Capítulo 69

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David comenzó a bajar las escaleras cuando se aseguró de que los cuatro estaban sentados en la mesa. Verónica se sintió extraña por dejar que David se quedase en su casa y no decirle nada a nadie mas. Era como si una parte de ella fuese capaz de sentirlo cada vez que estaba cerca. Como si hubiese una conexión que se activaba para mantenerlos cerca. Verónica se sintió algo fuera de lugar en aquella cena. 

Como si ella fuese la luna tratando de caminar bajo los rayos del sol.

El ambiente era frío, y aunque estuviese muy iluminado por una lámpara enorme en el techo, Verónica sentía la habitación como tenue y apagada. Era como si sus padres mantuviesen una conversación con la mirada. Pedro y Violeta se mantenían callados, y el único que hablaba animando la cena era Víctor.

-Y luego hicimos un collage con el papel charol, y la señorita me dijo que el mio era uno de los mas bonitos.

-Vaya, tenemos un artista en casa. Victor Bairina. Ya puedo ver tu nombre en grandes obras de arte.

Y fue como si aquella última frase pudiese acabar con los nervios de Violeta. La mujer que se había puesto un traje ancho y cómodo para estar por casa se levantó rapidamente de la mesa, y Pedro no pudo evitar seguirla con la mirada mientras trataba de aparentar calma ante sus hijos.

-No se que es lo que ha pasado.-le dijo Verónica.- Pero deberías de ir tras ella.

Pedro posó la mirada en su hija. Una mirada franca con ojos sinceros. Su padre era un hombre fuerte, pero era como si algo en él se estuviese tambaleando. Su padre cogió aire y se dispuso a abandonar la sala, no sin antes dedicarle una mirada de soslayo a Víctor que se quedó cenando unas croquetas que había preparado Violeta especialmente para él.

Verónica se quedó mirando a su hermano. Era la viva imagen de la despreocupación, y durante una fracción de segundo, disfrutó al verlo. Luego, simplemente se colocó una porción de comida en el plato y le dijo que iba a comérselo en su habitación.

-Pero que cara, yo también quiero hacer eso.

Ella lo miró de reojo y le sonrió mientras salía del salón y subía las escaleras. La comida que llevaba en el plato no era para ella. Era para aquel chico que lograba llenarla de energía aún más que la comida en cuestión de segundos. David era algo así como esa clase de amor que todo el mundo se merecía en su vida, un amor puro y sano que lograba poner a todas sus hormonas patas arriba. Lograba demostrar la existencia de la química con tan sólo mirarla, y era capaz de acariciar su alma con ese simple hecho. Era esa clase de amor que se veía en las películas, y era suyo. Suyo. Joder, como sonaba aquello. Suyo. Tomó aire antes de entrar en la habitación, buscando casi con ansias esa mirada tan hermosa de ojos claros. No pudo evitar sentir miles de calambres recorrerle el estómago cuando lo vio medio incorporarse de debajo de la cama. Se había escondido ahí, y al ver que era ella estaba saliendo de debajo con una sonrisa que arrasaría al mismo universo.

-Que tendrán las camas, Verónica Bairina.

Que tendrás tú, chico perfecto. Le sonrió guardándose aquellos pensamientos para ella, y ofreciéndole tres trozos de pizza barbacoa.

-Aún está caliente.-le dijo, algo tímida de pronto. Le habría encantado darle mucha mas pizza que esos tres trozos, pero no sabía como hacerlo sin que sus padres se diesen cuenta.

-Es más que suficiente.-le dijo él, aventurando sus pensamientos y agradeciendo algo de cena tras no haber probado bocado desde el almuerzo.- Tenemos que hablar.

Y se puso tan imponentemente serio que Verónica se asustó. Aquella frase nunca presagiaba nada bueno. Las peores ideas se le cruzaron por la mente. 

Ciudad de niebla© |TERMINADA| (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora