Capitulo 30

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Pov Anastasia

Comencé a nadar en el borde de la piscina, deslizando mi cuerpo a través de las profundidades del agua débilmente iluminada. Nadé duramente, empujando mi cuerpo tanto como pude, esperando que el dolor de mis agotados músculos fuera suficiente para distraerme del dolor constante que sentía en mi pecho. Necesitaba sentir esto. Necesitaba sobre esfuerzo físico para poder dormir toda la noche. Necesitaba saber que volvería a mi habitación demasiado cansada como para pensar que estaba sola, que tendría que abrir mi corazón y finalmente reconocer mis sentimientos hacia él.

Repetí el proceso hacia el otro lado, buceé profundamente, esperando ahogar el dolor que me había causado su rechazo. Todo había sido tan perfecto, y yo todavía luchaba para aceptar que, esencialmente, se había alejado. No sabía lo que había pasado.

Éramos felices un minuto, y al siguiente... él se había ido.

Cuando terminamos el seminario, los ojos que me miraban ya no eran los delicados y amables ojos de esta semana. Era frío y distante mientras me decía que tenía planes para esa noche. Hice lo mejor que pude para esconder mi sorpresa y dolor, pero por dentro estaba agobiada. ¿Qué había cambiado? ¿Qué había hecho yo? Esto dolía. Ser una chica insegura no era el tipo de mujer que presumía ser. En cuanto se fue, supe que esto se había terminado.

Subiendo a la superficie, nadé de espaldas y dejé que el agua templada soportara mi peso. Floté a lo largo de la piscina para relajar mi mente mientras observaba las estrellas en la profundidad del cielo oscuro. Era tan perfecto, y deseé una vez más ser capaz de compartir este momento con él.

Por primera vez desde esa mañana, pensé en lo que había pasado y como me había sentido al despertarme entre sus brazos. A los pocos segundos de despertarme, volví a sentir esa sensación de pánico no deseada revolviéndose dentro de mí, y salí de la cama, necesitando un poco de espacio antes de enfrenarme a él. Mientras me ponía mi bata y salía al balcón, me regañé a mí misma una vez más por no ser lo suficientemente valiente para hablar con él. ¿Es que tenía miedo de que no me gustara lo que él tenía que decir?

Quizás era yo. Quizás tenía miedo de observar la realidad de mis sentimientos. Sabía que una vez que abriera la puerta y los dejara escapar, no habría vuelta atrás.

Me sorprendí al sentir sus brazos rodearme, pero no de cómo me sentía; todo él me hacía sentir bien, y solo hacía que la realidad de nuestra situación fuera mucho más dura de aceptar. Durante todo este tiempo, supe que estaba completamente disponible para mí, y en el momento en que sentí que no lo estaba, se convirtió en un problema. Nunca quise más de él. Pero ahora, sí.

-No estabas dentro - susurró, dándome besos por todo mi cuello.

-Lo sé- respondí, preguntándome si la culpabilidad que sentía por ser tan cobarde, se notaba en mi voz. No había manera de explicarle el porqué. Por qué cada mañana de esta semana escapaba de la cama, temerosa de encararlo, temerosa de lo que veía cuando lo miraba, tumbado a mi lado. Sus manos encajaban a la perfección por todo mi cuerpo, y no pude reprimir el pequeño gemido en cuanto sus pulgares acariciaron mi pezón.

-Eres tan preciosa- me dijo. Ya había escuchado esas palabras antes, pero sin saber lo verdaderamente poderosas que eran. Él me hacía sentir preciosa. Nunca había estado tan físicamente abierta con otra persona, dejando que explorara cada parte de mi cuerpo.

Siempre me miraba maravillado, con fascinación, sin dejar que me sintiera avergonzada o cohibida. Esperaba que él supiera lo mucho que significaba eso para mí.

Deslizando mis manos perezosamente sobre la superficie del agua, recordé estar con él bajo la suave lluvia, disfrutando de la sensación de estar juntos. Pensé en cómo sus manos se movían por mi cuerpo, por debajo de mi bata y acariciando mi piel desnuda. Me apoyé sobre él, sintiendo su dureza y calidez contra mí. Su necesidad por estar conmigo parecía casi tan insaciable por la que yo sentía hacia él. Sabía que no había tiempo. No podíamos seguir dejando de lado nuestras responsabilidades para satisfacer esta pasión que crecía entre los dos. Pero una vez más, fui incapaz de decirle que no.

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora