Llegaron a un restaurante y bar llamado La Rockola. El lugar recibe ese nombre por varias razones: una de ellas es su estilo de decoración retro. También, por contar con cantantes en vivo, los cuales interpretan canciones de artistas y grupos de la década de los años ochenta. Pero, principalmente, lleva ese nombre por contar con espacios específicos, en donde hay rockolas, y los clientes pueden elegir que canciones escuchar.
Adán y Esteban fueron recibidos por el hostess del lugar, el cual les dio la bienvenida, y los condujo a la mesa favorita de Adán; la cual se encontraba ubicada junto a una ventana con balcón, en el tercer nivel del restaurante. La vista desde allí era magnífica y se podía apreciar toda la ciudad. Esteban contemplaba la vista desde el balcón muy emocionado. Tan absorto estaba en eso que no se fijó en que momento, Adán, se paró detrás de él.
—¿Te gusta? —le preguntó.
Esteban dio un sobresalto, y sintió como un escalofrío recorría su espina dorsal. La cercanía de Adán era algo que, aunque no quisiera, lo inquietaba.
—Sí, mucho —respondió con el rostro rojo de vergüenza y tartamudeando al hablar.
Adán se paró a un lado de Esteban, y en silencio contempló, también, la vista de la ciudad.
—Esta es la razón por la que adoro venir a este lugar —acotó—. Hay algo aquí que simplemente te enamora —sonrió, y se fue a sentar a la mesa. Seguidamente, también, lo hizo Esteban.
Unos instantes después llegó un mesero para tomarles la orden. Adán pidió, como siempre, su whiskey escocés favorito y para comer ordenó un filete mignon. Le preguntó a Esteban si quería un whiskey, pero este se disculpó y le dijo que no estaba acostumbrado a beber, que prefería una naranjada con soda y una hamburguesa con papas para comer.
—Espero que no te moleste que haya puesto en la rockola música... como decirlo... emmm... ¿antigua?
—No me molesta en lo absoluto. De hecho este tipo de música es el que a mí me gusta —respondió Esteban.
La rockola estaba reproduciendo una pieza instrumental en saxofón, haciendo que el ambiente se torne sumamente agradable. Adán movía la cabeza al ritmo de la música. A esteban verlo hacer eso le causaba gracia; haciendo que se le escapara una pequeña carcajada, la cual trató de disimular, sin conseguirlo realmente.
—Sabes —le dijo, Adán —. Hacía mucho tiempo que no venía acompañado por nadie a este lugar.
—¿No trae a su familia?
—A ninguno de ellos les gusta este lugar —respondió mientras soltaba un suspiro —Emiliano y Lucía, siempre dicen que este lugar solo pone música aburrida y... bueno... Mayra está mucho más obsesionada con su trabajo que yo. Ahora que lo pienso, no recuerdo la última vez que tuvimos una salida romántica.
—Yo creo que es un lugar maravilloso. Desde que vine a vivir a esta ciudad, había pasado muchas veces por aquí, pero jamás me imaginé que un día podría entrar a conocerlo.
—Si eso piensas solo por la música, ¡espera a que pruebes la comida! —Adán no paraba de sonreír, y esa sonrisa contagiaba a Esteban. Daba la impresión de que, para ellos dos, en ese momento y lugar, no había nadie más —. Por cierto, Esteban, ¿cómo decirlo?... bueno... espero que con esta invitación a comer me puedas disculpar y queden olvidados los malos momentos que te he hecho pasar desde que nos conocimos.
—Por supuesto que sí —respondió Esteban con una sonrisa, sonrisa que Adán le devolvió.
El momento mágico entre ellos dos fue interrumpido, sin intención, por el mesero, el cual les llevó lo que habían ordenado.
—Entonces, Esteban, ¿no eres de aquí? —le preguntó Adán para continuar con la plática.
—No. Me mude de otra ciudad para estudiar el último semestre en la universidad. Fue allí donde conocí a Emiliano, su hijo, y nos hicimos grandes amigos.
—Esa es la razón por la que nunca te había visto en casa. Aunque, sabes, Emiliano a la única persona que, por lo general, lleva de visita a nuestra casa es a Azul, su novia.
Durante el resto de la tarde Adán y Esteban comieron, bebieron, rieron, cantaron y platicaron de una y mil cosas: los planes a futuro de Esteban, los casos importantes que el bufete de Adán ha litigado... Sin que lo notaran, el tiempo se les pasó como agua entre los dedos. Entre ellos dos había nacido, en aquel momento, una empatía muy grande... Cuando cayeron en cuenta del tiempo que había pasado, ya se había hecho de noche.
Adán llamó al mesero y pidió la cuenta. Luego de pagar los dos salieron de La Rockola con rumbo a la casa de Esteban. Mientras Adán conducía su auto la plática continuó, y con ella continuaron las risas, risas que, a momentos, hacían que a ambos les doliera el estómago. Sin que sintieran el trayecto, para ellos, en un abrir y cerrar de ojos, llegaron a la casa de Esteban. Y antes de que este se bajara, Adán le dijo:
—Me la pasé muy bien contigo, hoy. Gracias por regalarme la mejor tarde que he tenido en muchísimo tiempo, ¡me la pasé de maravilla contigo!
Esteban, visiblemente ruborizado, le respondió:
—Yo también me la pasé muy bien a su lado. Muchas gracias por la invitación —le dijo.
Adán le extendió la mano y Esteban la estrechó. Se bajó del auto, cerró la puerta, y Adán se marchó.
Adán llegó un rato después a su casa. Mayra, su esposa, lo esperaba en la sala. Al verlo entrar se paró a recibirlo. Le preguntó si quería cenar. Adán le respondió que ya había comido y que mejor se fueran a dormir.
—Cuando vine del trabajo, me contó Emiliano que te había pedido que fueras a dejar a Esteban su casa —le dijo Mayra mientras se metía entre las sábanas, junto a Adán.
—Sí. Al parecer nuestro hijo tuvo una emergencia color azul, por eso me pidió que llevara a su amigo.
—Independientemente a lo que ocurrió anoche, ¿qué te pareció Esteban?
—Me parece que es un muchacho muy agradable.
—A mí también me da esa impresión. Bueno, mi amor, buenas noches.
—Buenas noches, Mayra.
Adán y Mayra se dieron un beso y apagaron las luces de la habitación. Mayra se durmió casi de inmediato. Adán, por su lado, permaneció despierto un buen rato, pensando en el tiempo que había pasado junto a Esteban. No comprendía el porqué, pero se sentía muy feliz. Se quedó así hasta que el sueño lo venció...
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Adán y Esteban
Roman d'amourEstán por cumplirse veinticinco años desde que Adán y Mayra unieron sus vidas en matrimonio. Durante ese tiempo ellos dos han sido completamente felices: nunca han discutido por nada que no pueda arreglarse con hablar calmadamente y darse un beso. S...