Capítulo Final: "Adán y... ¿Esteban?"

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Los asistentes sonreían mientras escuchaban a Adán hablar. Algunos adornaban con aplausos el final de cada frase que pronunciaba. Por su lado, Mayra sonría de oreja a oreja al escuchar las palabras que Adán le dedicaba y su hijo Emiliano la abrazaba para felicitarla. La única que no compartía aquella celebración era Lucía.

—"Estoy plenamente convencido, hasta lo más profundo de mi ser, de cada una de las palabras que acabo de decir..." O al menos eso era lo que originalmente diría mi discurso hasta que descubrí que llevo veinticinco años viviendo al lado de una mujer que poco le falta para ser un monstruo.

Un silencio seco y profundo se apoderó del lugar después de que Adán pronunciara estas últimas palabras. Las sonrisas se cambiaron por expresiones de una confusión profunda y los aplausos dejaron de escucharse. Era como si de pronto el lugar se hubiera quedado vacío, sin un solo asistente, pero todos seguían ahí. 

—Así es, queridos amigos y amigas, descubrí que llevo viviendo veinticinco años casado con alguien totalmente falso, alguien que toda la vida se dedicó a manejarme a su antojo.

A Mayra le comenzaron a temblar las piernas al escuchar lo que Adán decía. No podía dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Comenzó a sentir como un sudor helado estaba empapando su rostro.

—Adán, ¿qué significa esto? ¿qué es lo que estás diciendo? —se acerca y le habla con voz temblorosa.

Adán, sin perder la compostura, y con una mirada totalmente fría en el rostro le responde:

—Solamente estoy diciendo la verdad. Y es triste, lo sé, pero es la realidad. He pasado un cuarto de siglo haciendo tu voluntad, permitiendo que hicieras con mi vida lo que te viniera en gana... Sabes que es lo más triste del asunto: Que fui tan imbécil que no me había dado cuenta, ¡eres una mujer despreciable! Mi amor —la remata con sarcasmo.

—Adán, ¿por qué me hablas así? Es acaso que te volviste loco —Mayra está casi llorando.

—Loco estuve el día que te permití tomar control sobre mí. Cuando te conocí venía de pasar de cosas muy difíciles en mi vida, y aunque eso no es justificación, estoy seguro de que eso te hizo el trabajo más fácil. Sin darme cuenta, a tu lado, me perdí a mi mismo y eso es algo que nunca voy a ser capaz de perdonarme. 

—Tranquilo, mi amor, seguro son los nervios los que te ganaron y te están haciendo desvariar, pero no te preocupes, de inmediato voy a buscarte un vaso con agua para que se te pase, chiquito.

—¡No vuelvas a decirme así! te lo prohibo. No tienes el derecho de hacerlo, después de que te has pasado la vida... Mayra, ¿cómo era?... ¡mmm!... ¡Ah, sí! estabas construyendo tu vida de ensueño, ¿no es así? O al menos eso fue lo que te escuché decir.

Mayra quedó por un momento en blanco de la mente hasta que, de pronto, recordó su plática de la noche anterior con Emiliano.

—Tú... ¿me escuchaste?

—Anoche cuando regresé a casa después de ir a buscar a Esteban, subí a nuestra habitación y detrás de la puerta escuché toda tu conversación con nuestro hijo. Mayra, ¡estás enferma! deja lo que me hiciste a mí, incluso llenarle la cabeza a nuestro hijo de pensamientos tan mezquinos, ¡Eso es asqueroso!

—Adán, escúchame, no es lo que parece, todo tiene una explicación.

—Qué explicación puede haber cuando fuiste tan clara en todo lo que dijiste.

Todos los allí presentes eran capaces de escuchar los reclamos de Adán hacia Mayra a través del micrófono, el cual seguía encendido. El silencio de pronto comenzó a desaparecer y en su lugar se escuchaban las murmuraciones de los presentes golpeando las paredes. 

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora