Capitulo 51

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Pov Christian

La puerta se cerró despacio, y el sonido que produjo retumbó en todo el pasillo. Me quedé quieto, mientras el sonido de mi propia respiración resonaba en mis oídos; un silencio aturdidor y tenso que me rodeaba. Mi mano persistía, agarrando con fuerza el frío metal del pomo como si fuera mi último enlace con ella.
No era capaz de irme.
Con un suspiro de reproche, solté finalmente mi mano, observando cómo los dedos se apartaban y mi brazo caía con fuerza a mi lado. No podía moverme. Deseaba más que nada poder volver atrás y quedarme con ella. El no estar con ella me dolía con una intensidad que no había sentido antes, como si hubiera perdido una parte de mí al otro lado de la puerta.
Muy a mi pesar me alejé, dirigiéndome hacia el ascensor, sorprendido de que mis pies pudieran moverse. En todo el tiempo que habíamos estado juntos nunca me había echado. Incluso en los peores momentos, cuando los dos intentábamos apartarnos el uno del otro, ella nunca dijo no.
Y yo nunca había sentido este vacío.
Me las apañé para llegar a mi coche, ignorando las caras y las voces que iban pasando a mi lado. Mi mano abrió torpemente la puerta del brillante Porsche negro. Esta acción me hubiera dado un subidón de adrenalina, pero ahora solo quería sentirme cómodo, escondiéndome en la oscuridad, tras los cristales tintados. Descansé mi espalda en el respaldo de cuero, apretando con fuerza los puños a ambos lados de mi cuerpo. La oscuridad del cuero y las estrellas que emergían no se registraron en mi cabeza; mi concentración todavía estaba fija en la mujer que estaba dieciséis pisos encima de mí.
Los ojos rojos y la expresión rota en su cara quemarían para siempre mi vista.
Sentí de repente un entumecimiento en cuando mi puño golpeó el volante. El súbito dolor era un alivio al peso casi sofocante que se había instalado en mi pecho. Flexioné los dedos e inspeccioné los daños, haciendo una mueca por mi estupidez. Cerré los ojos e intenté llenar mis pulmones. Respiré profundamente, pero el olor de Anastasia me rodeaba, y mi pecho se expandió con dolor. De repente, sentirla tan agudamente a mi alrededor y en mi cabeza, me abrumaba, y el dolor de mi mano se volvió un dolor sordo, palpitante.
Todo saldrá bien. Tiene que salir bien.
Me repetía esas palabras como un bucle rítmico, aferrándome a ellos como si pudieran llevarme a buen término. Mi móvil vibró en mi bolsillo, irritándome el sonido del suave zumbido. Exhalé profundamente, apretando la mandíbula, intentando poner a fin a cualquier esperanza que tenía que pudiera ser ella. Lo miré con ojos cansados, instantáneamente decepcionado, aunque esperaba un número desconocido que había visto varias veces en el identificador de llamadas, en lo que iba de día. Masajeé mis sienes, apreté la mandíbula y exhalé con fuerza, intentando sofocar la rápida agitación que sentí por la insistente llamada anónima, por la situación, por mí mismo... joder, incluso por Anastasia. No podía ocuparme del trabajo ahora. Joder, no podía tratar con nadie ahora mismo. Sin pensar nada más, silencié la llamada y lancé el teléfono al asiento del copiloto.

Encendí el coche, arranqué el motor y el suave zumbido me sirvió como una distracción momentánea a la sensación de vacío que se había instalado en mi estómago. Después de pisar el embrague, avancé sin problemas, obligándome a concentrarme en la caja de cambios y el suave ronroneo del coche. Conduje hacia la salida del garaje, con los ojos fijos en el frente, sin querer mirar al coche plateado tan familiar, aparcado a mi derecha.
Los neumáticos chirriaron mientras salía a la transitada calle, mirando en el espejo retrovisor como el edificio de apartamentos y la mujer que había dentro, desaparecían en la distancia. Empecé el trayecto hacia la casa de mis padres, a sabiendas de que lo que allí me esperaba, no sería agradable. Me debatía entre el anhelo de acabar con esto y llegar a casa y beber hasta el estupor, olvidando este día, como si no hubiera pasado nada.

Aparqué delante de la enorme casa, apagué el motor y esperé. Los minutos iban pasando; el cielo gris se volvió oscuro, y sin embargo, seguía sin coraje suficiente. Mi padre había estado furioso todo el día. Comedido, pero furioso.
Mi hermano, por el otro lado...

Me froté la mandíbula distraídamente de nuevo y me estremecí, recordando su expresión de incredulidad y traición al darse cuenta de que le había mentido. Ser prudente no era su punto fuerte.
La única persona que me faltaba por discutir, era mi madre. Levanté la vista y miré la casa, brillando en la penumbra de la tarde, concentrando la vista en la ventana de la habitación donde estaba seguro que estaría ella, esperando por mí. Sabiendo que había sido un cobarde, guardé el móvil en el bolsillo y subí, moviéndome despacio por el camino iluminado. Si podía lidiar con la rabia de mi padre, la de mi hermano y la de Anastasia en un solo día, ciertamente podía con esto. O eso esperaba.

Justo cuando llegué a la puerta, se abrió. Mi padre estaba allí, esperando por mí, con una expresión en su cara poco característica. Pensé en todas las batallas que había tenido que luchar en mi nombre durante el día de hoy.

-Hola, papá- dije despacio.

-Hijo- contestó afectuoso, abriendo la puerta por completo y dejándome pasar. -Tu madre está arriba, esperándote.

Asentí con la cabeza y subí las escaleras, acariciando la caoba del pasamano con la palma de mi mano. Alcancé el tercer piso y continué andando por el pasillo, haciendo una pausa al pasar por una puerta de uso poco frecuente. Incapaz de dar la vuelta, giré el antiguo pomo, obligado a verlo de nuevo. Entré en el cuarto de baño y cerré la puerta suavemente detrás de mí, presionando el interruptor y entrecerrando los ojos cuando la luz artificial bañó la sala. Todo se veía como aquel día, menos la luz del sol que entraba por la ventana abierta, y la brisa que levantaba la cortina de gasa y la mujer que quería me miraba a los ojos a través del espejo. Recordé lo posesivo que me había sentido aquella noche, cuando ansiaba hacerla mía. ¿Ya la quería de aquellas? ¿Ya había capturado mi corazón con la misma fuerza irrompible con que había capturado mi cuerpo?

Mis dedos acariciaron el móvil en mi bolsillo. Mi deseo de poder darle lo que me había pedido, tiempo, se peleaba con mi necesidad de estar conectado con ella.
Saqué el móvil y escribí las palabras atrapadas en mi mente: Todavía recuerdo la primera vez que me di cuenta de que te quería.

Presioné el botón de envío sin pensármelo. No esperaba su respuesta, y sacudí la cabeza al darme cuenta de que quizás tendría el móvil apagado. A pesar de eso, el simple acto de decírselo todo, incluso con pequeñas palabras a través del móvil, me proporcionó algo de consuelo. Me giré, colocando mi mano sobre la puerta, y cerré los ojos al recordar como empujaba su cuerpo bruscamente contra la misma.

-Verás, quiere algo que es mío, y no puede tenerlo.

Me acordé de cómo me sentía al decir esas palabras en alto, como la verdad, enterrada en mi gruñido, había arrancado algo en mi interior.

-Puedo hacer lo que quiera, señor Grey- me contestó, aunque de aquellas, ya podía notar la incertidumbre en su voz. -Y no soy tuya.

Sonreí a pesar de mi mal humor. ¿Era eso cierto? ¿O ella ya me pertenecía de la misma manera que yo le pertenecía? Caminé hasta la mesa, acariciando con mis dedos las pequeñas botellas de cristal que allí había, recordando el sonido que hacían cuando me la tiré contra el tocador. Había estado implacable, casi cruel mientras hablaba con ella.

-¿Lo deseas?- le pregunté bruscamente mientras la rabia comenzaba a hervirme la sangre. -Respóndeme.- Me aguantó la mirada mientras su pecho pesaba, pero no dijo nada. -¿Lo ves?- Mis dedos se movían por su abdomen, por debajo de su falda y sobre sus muslos. -¿Te hace sentir así?

La tomé con tanta fuerza, como si quisiera castigarla por atormentarme, por llenar mi cabeza con imágenes de lo que no podía poseer.

Ahora cuando pensaba en las cosas que había hecho, mi estómago se encogía, y me daba nauseas. ¿Por qué no se lo había dicho, simplemente? ¿Por qué no había sido honesto... sobre todo? Mi miedo por lo que sentía me hizo sentir cobarde, haciendo que protegiera cualquier sentimiento que tuviera. No era propio de mí, pero definía nuestros comienzos.

Las palabras que había dicho anoche, se repitieron en mi cabeza.

-¡No quiero ser la próxima Leila! No quiero ser la próxima mujer que dejes sin más explicación que un "simplemente se acabó

Me incliné sobre la mesa, sentándome en el pequeño taburete, cerrando los ojos con fuerza al recordar su cara al borde de las lágrimas. Yo le había hecho eso... y ella tenía razón. Esperaba que yo ocultara lo sentía, porque tenía que hacerlo. Esperaba respuestas vagas. ¿Cuántas veces había intentado preguntármelo? ¿Cuántas veces había evadido una respuesta? No iba a volver a cometer el mismo error...
Mandé otro mensaje, esperando que ella lo viera y me creyera.

-Sé que te he ocultado cosas. Te lo contaré todo. Por favor, dame la oportunidad.

Tomé aire, y me puse de pie, estudiándome en el espejo antes de salir. Con la mano en el pomo me di la vuelta, dejando que mis ojos vagaran por toda la sala otra vez, prometiéndome en silencio que si me daba la oportunidad, lo haría correctamente.

Salí al pasillo, y continué hasta la sala de música, escuchando las suaves notas del piano a través de la puerta cerrada. Llamé con suavidad y me indicó que entrara. Entré en la sala que me traía tantos recuerdos de mi infancia.
Mi madre estaba sentada de espaldas a mí, moviendo sus dedos con gracia sobre las teclas, e incluso ahora, fui incapaz de detener la sonrisa que asomó por las esquinas de mi boca. Siempre le había encantado tocar, incluso nos forzó a Elliot y a mí a tomar clases cuando éramos niños. Éramos terribles. Gimoteamos y lloriqueamos hasta que se dio por vencida, tocando mientras nosotros construíamos fuertes y hacíamos carreras con nuestros Hot Wheels debajo del piano. Todavía recordaba como observábamos sus pies presionando los pedales, la manera en que cada acorde vibraba encima de nuestras cabezas.

Se detuvo y se giró, indicándome en silencio que me sentara a su lado. Atravesé la habitación mientras ella volvía a tocar, tomando asiento a su lado, en el banco. Nos sentamos en silencio unos largos minutos, escuchando las notas perfectamente tocadas y su melodía. Su ejecución se desaceleró, derivando en algo tranquilo y suave, y sentí su suspiro a mi lado.

-Lo siento- dije mientras observaba sus dedos recorrer las teclas.

-Así no es como te he educado, Christian - murmuró, con voz calmada pero sonando decepcionada.

-Lo sé.

-¿Y eso está pasando desde hace cuánto tiempo?

Puse mis manos sobre mis muslos, intentado calmar mi inquietud nerviosa.

-Meses, semanas... ni yo estoy seguro.

-¿Cuándo Anastasia vino a cenar?

Hice una mueca, y tragué saliva.

-Sí.

-Mmmm.- Su reacción aparentemente indiferente me tomó por sorpresa, e incliné la cabeza para mirarla, con mi cara desfigurada por la frustración mientras intentaba descifrar su expresión. Su voz estaba tranquila y controlada. -Eso explica algunas cosas, supongo. Pero no todo.

-Lo sé- comencé a decir, pasando mis dedos por el pelo, bruscamente. -He sido tan estúpido con ella.

-Para ser honesta, la primera vez que conocí a Anastasia, me enamoré. Me recordaba tanto a ti...- dijo, con un tono de voz lejano. -Pero me di por vencida cuando los vi juntos. Era obvio que eran tóxicos el uno para el otro. A pesar de mis intentos por suavizar las cosas, parecía que solo iba a peor. Nunca soñé con...- su voz se fue apagando por un breve momento, y luego suspiró. -Como he dicho, supongo que ahora tiene sentido.- Sacudió la cabeza ligeramente, pasando los dedos por las teclas negras. -Solo se lo que tu padre me ha contado.- Hizo una pausa, casi deteniendo los dedos. -Pero quiero escucharlo de ti, Christian. Ayúdame a que lo entienda. ¿Qué sientes por ella?

-La amo, mamá. Más que a nada.- contesté inmediatamente. Ella asintió despacio mientras digería la respuesta.

-¿Y Anastasia?

Hice una pausa, bajando la mirada, mientras un momento de duda entraba en mi cabeza por primera vez.

-Sí.- respondí suavemente.

-¿Sí?- se inclinó hacia delante para mirarme a los ojos.

-Quiero decir... me amaba. Nos lo dijimos, pero...- me callé, incapaz de articular el miedo que había estado creciendo en mi interior desde que había dejado el apartamento de Anastasia. La habitación se llenó de silencio y se giró para tomar mi mano entre las suyas.

-Cuéntame.

Tragué saliva y exhalé profundamente, concentrándome en la calidez y confort de la mano de mi madre.

-Yo... no he sido honesto con todo, con la manera en que la trataba antes, con Leila...- me fui callando, al darme cuenta de que cada error era peor que el anterior. -Con un montón de cosas.

Esperó a que continuara hablando, pero ¿qué más podía decir? Había hecho tantas cosas mal, y no tenía absoluta idea de cómo podría arreglarlo. Después de un largo momento, respiró hondo y me dio un pequeño pellizco en mi mano.

-Sabes, lo que tu padre y yo siempre hemos querido para tu hermano y para ti, es felicidad, sin tener en cuenta con quien la compartieras. Si estabas luchando con tus sentimientos, tan destrozado, Christian, me hubiera gustado que vinieras a hablar conmigo. Me hubiera gustado que hubieras hablado con cualquier de nosotros.- Sus ojos cayeron, mirándome con dolor.

Volví a pensar en el dolor que les había causado a las mujeres más importantes de mi vida por ser tan egoísta. Y mi pecho se encogió. Comencé a hablar, explicándole cada detalle que podía: la atracción que sentía por Anastasia desde hacía tanto, el acercamiento ineludible, cuando me di cuenta en Seattle de que la amaba de verdad, y como se había profundizado todo entre nosotros desde aquello.

Me sentía bien que alguien, por fin, supiera esto. Poder expresar lo que sentía por Anastasia, lo que antes había censurado. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuvimos hablando, ni cuánto tiempo nos sentamos en silencio después de que ella entrelazara su brazo con el mío, apoyando su cabeza en mi hombro.

-Te ama, Christian. No tengo ninguna duda sobre ello. Pero tienes que hacer las cosas bien, y tengo todas mis esperanzas depositadas en ti.- Su voz parecía calmada, dándome comodidad.

-No sé ni por dónde empezar, mamá. Le he hecho daño tantas veces; ¿y si esta ha sido su última palabra?

Sacudió la cabeza, colocando la palma de su mano sobre mi mejilla y me miró a los ojos.

- Christian, ella no podría alejarse de ti aunque piense que te desprecia. Dale algo de tiempo, y luego compórtate como el hombre que tu padre y yo hemos criado. Se honesto con ella y cuéntale todo lo que merece saber. Deja que ella decida, en vez de asumir como debe manejar la situación. Y por encima de eso, respeta sus sentimientos. Ella te quiere, y la has herido. Piensa en ello.

Asentí lentamente, mientras ella se inclinaba y besaba mi mejilla, tomando mi mano mientras nos levantábamos para ir a ver a mi padre.

Después de lo que parecieron horas, salí de casa, a la fría brisa de la noche y comprobé mi móvil, sin sorprenderme de que no hubiera mensajes. Lo sacudí y me dirigí a mi coche.
Ella me había pedido tiempo, y se lo iba a dar, pero no iba a darme por vencido. Presioné la pantalla y usé la luz para escribir otro mensaje, las palabras que tanto había susurrado.

Je suis a toi.
Yo soy tuyo.

Presioné el botón de envío, y observé como el mensaje desaparecía de la pantalla, otra vez oscurecida. Tragué saliva y me froté el pecho, intentado disuadir el sentimiento de vacío que poco a poco había vuelto. Me quedé de pie en la oscuridad, con la mano en la puerta de mi coche y mirando a la nada. ¿Qué estaría haciendo ella ahora? ¿Habría recibido mis mensajes o todos mis ruegos y mis palabras de amor seguían sin leerse en su móvil?
Esperaba que fuera lo segundo.

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora