Capítulo 10: "El primer día de trabajo de Esteban"

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Adán se emocionó mucho al ver a Esteban, pero hizo un gran esfuerzo para disimularlo. Caminó hacia su escritorio, tomó asiento y le ofreció asiento a Esteban. Adán se recostó sobre el respaldo de su silla, entrelazó los dedos de sus manos y los llevó hacia su boca, y permaneció así, sin decir nada. Esteban comenzó a sentirse incómodo.

—Entonces, Licenciado, si...

Adán lo interrumpe, y le dice:

—Dime Esteban, ¿a qué se debe esté súbito cambio de opinión? Me llama mucho la atención. Anoche me dejaste muy claro, cuando hablamos frente a tu casa, que preferías buscar empleo por tu propia cuenta.

Esteban quedó choqueado con lo que Adán le acababa de decirle, no se lo esperaba, y pudo responder de manera inmediata. Adán no le apartó la mirada ni por un momento. Y Esteban tenía claro que debía responder algo, pero tenía idea de que. Un silencio incómodo se adueñó del lugar, y el tiempo pareció haberse vuelto muy lento. Adán seguía observándolo, a cada momento su mirada se volvía más incisiva. El cuerpo de Esteban, por culpa de los nervios que sentía, comenzó a sudar.

—¿Y entonces? —le preguntó Adán a Esteban, haciéndolo pegar un brinco y sacándolo del trance en el que se encontraba.

—Porque quiero y deseo estar aquí, a su lado, y aprender todo lo necesario para convertirme, en el futuro, en un excelente abogado, uno tan bueno como usted —respondió el muchacho con suma torpeza al hablar.

Adán, quien esperaba otro tipo de respuesta, hizo un gesto de fastidio.

—Sabes cuantos muchachos como tú, a lo largo de todos estos años, me han dicho exactamente esas palabras.

—Supongo que muchos.

—En efecto, han sido muchos, tantos que soy incapaz de recordar sus rostros. Nunca, en todos estos años, he aceptado a nadie que venga a pedirme empleo. Mis compañeros, los otros abogados que conforman conmigo este bufete, se vieron atraídos hacia mí a medida que fui ganando notoriedad, pero comprendieron que venir aquí, a tirarme flores para que los dejara trabajar conmigo no iba a servir nada. Entonces siguieron sus caminos, se ganaron con su propio esfuerzo la fama con la que ahora gozan, y solo en ese momento, cuando yo me vi atraído hacia su trabajo, fui y les ofrecí, como a ti, trabajar conmigo. Este bufete no está integrado por un grupo de adoradores míos que dependen de mí para resaltar, está conformado por un excelente grupo de abogados que, con los años, hombro a hombro, trabajando duro y de manera honesta, hemos conseguido, todos, hacer crecer nuestras propias carreras, y de paso, como un beneficio adicional, darle reconocimiento a nivel internacional a este bufete.

Para Esteban, el escuchar hablar a Adán con tanto orgullo lo hizo sentirse cómodo, en confianza e, incluso, parlanchín.

—En la facultad he escuchado a muchos de mis compañeros hablar sobre usted y este bufete.

—Espero que lo que digan tus compañeros sean puras cosas buenas.

—¡Por supuesto que sí!

—Y mi hijo, Emiliano, ¿te ha dicho algo?

—Bueno, no; él nunca habla de usted.

Adán comienza a reír.

—¿Sucede algo?

—Nada. Continúa, ¿qué dicen tus compañeros de la facultad?

—Bueno, todos sueñan con hacer sus pasantías aquí, sin embargo, es muy sabido por todos que usted no acepta practicantes.

—Eso no es del todo cierto.

—¿A qué se refiere?

—Hace unos cuantos años tuve un practicante.

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora