Capitulo 27

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    Pov Christian

Con un suspiro contenido, presioné mi cara profundamente en la almohada. Olía tan jodidamente bien. Era un olor que conocía, un olor que me encantaba. Como a naranjas y a las flores blancas que crecían en mi ventana de París. Solía ser un olor que me torturaba; había intentado bloquearlo, apartarlo de mí. Ahora, lo respiraba con ansias, buscándolo y memorizándolo. Dejé que me invadiera y eso me hacía sonreír. Era Anastasia. Alcé la mano, buscando sus suaves curvas y su cálida piel, pero no encontré nada más que las sábanas enrolladas. Levanté la cabeza, abrí los ojos y observé el hueco vacío a mi lado. ¿Dónde estaba?

Me senté en la cama, mirando y buscando por toda la habitación. Su habitación. Esta era la segunda vez que me despertaba aquí, y era la segunda vez que lo hacía solo. Sonreí en cuanto vi la escena que tenía ante mis ojos. Las cortinas ondeaban por la ligera brisa, con toda nuestra ropa tirada por el suelo y por los muebles. Obviamente, habíamos tenido prisa.

Ayer por la mañana, cuando abrí los ojos, estaba confundido. Confundido por donde estaba, como había llegado allí, y porqué estaba desnudo. Las sábanas olían a ella y alimentaban el sueño que estaba teniendo. Y cuando el sonido de la ducha me sacó de el, solo me llevó un minuto darme cuenta de que no estaba soñando.

Cuando ella me recogió en el aeropuerto, no podría imaginarme que la noche terminaría así. Había sido la noche más increíble que había tenido con una mujer. Cada vez era mejor que la anterior. Estar con ella era la cosa más fácil del mundo. No necesitaba pensar; mi cuerpo lo hacía por mí y encajábamos como si estuviéramos hechos para eso.

Tu es falte pour moi. "Estás hecha para mí.

Sintiendo la familiar necesidad de encontrarla, me puse de pie y recogí mi bóxer de la silla que estaba al lado de la cama. No había traído ropa para cambiarme, y había elegido dejar las maletas en mi habitación. Traerlas aquí requería admitir lo que pasaba entre nosotros, algo que tarde o temprano tendríamos que hacer. Sabía que teníamos que hablar sobre esto, incluso yo lo había dicho, pero cada que se presentaba la oportunidad, no era capaz de hacerlo. Si no sabía cómo me sentía al respecto, ¿cómo iba a explicárselo a ella?

Me moví en silencio a través de la puerta abierta, y me detuve en cuanto la vi frente a mí.

Anastasia estaba de pie en el balcón privado, observando la ciudad, perdida en sus pensamientos. Estaba absolutamente preciosa. Estaba comenzando a llover, formándose una ligera niebla. Pequeñas gotas caían sobre su pelo oscuro, captando rayos de sol, que se las apañaban para atravesar las condensadas nubes. Mis ojos viajaban hambrientos por su cuerpo, observando la manera en que la brisa ondeaba su bata de satén rosa alrededor de sus largas piernas.

Cuando inclinó ligeramente la cabeza, pude ver que parecía preocupada, y me pregunté en qué estaría pensando. ¿Se arrepentía de lo que había pasado? Me encontré a mí mismo buscando una y otra vez mil maneras para jugar a esto, hasta que tuve que forzarme a sacar esas ideas de mi mente. No quería poner toda mi atención sobre eso ahora. Nos quedaba tan poco tiempo para estar juntos de esta manera. Volvíamos a casa mañana, y faltaba poco para que esta pequeña burbuja de intimidad que habíamos creado, explotara. No quería malgastar más tiempo pensando en lo que iba a pasar después. Sacudí la cabeza para espantar esas ideas, abrí la puerta y salí. Si me escuchaba, ella no podría reaccionar. El aire era pesado y húmedo, y el olor del pavimento mojado subía para encontrarse conmigo. La brisa era fría, pero era agradable cuando chocaba contra mi piel desnuda. Me puse detrás de ella, y se sobresaltó en cuanto mis brazos rodearon su cintura. No dijimos nada mientras se inclinaba hacia atrás, sobre mi pecho, y yo enterraba mi cara en su pelo, depositando suaves besos a lo largo de su cuello.

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora