Capítulo 11

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 Pasaron por un colegio de primaria donde los niños que se quedaban a comer en el comedor escolar los señalaron con el dedo cuando pasaron. Verónica sabía que era por las malas pintas que tenía Rubén, que volvía a apoyarse en ella sin acabar de dejar todo su peso en la chica por miedo a hacerle daño. Tras unos diez minutos andando a paso lento e ignorando extrañas miradas de transeúntes llegaron a la casa. Las paredes eran blancas y la única ventana de la parte principal dejaba ver un salón decorado rústicamente con muchísima elegancia. Los padres de Rubén eran modestos...modestamente elegantes. Todo lo que hacían o tenían eran cosas tan refinadas y correctas como sus serios carácteres.

Un dedo regordete apretó un botón. Un timbre sonó dentro de una enorme casa con el clásico sonido del din don.

Su madre, una señora de cabellera pelirroja abrió la puerta con ademán de superioridad, y al ver a su hijo en ese estado simplemente le pegó una cachetada. Verónica se quedó tan anonadada que fue incapaz de articular palabra. Sabía que la señora Rodríguez tenía muchísimo carácter, pero no imaginaba que tuviese tanto. Miró incomoda a Rubén, que se había quedado a cuadros y abochornado.

-¿Qué demonios has hecho? -preguntó la mujer con una voz de pito. Ni tan siquiera saludó a Verónica, tan sólo miraba a Rubén como si quisiese matarlo.- ¿Quién te ha visto?

La madre de Rubén no podía soportar la imagen que su hijo habría creado de su perfecta familia, rompiendo su papel de hijo perfecto en mil pedazos. Por su parte, Verónica sabía de sobras que los padres del chico eran las personas más egocéntricas del mundo, pero jamás se podría haber imaginado que fuesen tan duros con Rubén. El chico tan sólo miraba al suelo. Verónica lo observó durante una fracción de segundo y tomó aliento alejándose un paso de la puerta, pensando que con el carácter de la señora Rodríguez si no tenía cuidado también podría resultar herida en el transcurso de la conversación.

-Señora...-empezó con todo el respeto que pudo.

-Cállate. A ti no te he preguntado. ¿Tus padres no te han enseñado a no hablar sin permiso?

Verónica abrió la boca de par en par.

-No le hables así.-la defendió Rubén.

Su madre lo miró con los ojos abiertos como platos, para nada acostumbrada a que el chico le dijese nada semejante. Por lo que Verónica tenía entendido la señora Rodríguez era tan controladora que no dejaba que nadie le dijese ni una palabra contradictoria a su voluntad sin estallar.

-Créeme que si no se hubiesen encargado de darte una paliza merecida antes te ibas a enterar.-dijo arrastrando las palabras con una voz tan seca que un escalofrío recorrió la espina dorsal de la joven. -¿Quién te ha visto niñato del demonio?

La mujer se acercó a él con ademán amenazador y Verónica no pudo reprimir un comentario.

-Nadie. Estábamos solos. Él me defendió.

La madre de Rubén la observó sorprendida. De buenas a primeras su enfado pareció disminuir.

-¿Qué este bribón hizo qué?

Rubén la miraba horrorizado, pero Verónica ignoró aquella mirada que le pedía que se callase.

-Me defendió. Si no fuese por él dos de mis amigas y yo estaríamos ahora mismo muchísimo peor de lo que lo está el.

La mujer lo miró con interés y con desconfianza, elevando el mentón.

-¿Es eso cierto?

El chico tan sólo asintió. Por un momento Verónica pensó cómo era posible temer tanto a una madre y se sintió agradecida por el hecho de que su madre no fuese tan estrictamente correcta. Mientras Rubén le explicaba a su madre todo lo que había ocurrido, Verónica se percató que aquel vacío seguía en su interior. Ese odioso frío. Se abrazó a sí misma totalmente ajena a la conversación y al enojo de la señora Rodríguez.

Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora