Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)

Capítulo 50

 Seguían en su cama, en su habitación, y poco a poco todo había vuelto a la calma. El plato de lentejas aún estaba en la mesita de noche en color blanco. Los muebles blanquecinos y el suelo en marrón parecían no haber sido conscientes del momento tan íntimo que se había vivido en aquella habitación. Se habían echado de menos. Se habían echado increíblemente en falta. Se habían pensado y se habían tenido presentes en muchas ocasiones y para ambos había sido una tortura estar separados, aunque fuese necesario. David contemplaba a Verónica como si fuese una obra de arte. Se fijaba hasta como el aire que entraba por el ventanal del balcón movía su flequillo. Se fijó en sus pecas, y comenzó a contarlas mientras la chica le sonreía, totalmente ajena al cuadro que David estaba pintando en su mente y donde ella era la protagonista.

-¿Por qué has tardado tanto en venir?

Las palabras de la chica interrumpieron su cuenta mental, quedándose en el número seis y se incorporó en su cama, sentándose al lado de ella, quien hizo lo propio.

-Ya te dije que mi vida era complicada.-le medio sonrió, pero fue una sonrisa que ocultaba miles de momentos de dolor.

David agarró un pedazo de tela de la colcha y la apretó en su mano. Verónica lo abrazó, sin querer pasar tiempo lejos del cuerpo de ese chico. Como si lo que acababa de pasar los hubiese unido más.

-Pensaba que como no te di lo que querías ya no querías saber nada de mi.

David recibió aquellas palabras como un jarro de agua fría. Joder, ni se le había pasado aquello por la cabeza.

-¿Pero como puedes pensar eso?

Ella posó sus ojos en él, aún en su pecho y mirando hacia arriba para encontrarse con su mirada, pero sin separarse de él. David comprobó dolido como sus ojos estaban tristes, y se sintió como un auténtico imbécil por permitir que aquella chica pensase así de él y no haber aparecido antes para quitarle esas tonterías de la cabeza.

-No hay, ni habrá nunca, ningún motivo lo suficientemente grande para hacer que me quiera alejar de ti, Verónica Bairina.

Aquello no era del todo cierto, y ambos lo sabían. Él ya había intentado separarse de ella, pero se refería a partir de ese momento. Ella se separó de él y David buscó sus manos porque sentía la ferviente necesidad de abrazarla.

-Pensaba que ya no volvería a verte. No sabes lo que es eso.

Él le agarró la cara, suave pero con decisión, y la obligó a mirarla. Verónica vio algo nuevo y real en aquellos ojos grises, como si el cariño que sentía por ella, o el amor, o la pasión, o lo que quiera que fuese comenzasen a notarse como una pequeña chispa de sus ojos.

-Tú me has dado algo que nunca jamás nadie me ha dado.

Ella no entendía a que se refería. Era una chica normal y corriente, y él...el era como un ángel caído del cielo.

-¿Que te he dado?

-Un hogar.-dijo, bajando su mano hasta el pecho de la chica, y haciendo que ella se ruborizase hasta que entendió que no intentaba tocar su pecho, sino su corazón.- Siempre voy a volver a mi hogar, y mucho mas si mi hogar eres tú.

David se sintió jodidamente cursi, pero sentía que aquella chica se merecía eso y más. Había muchas cosas que quería preguntarle, pero la chica optó por callarse y disfrutar un rato de él, de su mera presencia y de esa sensación que él le transmitía, donde sabía que todo iba a ir bien.

Habían pasado un rato abrazados, y otro haciéndose caricias que siempre acababan llegando a mas hasta que la chica lo hacía parar, hasta que él le prometió no volver a buscarla hasta que ella fuese la que estuviese decidida a hacerlo, para no repetir ese rollo de chico busca y es la chica la que para porque se supone que debe de hacerlo, porque aún es pronto, o simplemente porque tiene miedo de que una vez que pase esa frontera el chico pase de ella por considerarla fácil. Pensamientos sacados del siglo donde se escribió la Cenicienta y otros cuentos similares. El único motivo por el que aún no quería hacer nada, era porque quería conocerlo antes, y él sabía de sobras eso, por eso optó por respetarla, a sabiondas de que ambos se morían de ganas y que cuando ese momento llegase iba a ser único y tremendamente increíble. Mucho más increíble que él que acababan de vivir hacía unos minutos en aquella cama.