguntaban, consideraba el sexo como una de las mejores terapias relajantes, aunque muchas veces el desempeño de Austin, en vez de aliviarla, la había dejado frustrada.

Así, para Camila un orgasmo era un orgasmo, sin importar si se lo daba Austin, Shawn, Ariana o ella misma. Desde que había tenido su primera vez a los dieciséis años, no había parado de experimentar el placer carnal en cualquiera de sus formas. Sin embargo, a pesar de todas las personas con las que había estado, y de los cuerpos que había explorado, con ninguno de ellos había sentido esa conexión casi astral que describían las mejores historias de amor que había leído.

Y esa noche, después de que sus invitados - y los invitados de sus invitados se fueran -, Camila se acostó en su cama, sin correr el black out de su habitación, preguntándole a la luna que se dejaba ver, si es que acaso esa conexión de la que tanto hablaban sus autores favoritos existía, o si no era más que un artilugio literario para ser un récord en ventas.

La luna no le respondió. Sin embargo, eso no era necesario, porque muy pronto llegaría la respuesta que pondría fin a casi todas sus interrogantes.

Que me alcance la vida | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora