Capitulo 42

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Pov Christian

Me amaba.
Suspiré profundamente, bostezando contra su cálida piel, moviéndome más cerca hacia el sonido de su corazón. Cada noche que pasábamos juntos me despertaba en la misma postura: tumbado sobre ella, presionando mi cara en sus pechos y mis brazos rodeándola con firmeza. Me sentía atraído por Anastasia, incluso cuando dormíamos, como si mi cuerpo ansiara el suyo cuando mi mente dormitaba.
En mis 28 años, había pasado la noche con varias mujeres. A veces las abrazaba cuando dormíamos, pero no era como esto. Justo como cuando estábamos despiertos, no me sentía lo suficientemente cerca, como si mi cuerpo creyera que abrazándome a ella con fuerza pudiéramos quedarnos anclados para siempre. Tenía que admitir que esa idea sonaba cada vez mejor, cuando me lo imaginaba.
Me tumbé apoyado sobre mi codo, observándola. La luz de la luna llena entraba por la ventana, iluminando su habitación lo suficiente para poder verla, dibujando siluetas de árboles susurrantes a lo largo de las paredes y depositando en ella su suave resplandor azul. Suspiró mientras dormía, apretando sus labios y frunciendo el ceño ligeramente mientras reajustada su postura. Su pelo castaño caía de mis propias manos, esparciéndose a lo largo de las blancas almohadas, descansando su mano derecha al lado de su cabeza y la izquierda encima de su pecho. Nunca dejaría de maravillarme lo preciosa que era. Alcancé su mano izquierda, acariciando con mis dedos toda su piel. La agarré y planté un beso en su palma, admirando sus largos y delicados dedos, sin ningún tipo de joyería.
De repente una imagen se me pasó por la mente. Me vi a mi mismo arrodillado, deslizando un precioso anillo en su dedo, pidiéndole que fuera suyo para siempre, y ella para mí. La claridad de esa escena era tan apabullante que casi me quita el aliento.
Presioné mi frente contra su pecho y cerré los ojos con fuerza, deseando poder calmarme, dejando atrás esa mezcla de pánico y euforia que me había evocado la escena. Me llamó la atención cuan diferente era este sentimiento de ahora del pasado.
Por primera vez, tenía ante mí un futuro incierto, y estaba aterrorizado. Como si hubiera sentido mi lucha, Anastasia retorció sus dedos alrededor de los míos mientras dormía, relajándome casi sin darme cuenta. Unas respiraciones profundas y treinta y dos latidos del corazón de Anastasia más tarde, me sentí calmado... y casi dormido.
Me separé de ella, rodando sobre mi espalda y eché un vistazo al techo oscurecido casi sin prestar atención. Estaba perdido pensando en Anastasia, en nosotros, en lo que yo quería darle. En segundos ella se movió, acurrucándose a mi lado, apoyando su cabeza en mi hombro y su pierna sobre mi cadera. La acerqué a mí, girando mi cuerpo hacia ella y cerrando los ojos de nuevo, concentrándome en lo perfecta que quedaba a mi lado. Pasé mis dedos distraídamente por su pelo y volví a pensar en lo cerca que había estado de joderlo todo.
Me moví ligeramente hasta el borde de la cama, buscando en los bolsillos traseros de mis pantalones una caja delgada y alargada de Dior. Me volví a tumbar y la abracé con fuerza otra vez, abriendo la caja y pasando mi dedo por los delicados eslabones del brazalete, con la palabra "Oui"uniendo los dos extremos. La luz de la luna brillaba sobre la superficie pulida, y aunque era una pieza de joyería muy simple, representaba todo lo que Anastasia era: natural, elegante y hermosa. Una palabra tan simple, gravada con una escritura simple en suave platino nos representaba: nuestra conexión, nuestra pasión y nuestra promesa.

Afortunadamente, ella entendería el significado.
Lo saqué de la cajita, y lo puse alrededor de la muñeca de Anastasia, buscando a tientas el pequeño broche. Me preocupé momentáneamente que ella pusiera algún tipo de objeción o discrepara por hacerle un regalo, pero la sensación de orgullo que sentí al verla durmiendo tan solo con mi brazalete encima, rápidamente eclipsó mis miedos.

Después del fiasco con Elliot en mi apartamento, la pasada mañana, sabía que necesitaba mostrarle como me sentía, algo tangible que la hiciera recordar lo que significábamos el uno para el otro. Me pasé el resto de ese día en mi despacho, llamando a unos cuantos antiguos colegas de Louis Vuitton, para tener en mis manos ese brazalete.
No hubiera sido tan fácil recibirlo en un plazo tan breve; era una de las ventajas de tener dinero y poder.
Mi estómago se retorció al recordar su cara de dolor e indiferencia cuando se fue de mi apartamento, sabiendo que el único culpable era yo. Me sentí indefenso frente a Elliot, sabiendo que ella estaba en la habitación escuchando cada palabra. Incluso yo mismo me sorprendí por la facilidad con que las mentiras salían de mi boca; ahora volvía de manera natural a la persona fría y sin corazón donde me solía esconder en mis quehaceres diarios.
Sabía que Elliot sentía que estaba actuando de manera sospechosa, pero yo no tenía ni idea de que él realmente ya se lo figuraba. Consideré por un momento la posibilidad de que Claudia pudiera haber soltado algo, pero rápidamente lo descarté. Ella me había dado su palabra y a pesar de nuestras diferencias, la creía.
Incluso cuando éramos niños, Elliot siempre había sido el que mejor me conocía, siempre viendo más allá de lo que yo mismo quería. Ayer había sido implacable, convencido de que me estaba comportando inapropiadamente.
Me mataba que tuviera razón. De repente me sentía enfadado y acorralado en una esquina, gritando que ella no significaba nada para mí. En el momento en que mis palabras salieron de mi boca, una sensación de culpabilidad y terror me golpeó violentamente el pecho, sabiendo, sin ni siquiera ver su cara, que la había herido.
Finalmente, cuando había logrado convencer a Elliot para que se fuera, el sonido de un teléfono móvil vibrando llenó el salón. Observé cómo se daba cuenta de que no estaba solo, asumiendo que tenía alguna mujer conmigo, y disculpándose antes de irse. Él no era el único que debía disculparse.
Cuando volví con ella, supe instantáneamente que el daño ya estaba hecho. Estaba distante, y evitaba mirarme a los ojos mientras se vestía, inventándose la excusa de que había quedado con una amiga. Intenté calmar sus miedos, recordándole que solo había dicho esas cosas porque le había prometido mantener nuestro secreto. Intentó decirme que todo iba bien, pero a estas alturas ya la conocía demasiado bien, y era incapaz de disimular delante de mí. Me las apañé para convencerla de que volviera a pasar la noche conmigo, jugando con su debilidad por mis caricias. Recé en silencio cuando ella aceptó sin demasiado entusiasmo, prometiéndome a mí mismo que haría las cosas bien. Y las haría bien porque la necesitaba. Porque la amaba.
Por primera vez en mi vida, conocía la profundidad de esas palabras.

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora