Pov Christian
Dos días más tarde.
Caminamos de la mano por las estrechas calles de adoquines, disfrutando de la noche estrellada. La acera todavía estaba mojada por la reciente tormenta, y el aire denso olía a lluvia. Caminábamos lentamente por la abarrotada calle, ambos perdidos en nuestros pensamientos. No había nada incómodo en nuestro silencio; tan solo disfrutábamos de estar juntos.
Doblamos una esquina familiar y sentí una ansiedad conmovedora. Me concentré en donde estábamos y lo que significaba esta noche, dejando que su cercanía me calmara mientras nos acercábamos al café. Las ventanas estaban llenas de carteles luminosos que centelleaban y decoración navideña. Cogí aire profundamente mientras mis pulmones se llenaban con el familiar olor de la piedra mojada, café y canela que venían de la panadería dos tiendas más abajo. Comencé a preguntarme como pude apartarme de esto tanto tiempo, como me las había apañado para no volver al lugar que había significado tanto para mí. Y mientras mis pensamientos volvían a centrarse en la mujer que tenía a mi lado, lo supe:
Tuve que encontrarla primero.
Entonces volví mi cabeza para observarla, sonriendo ampliaste ante su fascinación.
Estaba disfrutando de la ciudad, de simplemente caminar junto a mí, empapándose de todos los detalles de la misma manera que yo hice la primera vez que vine. Tenía grandes esperanzas en nuestra primera vez aquí, pero de ninguna manera estaba preparado para la manera en que su felicidad me afectaba. Sus ojos podrían iluminar las calles por las que caminábamos, deteniéndose en las pequeñas boutiques, las terrazas de las cafeterías, los mercados tan coloridos. Observé la ciudad a través de sus ojos, detallándolo todo - las diferencias, las excentricidades - a través de su excitada mirada.
Su alegría se convirtió en mi alegría, una lección más de como el verdadero amor me había atrapado.
Sacudí la cabeza, mirando a nuestras manos enlazadas balanceándose silenciosamente entre nosotros, haciendo que mi corazón se hinchara por ese gesto tan simple y todo lo que significaba para mí.
Ella suspiró, atrayendo mi atención a su cara. Su nariz y mejillas estaban rojas, y su pelo caía en ondas sobre sus hombros. Los primeros copos de nieve brillaban como diamantes en sus pestañas, y volaban cada vez que respiraba. El frio nocturno de diciembre era suficiente para obligarnos a ponernos abrigos y guantes, considerando incluso no salir. Pero nada en este mundo podría hacer que cambiara mis planes para esta noche.
Sin pensármelo más, la atraje hacia mí, rodeándola con mis brazos por los hombros mientras continuaba guiándonos hacia nuestro destino. Me devolvió el gesto, poniendo sus brazos alrededor de mi cintura y apoyando la cabeza en mi pecho.-¿Y eso por qué?- me preguntó mientras la liberaba de mi abrazo, levantando su barbilla para mirarla.
-Porque estás aquí- respondí, besando su cabeza y sonriendo.
Suspiró con alegría, inclinándose hacia mí mientras caminábamos, escuchando los sonidos de los villancicos navideños, ampliando nuestra felicidad. Estábamos llegando; una esquina más y estaríamos allí.
Mi mente se concentró en los regalos que llevaba guardados en el bolsillo de mi abrigo, y pensé en su inevitable reacción al verlos. Sabía desde hacía meses que quería que fuera mi mujer, pero siempre lo alargaba, preocupado por si era demasiado pronto. Poco después de hacer pública nuestra relación, le propuse que viviéramos juntos, ya que no había noche que no pasáramos juntos. Me sorprendió cuando me preguntó si malinterpretaba las cosas, si existía la posibilidad de que quisiéramos futuros distintos.
Tumbados uno al lado del otro en mi sofá, mis manos acariciaron su pelo en la oscuridad, y hablamos toda la noche. Hablamos de verdad.
Me habló acerca de sus miedos: que yo solo había estado interesado en un único tipo de relación con ella, que me quería desde Seattle y que desde ese día había estado preparándose para perderme. Me contó como decidió dejar de luchar contra eso y como me iba queriendo cada día más y más. Hablamos más sobre su miedo a decepcionar a mi familia, de lo agradecida que estaba por su amor y aceptación, y como deseaba que su madre todavía viviese para poder conocerme.
Calmaba mis miedos con tanta facilidad; sus palabras eran un bálsamo para mi ego dañado, me ayudaban a darme cuenta de que los dos habíamos necesitado tiempo para adaptarnos. Desde aquella noche, nunca me aparté, prometiéndome a mí mismo que le daría todo el tiempo que ella necesitara; que necesitáramos. A pesar de nuestros planes, apenas pasamos una noche separados.
Las cosas no fueron del todo perfectas, por supuesto. Ella decidió no quedarse en la empresa, algo que acepté a regañadientes. Pero tal y como predijo, hubo gente que habló de nuestra relación y sabía que a veces intentaba que yo no lo supiera. Me sentía culpable que ella hubiera dejado el trabajo que tanto amaba, y me preocupaba que al final me lo echara en cara.
También había días que discutíamos. Una de esas cosas que me volvían loco era su voluntad tan fuerte. Era tan terca e independiente como yo, algo que solía llevarnos a acaloradas discusiones, pero nunca dejaba que me encerrara en mí mismo y me hacía ver mi estupidez. La quería incluso más por eso. Anastasia había madurado tanto en el tiempo que llevábamos juntos, siempre recordándome que lo que teníamos era lo que importaba; el resto......... Me volví a enamorar de ella durante todo el tiempo siguiente, viéndola no como la mujer a la que no podía resistirme, si no como la amiga sin la que nunca podría vivir.
Hace unas pocas semanas, mi padre me había puesto al día sobre una posible oficina en Nueva York. Mi primera reacción fue declinarla, pensando instantáneamente en ella. No había manera de que pudiera tomar una decisión de ese calibre sin consultárselo. Sabía que no podía vivir sin ella, de eso estaba seguro. ¿Sentiría ella lo mismo? Cuando se aproximaba la fecha límite, se lo mencioné. Su respuesta me sorprendió y alegró a la vez.
Me miró contemplativa durante un momento, a los ojos, diciéndome que estaba preparada y quería que fuéramos.
Supe que era el momento.
Al siguiente día cuando salí a comprar, en el momento en que vi el anillo que ahora estaba en mi bolsillo, supe que era perfecto para ella. Me las apañé como pude para mantenerlo escondido, soñando todo este tiempo con el día en que la haría mi mujer.
Mientras girábamos la última esquina y pude ver mi cafetería, la intensidad de mi anticipación me dejó sin palabras.
-¿Es este?- me preguntó excitada, recordando la historia que le había contado, de cómo había cambiado mi sendero en la vida la noche que visité ese pequeño café años atrás. Asentí mientras le abría la puerta, y mi cabeza se sumergió en los recuerdos de mi pasado, en las esperanzas que tenía para el futuro. Todo culminaba con este poderoso momento que literalmente me quitaba el aliento.
Casi siete años atrás, estaba sentado en el mismo sitio, aterrorizado y lleno de dudas, sabiendo que mi vida estaba en un cruce de caminos. Sabiendo que mi próximo movimiento moldearía el resto de mi vida. Pensé en la canción que sonaba aquella noche, Je ne regrette rien, y como la letra había moldeado el hombre que debía ser.
Percatada de mi estado de ánimo, me miró con curiosidad mientras caminábamos hacia una mesa en el fondo. Estaba sorprendido por lo poco que el sitio había cambiado. Desde la tenue iluminación hasta las mesas de hierro, este lugar seguía el mismo, todavía colocadas como habían estado años atrás.
Observé como ojeaba el menú, mordiéndose el labio y frunciendo el ceño de manera adorable, intentando entender el francés. Quizás nuestras lecciones habían sido productivas después de todo. Miró hacia arriba y se encontró con mis ojos, mirándome preocupada desde el otro lado de la mesa.
-¿Amor?
Puso su mano encima de la mía acariciándola gentilmente, y levanté la barbilla para mirarla a los ojos. La misma preocupación resonaba en mi corazón. Me moví para entrelazar nuestros dedos; no podía ver un futuro para mí mismo sin incluirla a ella, como mi compañera, mi mejor amiga, mi mujer.
Mirándola a los ojos, viendo su preocupación, dejé que todas mis dudas cayeran de mis hombros. A pesar de lo que pudiera contestarme esta noche, me quería.
Completamente.
Pasé mi pulgar sobre su anillo y sonreí, intentando recordar cada segundo de todo esto.
Ella se inclinó hacia adelante, dejando sus labios a milímetros de los míos y me acarició la mejilla.
-Te amo- susurró, plantando un beso cerca de mi oreja. Jadeó suavemente y levantó la cabeza, mirando por encima de mi hombro. -Está nevando.- Me giré brevemente y observé los copos de nieve que caían al suelo, antes de volver mi atención a ella de nuevo. -Es tan bonito- murmuró, con la felicidad plasmada en su cara.
-Lo es.- dije alcanzando su mejilla y acariciándola con la parte delantera de mis dedos. -Je ne regrette rien- murmuré para mí mismo, mi corazón comenzó a latir más rápido al saber lo que venía a continuación. La completa verdad de esas palabras resonaba en mi interior. Se giró y sonrió con complicidad, comprendiendo la familiar frase. -Sabes...- comencé a decir, antes de que ella pudiera hablar. -Antes, eso siempre había sido verdad. Los errores me ayudaron a madurar. Pero ahora entiendo que, de todos los errores que he cometido en mi vida, el único del que me arrepiento es no haberte querido antes; te mantuve alejada durante tanto tiempo.
-Yo...- comenzó a decir, pero yo continué.
-Nunca quise estar sin ti, amor- comencé, acariciando su mandíbula con mi pulgar. -Estoy tan agradecido de que me ames. Tengo tantos defectos... he cometido tantos errores, y a pesar de todo eso, tú me quieres.
Ella sacudió la cabeza mientras acariciaba mi pelo con su mano.
-Te amo tal y como eres.
Cerré los ojos y absorbí sus palabras, sintiendo como la verdad de ellas me embriagaba. Besé su mano antes de meter la mía en el bolsillo, y coloqué las piezas sobre la mesa, ante ella. Su mirada siguió la mía y observé como su expresión capturaba ese momento de completo entendimiento.
-Oh dios mío- dijo casi jadeando, colocando una mano temblorosa sobre su boca mientras sus ojos brillaban por las lágrimas. -Yo no...
En la mesa había una pequeña figura de la torre Eiffel, con el anillo colocado a su alrededor.
-Quiero darte el mundo- le dije, moviéndome para arrodillarme frente a ella. -Esto es solo la primera pieza.- Cogí sus manos entre las mías, besando el reverso antes de mirarla a los ojos, observando cómo las lágrimas descendían por sus mejillas sonrojadas. -No pienso dejar pasar un segundo más sin decirte lo que significas para mí. Nos ha llevado un tiempo llegar aquí pero te deseo de una manera que nunca jamás querré a nadie.- Saqué el anillo. -¿Quieres casarte conmigo?
Ella asintió, incapaz de hablar y tomé su mano con la mía, colocando el anillo en su dedo. Lo besé gentilmente, cerrando los ojos mientras la magnitud de lo que esto significaba, me invadía.
Había dicho "sí"
Me acerqué hasta quedarme arrodillado entre sus piernas.
-Te amo- susurré, secando una lágrima con mi pulgar. Cuando me miró, sus ojos estaban llenos de amor y alegría, y me sentí realizado, más fuerte de lo que había sido nunca. Agarró mi camisa y me atrajo hacia ella, chocando sus labios contra los míos.
-Yo también te amo- me dijo sin aliento entre besos. -Te amo más de lo que creía.
Me reí con los ojos llorosos mientras me besaba la cara, haciendo un puño con sus manos en mi pelo.
El mundo a nuestro alrededor había desaparecido mientras sus labios se encontraban con los míos. Las voces desaparecían en el fondo, la música flotaba como un murmullo distante. Mis sentidos se concentraban en la mujer que tenía en mis brazos, sintiendo su pelo sedoso en mis dedos, su sabor, los sonidos que hacía.
-Llévame al hotel- murmuró, acariciando la forma de mi mandíbula. Asentí, levantándome de un salto y dejando unos cuantos billetes sobre la mesa, antes de coger su mano y salir por la puerta.
Prácticamente corrimos la distancia hasta nuestro hotel mientras los copos de nieve caían a nuestro alrededor, deteniéndonos varias veces para besarnos fervientemente. En cuanto entramos en el ascensor yo ya estaba preparado para arrancarle la ropa, pero mantuve la paciencia. Cuando las puertas se abrieron, salimos al pasillo, sin importarme si nos veían y encantado de no tener que preocuparme por eso nunca más. Abrí la puerta con la tarjeta y la tiré en cuanto entramos en la habitación, cerrando la puerta mientras su cuerpo se presionaba con brusquedad.
-Te necesito- jadeó, moviendo los dedos frenéticamente para desabrochar mi chaqueta, con sus labios recorriendo mi cuello.
-¿Aquí?- pregunté. Ya tenía el abrigo tirando en el suelo, y la camisa prácticamente arrancada y tirada en la silla que tenía al lado.
-Por favor- dijo rogando. Mi camisa pronto siguió a la suya y me estremecí cuando la fría madera de la puerta chocó contra mi espalda. El sonido de mi cinturón y cremallera siguió al del roce del pantalón vaquero, pero no tenía tiempo para concentrarme mientras ella lo bajaba por mis caderas.
Nos giré, colocándola a ella contra la puerta, y bajando mis manos por sus piernas y por debajo de su falda... Gruñí cuando sentí sus medias, y tracé con mis dedos las líneas del liguero negro que me dejó que le comprara unos días antes. Continué explorando lo que se escondía de mi vista, haciendo una pausa cuando me encontré con algo inesperado.
-Joder, nena. ¿Esto es lo que creo que es?"- le pregunté, sintiendo la textura del delicado encaje bajos mis dedos.
Ella asintió y dejé caer la cabeza sobre su hombro, recordando esas bragas colgadas del perchero. Le subí la falda hasta sus caderas, presionando mi miembro contra el encaje húmedo.
-Joder,- gruñó mientras sus manos se enredaban en mi pelo. -Házmelo como solías hacerlo.
Sus simples palabras dispararon algo salvaje y primario en mi pecho.
-¿Quieres decir, como cuando no podía respirar hasta que estaba dentro de ti?- le pregunté, gruñendo mientras su lengua acariciaba su labio superior.
-Sí- respondió.
Mis manos se movieron hasta su cintura, casi revoloteando en la delicada cremallera de su falda, con su pesada tela interrumpiéndonos. Jadeó cuando la deslicé por sus caderas y aterrizó alrededor de sus pies.
-¿Cómo me volvía loco imaginándome que te volvía a tocar?- murmuré contra sus labios, acariciando sus costillas con sus dedos, sintiendo como su piel reaccionaba a mi tacto.
-Joder, sí
-¿Cómo cada día me imaginaba lo que llevabas debajo de la ropa?- Tracé la forma de su pecho por debajo del sujetador, pellizcando el pezón por encima del suave encaje, provocando en ella suaves gemidos que me incitaban a continuar.
-Yo te imaginaba desnudo- susurró mientras apartaba los tirantes de sus hombros. -Cada día.
-Imaginaba como sería tu sabor- me arrodillé, pasando mis labios por sus pechos antes de agarrar su pezón rosa con mi boca. Gemí en cuanto lo sentí contra mi boca, mientras ella agarraba con fuerza mi pelo.
-Me encanta cuando hablas así- susurró apoyando la cabeza contra la puerta.
Me moví hasta su otro pecho, mordisqueándolo con los dientes y explotando con mi mano cada centímetro de su piel.
-Quería hacértelo en cada sitio que nos rodeaba. En mi mesa, en tu mesa, en mi coche, en la sala de conferencias...- Me las apañé para deslizar una mano entre sus piernas, trazando círculos en su clítoris. Se arqueó ante mi tacto, como siempre solía hacer. -¿Te gusta eso, verdad?- le pregunté en voz baja, sonriendo contra su piel.
-Todavía recuerdo como me sentí... al tenerte por fin dentro de mí- respondió sin aliento. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos.
-¿Nos habías imaginado de esta manera, nena?- le pregunté. Quería saber si había estado tan atormentada como yo.
-Todo el tiempo... desde la primera vez que te vi.
Me puse de pie, gruñendo contra su boca, recordando como necesitaba sentirla de esta manera, y como me encantaba que pudiéramos hablar sobre eso ahora. Mi mano agarró el negro satén, y mi pulgar tanteó los delicados botones a lo largo de su espalda.
-Así que quieres que te lo haga como solía hacerlo...- le dije provocando, llevando mis manos hasta sus caderas y girándola hasta encarar la puerta. Eso era jodidamente sexy. -Joder- murmuré, acariciando con mis dedos la tela. -Esto es tan... y como pensé que sería.- Le aparté el pelo hacia un lado, y mis labios acariciaron su hombro, agarrando con mi mano la tela. Besé su oreja. -Es una pena que tenga que romperla. ¿Quieres que lo haga?
Arqueó la espalda y asintió en silencio, apretando su cola contra mí.
Me encantaba que ella quisiera eso.
-La tengo tan dura ahora,- murmuré, pasando mi mandíbula por su cuello, sabiendo que el tacto rasposo solo añadía placer a su desesperación. -Quiero que digas mi nombre.- Observé como la delicada tela se apretaba contra su piel, y su cuerpo temblaba por mis palabras. -Grita mi nombre.- Una a uno, los pequeños botones cedieron y cayeron a la alfombra. Todos los músculos de su espalda se tensaban con cada respiración, haciendo palpable su anticipación. Los arranqué completamente, haciendo que jadeara mientras apartaba por completo la tela de su cuerpo. Gimió en alto, presionando su frente contra la madera. -Eres tan preciosa,- dije jadeando, enredando mis manos en su cintura, moviendo mis ojos hambrientos por sus curvas. -No puedo esperar a que seas mi mujer.
Se giró rápidamente y me atrajo hacia ella, agradeciéndome en silencio mis palabras. Su calor contra mí era increíble, pero el suave encaje de su sujetador no era bienvenido.
Quería sentirla y ella quería lo mismo; la necesidad en su fiero beso casi me pone de rodillas.
-Esto... fuera.- dijo contra mi boca mientras se lo quitaba. El espacio entre nosotros se llenó de gemidos y susurros de placer, mientras sus dedos se deslizaban por mi cuerpo hasta agarrar mi miembro. Sus uñas me arañaban ligeramente, sintiendo la suave piel de su pulgar acariciando despacio la punta. Cerré los ojos, sintiendo cada dedo cerca de mí. -Te necesito- susurró, moviendo las manos hasta mi cuello, acercándome. Mi miembro descansaba contra su estómago, y levanté la mirada, buscando su cara con mis ojos, antes de volver a su boca.
Joder, yo también la necesitaba.
Con un solo movimiento la levanté, presionando su espalda contra la puerta, mientras un temblor sacudió mi cuerpo cuando ella me envolvió con sus piernas. Mis labios acariciaron su hombro en cuanto entré en ella, estremeciéndome cuando su calidez me envolvió. Su cabeza cayó hacia adelante y su mano se movió hacia mí de nuevo, agarrándose a mi pelo.
-¿Todavía como la primera vez?- le pregunté, apenas incapaz de hablar.
-Sí- jadeó, apretando más las piernas, flexionando sus muslos a mí alrededor. Con mi cara enterrada en su cuello, comencé a moverme en su interior, deslizando su cuerpo contra la madera con cada embestida.
-Todavía recuerdo cada segundo... como te veías debajo de mí.- susurré, lamiendo gentilmente su cuello.
-Como te veías mientras me follabas. Como me sentía al saber que yo hacía que me miraras así.- dijo con fiereza, chocando sus caderas contra las mías, nuestros movimientos perfectamente sincronizados como siempre.
-Era como la fantasía que siempre había tenido- jadeé, encantado por la manera en que ella se agarraba a mis hombros, a mi pelo, y cualquier sitio que alcanzara. Ahora quería más, así que entré más profundo, más duro, presionando mis dedos en su piel.
Levantó los brazos sobre su cabeza, buscando algo para agarrarse.
-Si me lo hubieras hecho antes, te habría dejado... podías tener cualquier parte de mi cuerpo si quisieras.
-No digas eso,- le rogué. -No digas que podía haber estado contigo todo ese tiempo.
Mi cabeza cayó sobre su hombro, tensando mis músculos mientras mi liberación comenzaba a formarse.
-Te deseaba tanto,- jadeó contra mi pelo. -Y ahora eres mío.
Y ahora eres mío.
Era suyo.
-Oh dios, nena... joder- jadeé, abrumado por sus palabras, sintiendo que comenzaba a temblar.
-Allí- dijo señalando. Lo entendí y la llevé con piernas temblorosas hasta el diván que había al lado,
desenroscando sus piernas de mi cintura en cuanto me senté. -No- comenzó a decir, sacudiendo la cabeza. -Túmbate.- Sentí las palmas de sus manos empujando bruscamente el pecho, y el suave terciopelo contra mi espalda.
Mis ojos la consumieron, y mis manos acariciaron su piel, agarrando sus pechos cuando comenzó a moverse encima de mí. Ella era la perfección, completamente perdida en la sensación de nuestros cuerpos conectados. Se pasó la lengua por su labio inferior antes de agarrarlo con los dientes, cerrando los ojos concentrada, y su pelo cayendo en cascada por su piel sudada.
Sus pezones rozaron las palmas de mi mano mientras me cabalgaba, y los acaricié con mis dedos antes de pellizcarlos ligeramente.
-Más fuerte- jadeó, agarrando mi mano, animándome a embestirla más firmemente. Me gustaba eso de ella, que pudiera decirme lo que quería. Levantó una pierna sobre mi hombro, forzándome a penetrarla más profundamente. La fricción que rodeaba a mi miembro era demasiado perfecta como para aguantar.
-Voy a correrme... voy a correrme- gemí, aterrorizado de que ella aún no hubiera llegado. Moví mi mano entre nosotros, trazando círculos sobre su clítoris. -¿Estás cerca?
-Joder, sí- gruñó. -Más.- Con mi mano libre la agarré con más fuerza, levantando las caderas del diván para enterrarme más profundamente. -Sí, justo así.- Se inclinó hacia adelante, moviendo su mano sobre mi pecho y clavando las uñas en mi piel. Con un gruñido, me comencé a tensar, esparciéndose la sensación de mis piernas y estómago por todo mi cuerpo. Gimió mi nombre, sonando desesperada mientras sentía como se corría a mí alrededor.
Agradecido de poder terminar, cerré los ojos y con una última embestida, me liberé en su interior. Ella se colapsó contra mi pecho.
-Eso ha sido...- dijo entre jadeos.
-Lo sé- respondí con voz temblorosa. -Siempre lo es. "- La rodeé con mis brazos. -No sé si podré andar.- Se rio contra mi cuello y besé su pelo, exhalando profundamente mientras intentaba recuperar el aliento. Pasé mis manos por su espalda desnuda, deleitándome en estos momentos de perfección. -¿Tienes frío?- le pregunté cuando sentí un escalofrío en su cuerpo.
-No- respondió suavemente. Me reí mientras me sentaba, llevándola conmigo hasta nuestra cama de enorme tamaño. La tumbé y yo me tumbé detrás, atrayendo su espalda hacia mi pecho.
-Te amo- murmuré, colocando su pelo sobre la almohada. Suspiró y giró la cabeza para besarme.
-No puedo creer que vayamos a casarnos- dijo sonriendo.
-Lo sé,- respondí, pasando mis labios por su cuello y mandíbula. -No puedo creer que te haya engañado para que me dijeras que sí.
Se rio de nuevo. Ese sonido seguía siendo mi favorito. Levantó la mano para admirar su anillo.
-Seremos señor y señora- dijo despacio, y sentí como se dibujaba una sonrisa en su cara.
-Dios mío- dije sin aliento, girando su cara para encontrar sus labios otra vez. -No había...
-Lo sé- respondió. -Yo tampoco.
Dejé que la idea de su nombre junto al mío se repitiera una y otra vez en mi cabeza, sin estar preparado para saber cómo debería sentirme. De repente todo parecía tan real.
Íbamos a casarnos; algún día tendríamos hijos. A pesar de todos los obstáculos que el mundo había puesto en nuestro camino, que nosotros habíamos puesto, lo habíamos conseguido.
Había aceptado ser mía, y yo suyo.
Me imaginé como sería verla embarazada de mi hijo, construir una familia juntos. Ella había hecho que me diera cuenta de lo mucho que deseaba esas cosas, lo excitado que estaba por comenzar nuestra vida juntos.
-¿Cuándo quieres que nos casemos?- le pregunté, pasando mis dedos por su brazo. Se quedó pensativa un momento antes de responder.
-Creo que este verano.- Giró la cabeza para mirarme. -¿Es pronto?
Sonreí y sacudí la cabeza.
-Me casaría contigo mañana.- Le contesté. -¿Cuántos hijos quieres?
-Cuatro- respondió, asintiendo con la cabeza ligeramente.
-¿Pronto?- pregunté, acercándome más y descansando mi mano sobre las suyas.
-Pronto.
Exhalé profundamente, sintiéndome completo. Mis párpados comenzaron a cerrarse en cuanto el cansancio comenzó a invadirme.
Me levanté a la mañana siguiente con mis brazos agarrados a una almohada, no a mi prometida. Me froté los ojos y me pasé la mano por mi rasposa mandíbula, sentándome y mirando alrededor de la fría habitación, sin estar preparado para lo que iba a ver.
Las puertas del balcón estaban abiertas, y mirando hacia las vacías calles de Paris, estaba ella. Me puse de pie despacio, apoyando mi espalda contra el marco de las puertas, con la sábana atada a mis caderas mientras mis ojos se movían sobre todo su cuerpo. Estaba completamente desnuda y sus brazos descansaban sobre la barandilla, con la espalda arqueada mientras el sol iluminaba su suave piel. Los rayos matutinos brillaban sobre la única cosa que llevaba puesto; su anillo de compromiso. Llevaba el pelo recogido sobre su cabeza, dejando caer pequeñas ondas que se movían por la brisa fría del aire.
Me moví despacio hasta quedar detrás de ella, sonriendo cuando sus brazos se levantaron por encima de su cabeza para aferrarse a mi pelo. Nos tapé con la sábana, acercándola a mí, y plantando una línea de besos por su cuello.
-Buenos días- susurré, deleitándome en como su cuerpo se inclinaba hacia mí.-Mmmm buenos días.
-¿No tienes frío?- le pregunté, abrazándola más fuerte en un intento por calentar su frío cuerpo con el mío. Ella se encogió de hombros.
-Estaba empezando a hacer un poco de frío, "- respondió. -"Pero es todo tan precioso y me siento tan...- Su voz se fue apagando y señaló la Torre Eiffel.
Sabía exactamente lo que quería decir.
Mi mano se movió despacio por su cuerpo, descansando mi brazo en su cintura. Puse mi barbilla en su hombro y observé cómo el mundo se movía. Una suave sonrisa se dibujó en su mejilla, apretada contra la mía. Cerré los ojos y le di otro beso en su cuello, temblando en cuanto una corriente de sensaciones me embriagó. Me quedé allí de pie, llenando mis pulmones con el familiar olor que tanto había echado de menos, acariciando su piel con mis labios, sabiendo que todo lo que podía desear de este mundo estaba en mis brazos.
-Te amo- susurró, moviendo su mano hasta colocarla sobre la mía.
-Le coeur a ses raisons- murmuré contra su piel, cerrando los ojos, entendiendo el significado de esas palabras por completo.
-El corazón tiene sus razones- dijo suavemente, traduciendo perfectamente mis palabras.
-Que la raison ne connait pas.- Sonreí, esperando a que continuara.
-Que la razón no conoce
-Je t'aime
-Te amo
THE END
________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
Holandaaaaa....
Amiguitas esta historia ha llegado a su fin y solo quiero agradecerles por leerla y aceptarla, me encanto leer sus comentarios.... espero que sigan leyendo las otras historias y en serio muchas gracias.
ESTÁS LEYENDO
Mi Secretaria
FanfictionLa historia original es de Bere Pico, adaptada por mi Christian Grey es un capullo HERMOSO, con clase. En este punto de su vida lo tiene todo; dinero, coches y mujeres. Anastasia Steele es su guapísima secretaria, y durante nueve meses, él ha he...