Esteban, de repente, abre los ojos y se encuentra al pie de un enorme pasillo oscuro. Comienza a caminar, pero sus pasos se son lentos y pesados. Siente miedo, mucho miedo. Finalmente, después de un momento y con muchísima dificultad, llega al final del pasillo, frente a una puerta, la cual parece resultarle familiar. Su cuerpo tiembla. Se arma de valor y abre la puerta. Pero lo que ve dentro, lo horroriza tanto, que grita. Esteban, del susto, despierta en su casa, en su habitación, en su cama. Todo fue una pesadilla... ¿O no lo fue?
Esteban sintió alivio al darse cuenta de que todo había sido un mal sueño. El sol brillaba imponente esa mañana. Colaba sus rayos por la ventana de la habitación del muchacho, golpeándolo directamente en el rostro. Recordando que no había pasado la noche solo. Sonríe. Comienza a buscar con su mano el cuerpo de Adán. En ese momento se da cuenta de que está solo en la cama.
Se levanta de un brinco de la cama y comienza a buscarlo. En el baño no está. Sale de la habitación, y lo encuentra dormido en el sillón de la sala. Esteban se siente desconcertado. No se explica en qué momento Adán se había salido de la habitación sin que él lo notara. Tampoco le da muchas vueltas al asunto. Lo primordial es que está con él. Observa por un rato dormir a Adán. Le causa mucha emoción. Lo vio dormir con tanta paz que no se atrevió a despertarlo.
—¿Y ahora qué hago? —se preguntó a sí mismo— ¡Ya sé! —se respondió después de pensarlo por unos segundos— Voy a preparar el desayuno. Solo espero que no se despierte muy pronto. Me emociona mucho la idea de cocinar para él. Quisiera que ya todo esté listo para cuando despierte —y se fue con mucho sigilo para la cocina. Abrió su refrigerador y, con mucho espanto, descubrió que solo tenía dos limones podridos y un frasco salsa barbacoa vencido. Se apresuro a buscar su billetera, y salió a la tienda más cercana a comprar víveres. Salió tan a prisa que se olvidó de su celular. Una llamada hizo vibrar su celular; era Emiliano quien le llamaba:
—No sirve de nada. Es la tercera vez que le marco y Esteban no me contesta.
—Realmente crees que él sepa algo de papá.
—Es lo único que se me ocurre. Recuerda que fue el último en llegar a la fiesta. Lo vimos cuando nosotros estábamos saliendo. Papá seguía dentro del salón en ese momento, así que, lo más probable, es que lo viera salir.
—Emiliano, aunque tengas razón, tampoco nos sirve de nada hablar con tu amigo. Lo único que vamos a confirmar es lo que ya sospechamos: que no se quedó a pasar la noche en el salón.
—Lo sé, Lucía. Pero algo tenemos que hacer y no se me ocurre nada más.
—Al menos, después de mucho, con el sedante que le puso el médico que tuvimos que llamar, al fin se quedó dormida. La crisis nerviosa que tuvo fue muy fuerte. No ha dejado de llamar a papá entre sueños.
—Eso me molesta. Que a pesar de lo que ocurrió, mamá no deje de pensar en el idiota de papá.
—¿Por qué no vas a casa de Esteban a hablar con él? Así salimos de una vez por todas de dudas.
—No, al menos no por ahora. No voy a moverme de su lado hasta que despierte, y compruebe por mí mismo que ya está mejor. Adán, tu padre, tarde o temprano tendrá que aparecer y dar la cara.
—Yo no recuerdo haberlos visto discutir alguna vez, ¿y tú? —Lucía acaricia el cabello de su madre.
—No, tampoco. Pero eso no es justificación para lo que papá hizo. Cuando venga va a tener que explicarme, de hombre a hombre, por qué humillo de esa forma tan ruin a mamá.
A Esteban le tomó unos treinta minutos el ir y regresar del supermercado. Apenas podía caminar por la cantidad de bolsas con las que regresó. Adán seguía dormido cuando el entró a casa. Así que, sin más preámbulo, se metió directo a la cocina. Miraba el contenido de las bolsas una y otra vez, tratando de decidir que cocinar, pero su mente estaba en blanco. Esteban no es hábil en la cocina. Para él, lo más fácil, es comprar comida en la calle y, al llegar a su casa, calentarlo en el microondas. Pero ese día era especial y el mismo quería preparar la comida.
—¡Muy bien, Esteban, cocinemos! —exclamó con emoción— Pero ¿qué cocino? —la emoción se convirtió en confusión—. Traje muchas cosas, pero no muchas de estas cosas se pueden preparar juntas —observó con desolación los víveres—. Podría preparar cereal con leche, aquí tengo la leche, pero no compre cereal. Me pregunto si puedo sustituir el cereal con estos granos de café. Digo, ambos están hechos a base de granos, ¿no? —comenzó a revisar lo que había comprado, de uno en uno—. Aquí tengo pollo, podría preparar una sopa, que de seguro le caerá bien en el estómago después de todo lo que bebió. ¡Eso es, prepararé una sopa de pollo!... ¿Cómo se prepara una sopa de pollo? Claro, necesito verduras. Tengo chícharos, remolacha, un pepino y esta hoja que no tengo la más mínima idea de lo que sea. ¿Cómo pude comprar tantas cosas y que ninguna me sirva? ¿Qué voy a hacer? Creo que tendré que pedir una pizza, pero ya me gasté todo mi dinero. Calma, Esteban, respira hondo, no todo puede estar perdido. Por alguna razón traías tantas bolsas, no es posible que no trajeras nada que pueda servirte —revisó una vez más lo que había comprado y se percató que, lo que le hacía bulto, era un montón de fruta—. Con esto puedo preparar un enorme y delicioso... ¿tazón de frutas! —dijo con decepción, rascándose la cabeza—. Soy una verdadera decepción. No es posible que no haya podido hacer bien algo tan simple como comprar comida. ¡Eres un genio, Esteban! Ni el tazón de frutas puedo preparar, solamente compre ciruelas, papaya y aguacates. Eso es lo que venía haciendo bulto.
El monólogo de reproches continuó por un rato. Él se sentía mal, muy mal, cada vez peor. Se recriminaba el no haber comprado algo ya preparado, se daba topes contra la mesa por eso. Cuando estaba por tirar sus compras a la basura, recordó que en su alacena tenía harina para panqueques. Entonces volvió a rebuscar entre sus bolsas y encontró un par de huevos y miel de maple. Recordó entonces que, antes de comenzar a meter cosas a lo loco y sin pensar en su carrito del supermercado, había metido lo necesario para preparar unos panqueques. La emoción volvió a embargarlo... aunque duró muy poco, Esteban jamás ha preparado panqueques.
En su alacena estaba esa caja con harina, porque alguna vez dijo que quería aprender, pero como siempre le resultaba más fácil comprar comida preparada, no lo hizo. Sin importarle más nada, estaba decidido a cocinar algo. Y ya que los panqueques parecían la mejor opción, puso manos a la obra. Leyó las instrucciones de la caja, las tretas parecían volverse kanjis al ser incapaz de comprender nada. A como pudo, preparó la mezcla, la cual parecía "vómito de vaca con mal de estómago", o al menos así lo llamó él.
—No creo que esto debiera verse así, pero me imagino que podría estar peor. Voy a picar papaya y ciruela para echárselo a la mezcla y espero que, con eso, al menos, tenga un buen sabor —así lo hizo, y minutos después, el "vómito de vaca con mal de estómago" ... la mezcla, estaba lista—. Según lo que dice aquí en la caja, antes de verter la mezcla en el sartén, tengo que poner un poco de mantequilla a derretir, pero, para variar, ¡olvidé la mantequilla! ¿Será indispensable ponerle mantequilla al sartén? Yo pienso que no. Los cocinaré solo así.
Esteban puso su sartén sobre el fuego y vertió casi toda la mezcla que había preparado de un solo tirón. Según él, Adán despertaría con mucha hambre, y quería hacerlos grandes para que pudiera saciarse.
—Creo que a la mezcla le hizo falta más ciruela y papaya... espero que Adán me disculpe por eso.
La mezcla no parecía estarse cocinando. Esteban sintió la necesidad de ir al baño. Pensó que no pasaría nada si dejaba eso solo por unos segundos mientras iba a orinar. En lo que él se fue, la sartén comenzó a despedir una enorme cantidad de humo que se regó rápidamente por la cocina y el resto de la casa. Esteban sintió el olor a humo desde el baño, justo cuando se estaba lavando las manos. Corrió rápidamente de regreso a la cocina, solo para encontrarse con que la sartén se había prendido en llamas.
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Adán y Esteban
RomanceEstán por cumplirse veinticinco años desde que Adán y Mayra unieron sus vidas en matrimonio. Durante ese tiempo ellos dos han sido completamente felices: nunca han discutido por nada que no pueda arreglarse con hablar calmadamente y darse un beso. S...