Capítulo 21: "Las cosas se pasan, pero nunca se olvidan"

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—Nuestro encuentro fue casual. Tú has sido la casualidad más hermosa que he tenido en mi vida, Adán —Mayra deja caer algunas lágrimas.

—Mayra...

—Me juraste que siempre me harías feliz. Yo te creí. Por eso acepté dejar todo y convertirme en tu esposa.

—Éramos una combinación un tanto extraña, como de cuento de hadas: Una súper modelo y un joven del interior, el cual vivía mucha confusión, que tenía muchas más dudas que respuestas sobre lo que era.

—A mí no me importaron tus dudas. Yo aposté todo a ti, porque creí en ti como hombre. Pero anoche me hiciste arrepentirme de eso. Convertiste el cuento de hadas en un cuento de terror. Sentí tanto coraje en contra tuyo. No había sentido nada parecido antes —los reclamos continúan.

—¿Me odias?

—Mejor respóndeme tú, ¿mereces otra cosa que no sea mi odio?

—No. Aun así, no quiero perderte. ¿Podrías perdonarme?

—Adán, el problema no es que te perdone, porque a pesar de lo que te he dicho, no podría guardarte rencor. Te amo, eres el amor de mi vida, el padre de mis hijos. Es imposible que no pueda perdonarte. Veinticinco años no se pueden borrar solo porque sí —seca sus lágrimas, se pone en pie y camina hacia la baranda del parque.

—Entonces, si las cosas son como dices, ¿por qué estamos teniendo esta plática, que solo nos hace más daño?

—Porque necesito entender, entender qué fue lo que pasó, qué fue lo que te pasó.

—No tengo una respuesta para eso —respondió mortificado.

—¿En verdad esa es tu respuesta? —ella voltea a verlo con decepción—. Después de que me trataste peor que si fuera basura, pretendes que me conforme solo con eso, que ni siquiera es una respuesta.

—Mi am...

—¡No quiero que me llames así! —ella lo interrumpe— Te voy a explicar algo: No creas que te hice venir a nuestro lugar especial porque íbamos a reconciliarnos así, sin más. No creas que todo iba a ser borrón y cuenta nueva, que nos comemos a besos, nos tomamos de las manos, contemplamos el paisaje y luego regresamos a nuestra casa, junto a nuestros hijos y volvemos a nuestras vidas como si nada hubiera sucedido. No, Adán. No te confundas. La vida real no es así de fácil —la dureza en sus palabras iba siendo más grande a cada momento—. Debo admitirte que me dejé llevar por la tristeza y la nostalgia, por eso con premeditación te dejé ese recado tan ambiguo con Emiliano.

—¿Esperabas que no fuera capaz de entender a qué lugar te referías?

—Esperaba estar preparada para ambos casos.

—Pero para tanto reclamo pudimos hablar en casa y ahorrarnos tanto misterio.

—Mi único deseo era que, si entendías el recado, habláramos en un lugar muy lejos de casa

—Per...

—¡No me interrumpas! Quiero que me escuches hasta el final. Anoche tú me dijiste muchas cosas hirientes, ahora me toca a mí hablar. Lo que me hiciste no es algo que vaya a olvidar tan fácilmente. ¿Tienes una idea de lo que yo sentí? Me humillaste frente a todos nuestros invitados. Y no creo haber hecho algo para merecer tal afrenta.

—Mayra, por favor, yo...

—¡Cállate! No quiero que hables, solo quiero que me escuches. Para fortuna tuya, fui criada en una época en donde se me enseñó que cuando uno se casa con alguien, es para toda la vida. También me enseñaron que las cosas cuando se rompen se deben arreglar, no tirar a la basura. Y para ir acabando pronto con todo esto, si me amas, si realmente me amas como tanto dices, tendrás que esforzarte para ganarte mi perdón y que yo vuelva a creer en ti.

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora