Capitulo 54

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Pov Christian

Miré hacia arriba cuando el timbre de llegada resonó en el pequeño espacio, mientras que en el panel de botones se indicaba que habíamos llegado a la entrada.
Tenía que encontrarla.
Me enderecé y me aparté de la pared, olvidando todas las razones por las que estaba aquí. Leila se movió para colocarse detrás de mí, poniendo gentilmente su mano sobre mi hombro.

-No voy a perderla,- comencé a hablar, sin dirigirme a nadie en particular. Las puertas del ascensor se abrieron y salí, deteniéndome cuando alguien bloqueó mi camino. Miré hacia arriba, preparado para disculparme cuando me congelé. -¿Anastasia?- pregunté incrédulo, seguro de que la mujer que tenía delante era producto de mi mente exhausta.
Se dio la vuelta cuando escuchó mi voz, y pude escuchar su respiración atrapándose en su garganta cuando sus ojos me miraron. El tiempo pareció detenerse cuando nos miramos a la cara, toda mi concentración estaba puesta en ella.

-Christian- dijo con un jadeo. Las voces a nuestro alrededor parecían inaudibles mientras observaba su cara de cansada. Se mordió el labio y miró hacia abajo por un momento. Mi estómago se encogió, intentando darle sentido a lo que estaba sucediendo. Había venido a por mí. Alguien se aclaró la garganta detrás de mí, y mi mente apenas pudo registrar que no estaba solo.

-¿Christian?- preguntó, moviéndose a mi lado. Sabía que estaba esperando una respuesta pero no podía apartar mis ojos de Anastasia... no podía pensar en otra cosa; Ana había vuelto.
No estaba huyendo.

-¿Christian?- volvió a decir suavemente.

-Discúlpame.- La miré mientras ella sonreía.

-Llámame cuando puedas.

Asentí y observé cómo se aproximaba a Anastasia, sin estar seguro de que estaba haciendo.
Anastasia no se inmutó cuando Leila cogió sus manos, mirándome por encima de su hombro.

-Creo,- comenzó a decir en francés, girándose hacia Anastasia con una sonrisa. -que él por fin ha encontrado su corazón.

Anastasia parpadeó como respuesta, frunciendo el ceño frustrada, sin tener ni idea de lo que Leila había dicho. Con una última sonrisa, Leila nos dejó enfrente del ascensor.

Mientras se marchaba, me di cuenta de que por primera vez en un año, era totalmente libre.
Miré hacia abajo, hacia las gafas que todavía tenía en mis manos.

-¿Son tuyas?- le pregunté suavemente.

Los ojos de Anastasia se entrecerraron mientras las miraba, y se las ofrecí.

-No me había dado cuenta de que se me habían caído- susurró cogiéndolas de mis manos. Asentí, confirmando mis sospechas. Me acerqué un poco más, metiendo las manos en los bolsillos para evitar tocarla.

-¿Estabas aquí... hace un rato?

-Sí- respondió en voz muy baja. Mi pecho se estrechó mientras mis brazos dolían por abrazarla. Ahí estaba ella, insegura de lo que había pasado y de alguna manera, con suficiente fe en mí para volver.

Nunca me la merecería.

Exhalé y me moví más cerca, tomando con cautela sus manos. Levantó la barbilla para mirarme a los ojos y sonreí al ver la determinación en su cara.

-¿Vienes conmigo?- le pregunté, trazando círculos en su palma con mi pulgar. Asintió y me dio un pequeño apretón en las manos antes de dirigirnos al ascensor, presionando el botón que nos llevaba a mi planta.

Nos quedamos de pie, en silencio, con su brazo apretado contra el mío, tanto que podía sentir el calor a través de su camisa. No quería dejar su mano. Las puertas se abrieron y salimos, dirigiéndonos por el pasillo hasta mi apartamento. Le hice un gesto para que entrara primero y cerré la puerta silenciosamente, deteniéndome antes de girarme para mirarla. Mi mente estaba acelerada por los cientos de cosas que necesitaba decirle, sabiendo que ninguna de ellas arreglaría lo que, probablemente, sentía Anastasia esta noche.
Se quedó frente de a la ventana, esperando, seguramente preguntándose qué estaba haciendo aquí.

-Ana- comencé a decir, respirando fuertemente, mi suspiro fue lo único que se escuchó en la sala.

-Fui a la oficina,- dijo suavemente. -Esta noche...después de irme. "- Fruncí el ceño, confuso, preguntándome por qué había empezado por ahí, y deseando poder verle la cara. Me moví para encender una pequeña lámpara al lado del sofá antes de que ella me detuviera. -No, no lo hagas,- protestó. -Es que... me gusta que esté así. Con las luces encendidas no puedo ver la ciudad.

Mi corazón dio una sacudida al ver esa pequeña similitud entre los dos. Asentí, aunque sabía que no podía verme, y me senté en el brazo del sofá, cerca de donde ella estaba.
Desde donde estaba sentado, podía ver su perfil; podía ver como se mordía el labio, como jugaba ansiosa con uno de sus rizos que caían por su hombro.

-¿Fuiste a la oficina?- le pregunté, dándome un brinco el estómago, mientras mis respiración se aceleraba. Ella asintió, contemplando el precioso horizonte de la ciudad al otro lado del cristal. -Lo has dejado- dije afirmando, tragando saliva mientras las náuseas me invadían. Me incliné hacia delante, poniendo mis manos sobre mis rodillas mientras intentaba calmar el terror abrumador que llenaba cada célula de mi cuerpo. Sabía que pasaría tarde o temprano. Si no era honesto con ella ahora, toda la culpa sería mía. - Anastasia... por favor... por favor no me dejes.- Mi voz estaba rota, y mi cuerpo temblaba mientras la imagen de ella dejándome se repetía una y otra vez en mi cabeza. -Deja que te lo cuente todo, por favor. Por favor, Ana. Te amo demasiado... haré lo que sea.

Se giró para mirarme, mientras la luz de la ciudad se reflejaba en las lágrimas que encharcaban sus ojos.

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora