Capítulo 24: "Isabel y Joaquín"

4.8K 539 121
                                    

—¿Cuándo fue que llegaste?, ¿por qué no habías ido a verme?, ¿piensas quedarte? —una tras otra, aquella mujer inundaba de preguntas a Esteban.

—Llegue hoy, en plan de trabajo, y estoy únicamente de paso, mañana en la mañana pienso irme —le contesta Esteban, un tanto aturdido con tanta pregunta—. Por cierto —cambia el tema—. Te presento a mi jefe, el Licenciado Adán Losory.

—Mucho gusto, señora —Adán, extiende su mano.

—Disculpe señor, mi mala educación, pero me ganó la emoción —se seca las lágrimas y estrecha la mano de Adán.

—No se preocupe, supongo que la emoción de ver a Esteban, después de tanto tiempo debe ser muy grande.

—No tiene idea de cuanto. Desde que él se fue, mi esposo y yo no volvimos a saber nada de su paradero. Fueron muchas noches en vela. Un verdadero martirio.

—Puedo comprenderlo. Mi esposa siempre dice que lo único comparado al tamaño del amor de una madre son las preocupaciones que se viven por ellos. Ambos son infinitos y nunca se terminan.

—Su esposa es una mujer muy sabia, señor. Los hijos son las anclas que tienen las madres a este mundo.

—Mamá Isabel —interrumpe la plática, Esteban—. ¿Está en casa papá Joaquín?

—Sí, mijo.

—Necesitamos que remolque nuestro auto con la grúa. De hecho a pedirle eso ibamos en este momento.

—Pues entonces vamos. Démonos prisa. A él, le dará muchísimo gusto verte también —decía la anciana muy emocionada—.

Caminaron juntos hacia la casa de Isabel, que no estaba muy lejos de donde se encontraron. Al llegar, vieron la grúa parqueada en la calle, frente a la casa y, bajo ella, se distinguía un hombre de complexión robusta, que al parecer le hacía algunas reparaciones.

—Joaquín, ya he regresado —le dice ella, con voz dulce.

—¡Vaya, ya era hora! —exclama el con molestia, mientras sale de golpe de abajo de la grúa—. ¿Por qué tardas... —se quedó mudo al ver a Esteban.

—¡Hola, papá Joaquín —dice el muchacho visiblemente emocionado.

—Pero, mira quien está aquí —dijo el anciano con rudeza.

—¡Joaquín, no lo regañes! —rápidamente replicó, Isabel.

—Te desapareces por meses, y de la nada se te ocurre un día aparecer tan campante —empezó a decirle, Joaquín —¡¿Tienes una idea de cómo la pasó tu madre estos meses?! —una expresión severa se dibujó en su cara.

—Pap... —el anciano lo abraza de manera repentina mientras llora por la emoción. Joaquín, es un hombre tosco, de esos que no saben cómo expresar sus emociones, pero ver a Esteban, realmente lo emocionaba, y Esteban, tampoco podía disimular sus sentimientos hacia el par de ancianos, aunque tratara de hacerse el duro con ellos.

—Y no te confundas por este abrazo —Joaquín, lo suelta de repente—. No significa que dejes de ser un desconsiderado.

—¡Joaquín, por favor! —Isabel, le habla con la ternura que solo se gana con los años—. Lo estas avergonzando frente a su jefe. Deja de refunfuñar que a ti también te da gusto verlo.

—¡Que gusto me va dar a mí! —exclamó, Joaquín, mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo—. Disculpe, señor, pero como hombre de la casa tengo que encargarme de poner orden, porque esta mujer es una blanda y estoy seguro que no le ha llamado la atención a este muchacho. Mi nombre es Joaquín Pineda, mucho gusto.

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora