Capítulo 45

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 Verónica se sentó en una silla que había colocado en el balcón. Necesitaba aire. Necesitaba un abrazo. Necesitaba que todo fuese como antes, donde no tenía problemas más allá de las matemáticas. Que ojalá aprendiesen a resolver sus problemas solas. Luego pensó en David, y en lo feliz que estaba de que hubiese entrado en su vida.

La luna llena brillaba en lo más alto y era como si las hojas de los árboles susurrasen ese nombre que no salía de su cabeza. No había tenido noticias de David desde que se fue esa misma mañana sin decirle donde iba. Una parte de ella odiaba no estar con él, pero sabía que para que la relación funcionase debería de darle su espacio y hacer que él respetase el suyo. La llamada de aquel hombre desconocido aún le hacía darle vueltas a la cabeza. Eran ya las doce de la noche y algo desalentada supo que David no iba a ir a verla. Que ilusa. Pensar que ese chico iba a querer verla todos los días. Como si realmente ella fuese importante para él. Aquel tipo de pensamiento se adueñaban poco a poco de su mente, haciendo que se sintiese sumamente triste. Dicen que cuando conviertes a otra persona en la razón de tu alegría corres el riesgo de no volver a ser feliz. Recordó el concierto, y la forma en la que Zayn puso los ojos en ella. Sin embargo, aquella mirada con la que había fantaseado desde que formaba parte de One Direction no era comparable a todo lo que le trasmitía David. Lo recordó la primera vez que lo vio. Le pareció tan rebelde que la paralizó. Ella no estaba acostumbrada a esa clase de chicos, pero jamás podría negar que en el momento en el que se miraron sus vidas cambiaron para siempre.

Algo triste se metió dentro, cerrando el balcón y poniéndose el pijama. Apenas usaba maquillaje pero fue a quitarse el rímel de los ojos con un algodoncillo empapado en un líquido azul. Miró sus uñas y se dio cuenta de que se las había roído todas a lo largo del día. Sin poder evitarlo estaba nerviosa. Después de hablar con Eva por teléfono para calmarse fue al hospital a ver a su padre, y a pesar de que estaba lejos, le vino genial hacer el camino andando. Pasó por barrios por los que nunca antes había estado. Alguno que otro le daba mala espina no obstante eso no fue motivo para parar o asustarse. Estaba en España, un país donde no se tiene miedo al salir a la calle a la hora que fuese, o eso pensaba ella. Era viernes y ya había varias grupos de personas arregladas y buscando algún lugar donde ir de fiesta. Había una cola en la puerta del cine del Este, por donde pasó sobre las ocho y media de la tarde. Distinguió a algunas chicas de su clase, pero no le apetecía en absoluto saludarlas. Llegó al hospital y subió corriendo las escaleras, no le gustaban los ascensores.

-Papá, ¿cómo estás?-le dijo saltando a sus brazos e ignorando a tres hombres que estaban con él.

Los conocía a todos. Todos eran policías nacionales como su padre.

-Estoy mucho mejor princesa.

Verónica le sonrió y dejó que él le diese un beso en la mejilla. Desde siempre había tenido una relación maravillosa con su padre. Aunque fuese mucho más serio que su madre y demostrase menos afecto que ella, sabía que cada vez que ella lo necesitase él estaría allí para ella.

-Hola chicos.-saludó a los demás acercándose y dándoles dos besos a cada uno.

-Hola.

-¿Qué tal? -le preguntó otro.

-Estas mayor desde la última vez que te vi.

Ella se había limitado a sonreírle y a recordar que la última vez que vio a ese policía su hermano Víctor aún no había ni nacido. Había pasado la tarde noche con su padre y había ido a comprar unas pizzas cuando se fueron sus amigos policías. Se la comieron juntos a pesar de que la enfermera ya le había dicho varias veces a Verónica que el horario de visita había acabado y amenazaba con echarla. En cuanto acabaron de disfrutar del momento padre e hija, Verónica apretó los labios y miró fijamente a su padre.

Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora