Capitulo 40

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Pov Anastasia

Por culpa del tráfico, entré en mi apartamento exactamente quince minutos antes de que él llegara. Corrí hacia el baño, me retoqué el maquillaje y me aseguré de todo estuviera perfecto. Tendría que pedir la cena. Saqué un montón de menús y comencé a buscar entre ellos cuando sonó el timbre. Mi corazón latía rápido y me levanté de la encimera, caminando hacia la puerta.

Eché un ojo por la mirilla y lo maldije en silencio. Estaba de pie, pasándose la mano por el pelo, sin la chaqueta del traje y con las mangas de su camisa blanca recogidas hasta los codos. La luz del pasillo caía justo en su cabeza, iluminando su pelo moreno, brillando. Tomé aire profundamente, sabiendo que no iba a haber manera de que esté hombre saliera de mi cama. Abrí la puerta y sin decir nada, se aproximó a mí, poniendo sus manos a ambos lados de mi cara y atrayéndome hacia él. En el momento en que sus labios se abrieron, los dos gemimos. Mis sentidos estaban desbordados y quería perderme en él; su esencia mientras me besaba, el sabor de su lengua cuando acarició la mía, los sonidos que salían de sus labios y la dureza de cuerpo presionándose contra mí.

-Cariño, he estado esperando esto todo el día.- Sus palabras abanicaron mis labios, y me aparté ligeramente, necesitando mirarlo.

-¿Entonces por qué has llegado tarde?- le pregunté con falsa severidad. Me miró confuso antes de ver su reloj.

-¿De qué estás hablando? No llego tarde. Te mandé un mensaje diciéndote que el tráfico era horrible, es solo que...- arqueé una ceja, mirándolo.

-Llegas. Tarde.

Sígueme el juego, Christian.

-Tienes razón. Llego tarde. ¿No habías dicho algo sobre un castigo?- preguntó con una sonrisa, mientras se daba cuenta.

Buen chico.

-Lo dije.- llevé mi mano hasta su pecho, mientras observaba como mis dedos acariciaban la suave tela de su camisa, sintiendo como se tensaban sus músculos bajo mis caricias. Volví a mirarlo a los ojos, observando cómo se tensaban las aletas de su nariz y su pecho subía y bajaba, incrementando su respiración. Agarré su corbata con mis manos, y enarqué una ceja, haciendo que un gemido escapara de su pecho. La retorcí, y lo atraje hacia mí, despacio.

-Dios, Anastasia.

-Sígueme.- Di un paso hacia atrás, trayéndolo conmigo, encantándome la manera en que se dejaba manejar por mí. Di otro paso y me siguió obediente. Sonreí para mí misma, y me giré despacio, agarrando su corbata con firmeza sobre mi hombro mientras lo guiaba a mi habitación. -Siéntate.- le dije en cuanto entramos, señalando la cama. Lo hizo en cuando se lo dije, mientras sus ojos escaneaban la habitación.

-Es tal y como me la había imaginado.- dijo, con una voz suave.

-¿Y cómo es?- le pregunté quedándome de pie junto al marco de la puerta, ansiosa y excitada de escucharle que se había imaginado mi dormitorio. Pasó la mano sobre la colcha rosa palo y sobre el dosel blanco que colgaba del techo.

-Es como tú. Suave, femenina, sexy, sofisticada; exactamente como me lo había imaginado. Y mentiría si dijera que no me lo he imaginado... cientos de veces.- Me miró de nuevo y la anticipación nos envolvió. -Te deseo, Anastasia. Más que nada. Quítate la ropa.

Mi corazón casi se sale de mi pecho y sentí como mis pezones se endurecían en cuanto dijo eso. Sacudí la cabeza y sonreí levemente para él.

-No. Hoy no estás tú al cargo.

Sin decir una palabra, se puso de pie, con las manos en la corbata, deshaciendo el nudo y tirándola al suelo. Sin dejar de mirarnos, me quité las horquillas de mi pelo, dejando que cayera por mis hombros.
Casi al unísono, nuestras manos agarraron nuestras camisas, desabrochando los botones rápidamente y apartándolas de nuestros cuerpos, mientras la tela caía al suelo, sonando en el silencio de la habitación. Me mordí el labio y se quitó los zapatos. Yo hice lo mismo con mis tacones. Sus manos se movían temblorosas mientras se acercaban a su pantalón, desabrochándolos lentamente antes de que se deslizaran por sus caderas. Había estado desnuda delante de él muchas otras veces, pero mis manos parecían inestables cuando intentaba desabrochar mi sujetador.

-Eres preciosa, Anastasia.

Su voz me sacó de mis inseguridades, y deslicé la tela por mis hombros, dejando que cayera por mis brazos hasta el suelo. Sentí orgullo cuando su aliento se cortó en cuando vio mis pechos. Mis manos se movieron hasta la cremallera de mi falda, deslizándola hacia abajo, atrayendo su mirada con el metálico sonido.
Había algo muy erótico en desnudarnos de esta manera, uno enfrente del otro, y sin tocarnos. Mi cuerpo literalmente dolía por sentir sus manos sobre mi piel. Lentamente, deslicé mi falda por mis caderas, dejándome tan solo mis medias y el liguero. Él se inclinó para quitarse su bóxer y me mordí el labio al ver la expresión de su cara cuando volvió a su postura y vio que no llevaba bragas.

-Pensé que te sorprendería. "- le dije provocando.

-Jodidamente preciosa. "

Mi SecretariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora