Capítulo 7: "Un beso a la parrilla" -Segunda parte-

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Tras contarle a Esteban la historia de Epribe, el silencio se apoderó de aquella playa. Lo único que lo rompía, a momentos, era el sonido de las olas. Esteban miraba fijamente el mar. Adán hacía lo mismo, mientras bebía más de su whiskey. 

—¿Tú llegaste a hacerlo? —rompió el silencio Esteban, haciéndo esa pregunta. 

—¿Hacer qué? ¿de qué hablas?

—El mentado ritual, ese de la leyenda que acabas de contarme. Llegaste a hacerlo con Mayra, tu esposa —sonríe—. ¡Pero qué pregunta más tonta! Es lógico que lo hayas hecho con ella, por algo es tu esposa, el amor de tu vida. 

—Posiblemente te burles de mí. La respuesta a tu pregunta es ¡no! Nunca llegué a hacerlo ni con Mayra, ni con ninguna otra novia que haya podido tener en mi juventud, cuando todavía era soltero. 

—¿¡En serio!? —Esteban se sorprende por la respuesta que recibe. 

—Es verdad que nací y crecí en este lugar. Pero me mudé muy joven a la ciudad para poder estudiar. De esa cuenta, vine muy pocas veces de visita, y en ninguna de esas ocasiones fue acompañado por alguna novia. Cuando cumplí dos años de vivir en la ciudad mi padre murió y, un año después de eso, murió mi madre. Como fui hijo único, tras la muerte de mis padres, no hubo razón que me hiciera venir de nuevo. Así que no regresé a este lugar hasta muchos años después, cuando ya era abogado. 

—Eso me parece gracioso —lo interrumpió Esteban.

—...

—Teniendo esta propiedad tan bella, la cual cuenta con una historia tan romántica, nunca hayas besado a nadie aquí. Y, para mí, lo más irónico es que ni siquiera lo hayas hecho con la mujer que se convirtió en tu esposa.  

—Supongo que sí. Pero al final solo es una historia. En realidad, si lo piensas con detenimiento, ¿quién podría tomarse algo así en serio? —le respondió Adán—. ¿Tienes novia? —le preguntó para cambiar el tema.  

—No, no tengo —Esteban se sonroja. 

Adán sonríe. 

—Te das cuenta de que, de alguna manera, estás igual que yo.

—A qué se refiere con eso.

—Solo alguien que sea sumamente romántico, podría emocionarse como lo has hecho tú, al escuchar la leyenda de esta playa. Sin embargo, siendo así, me dices que no tienes novia. Yo, en mi juventud, cometí el grave error de no aprovechar esta playa y sellar mi amor, aquí, con Mayra. Pero tú, ¡tú Esteban!, estás desperdiciando tu juventud y esos sentimientos tan bellos que tienes, al no tener a una mujer a tu lado. 

—...

—¡Pero no te quedes callado! ¡dime algo!

—...

—No me hagas caso, Esteban. Creo que me dejé llevar por la emoción del momento. 

Esteban sonrío de manera tímida y, sin responder, continuó viendo hacia el mar. Y de esa forma las horas siguieron pasando, una tras otra. Con cada trago de alcohol que entraba a sus cuerpos, mezclado con la plática que, poco a poco, volvió a fluir entre los dos, y se aderezó con risas a granel. Hablaron mucho, sin embargo, como en una ocasión anterior, toda su conversación giraba en torno a los estudios de Esteban y el trabajo de Adán. De vez en cuando, quizás desinhibidos por los tragos, alguno de los dos le jugaba alguna broma al otro, o se contaban chistes sin sentido. El tiempo les pasó tan rápido que, cuando vinieron a sentir, ya estaba amaneciendo. El sol hizo su aparición, y bañó la playa con sus primeros rayos. 

—¡Mira Adán, empezó a amanecer! —exclamó Esteban, todo emocionado, como si de un niño pequeño se tratase. Sus ojos brillaban con más intensidad que el mismo sol. 

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora