Capítulo 56

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 En el baño, Verónica comenzó a llorar. Se enjuagó la boca y se cepilló los dientes, pero su estómago amenazaba con volver a vomitar otra vez. El amor no debería de ser tan complicado. Mierda. Prostitutas. David y prostitutas. Prostitución. Putas. Esas palabras no paraban de repetirse en su cabeza. Aléjate de mi mundo lo máximo que puedas. Palabras y mas palabras que lograban marearla incluso más aún que ese chico por el que tanto se sentía atraída.

Recordó a aquella anciana de ojos celestes que la siguió camino de su instituto, esos ojos imposibles, casi inhumanos, diciéndole que corriese tan lejos como pudiese, y de pronto todas sus palabras tuvieron sentido. Se mareó de nuevo y se dejó caer contra la puerta, deslizándose hasta el suelo y haciéndose un ovillo en él. 

Aún llevaba puesto su chaquetón y su uniforme, y el hecho de que ambos estuviesen empapados tan solo la hizo sentirse aún peor. Aún con más frío, ese frío de su piel que se mezclaba con el de su alma.

Cogiendo algo de fuerza, abrió el grifo de agua caliente y se desnudó. No le importaba donde quiera que estuviese David, aunque deseaba que siguiese en su habitación, esperándola para hablar con ella. No le importaba porque necesitaba tiempo para pensar, y lo seguía necesitando cuando comenzó a aclararse el cabello después de enjabonárselo. Melocotón, su champú favorito a pesar de que fuese para niños. Se secó y se puso su albornoz en color blanco, el mismo que no había encontrado la última vez que se duchó con David esperándola en su cuarto porque estaba en la lavadora. Cogió la ropa mojada y se la llevó a su cuarto, aunque el camino lo hizo mas lento de lo que era en realidad, haciendo tiempo, queriendo volver a ver a ese chico y necesitando pensar por otro lado, en soledad. No podía echar la ropa al lavado sin que su madre supiese que había salido de su habitación al ver la ropa mojada, aunque a estas alturas, tal vez su adorable vecina, la señora Mirandez, ya hubiese hablado con su madre.

Entró en su habitación y no se encontró a nadie. David no estaba en ningún lado, y sin poder evitarlo, ella rompió a llorar. Cerró la puerta y se tapó la boca con la mano, para evitar que ningún sonido saliese de sus labios.

Se había ido otra vez, se había esfumado de nuevo, y por primera vez desde que lo vio, ahora no sabía si quería que volviese. Las tuercas habían cambiado. Maldita sea, todo había cambiado. Todo. Con una simple frase. Se abrazó a sí misma, e intentó tomar fuerzas para buscar algo que ponerse de su armario, temblando, de frío y de miedo, de rabia, de turbación, anonadada e intentando controlar las náuseas que volvían a ella. Su padre salía en poco tiempo del hospital, tenía unos quince minutos antes de que su madre entrase en su habitación chillándole que cómo era posible que aún no estuviese lista para ir a recoger a su padre.

-Lo siento papá.-fue lo único que salió de sus labios, un mero susurro que lo ahogó todo.

Unos golpes secos en el cristal la hicieron darse la vuelta, aún con el albornoz puesto. Fuera, bajo la lluvia y en el balcón, estaba la causa de su problema y de todos sus suspiros. Verónica contuvo el aliento, era como un jodido ángel. Maldición. Era como si un Dios hubiese bajado a la Tierra materializado en alguien con un físico irresistiblemente atractivo. Aún así, su rostro estaba serio, y era como si disputase una tormenta en su interior mucho mayor que la que se cernía sobre ellos esa tarde.

La chica se acercó lentamente, algo cautelosa y seria cuando abrió la puerta corredera del balcón.

-He tenido que salir. Tu madre entró y no me vio de milagro.

Hasta al chico le resultaron extrañas esas palabras. Era como si estuviese dejando de ser el mismo. Nunca había bajado la guardia con nadie, salvo con Verónica. Ella simplemente asintió y se hizo a un lado para dejarle espacio, indicándole que entrase. Parecía apesadumbrado, como si realmente le hubiese dolido lo que acababa de pasar. Sin embargo, a ella le pesaba ser fría con él, pero era incapaz de ser de ninguna otra forma en ese momento.

Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora