Capítulo 6: "Un beso a la parrilla" -Primera parte-

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Y llegada la noche, la parrillada empezó:

En la playa, junto a la orilla del mar, colocaron la parrilla. El olor a las carnes y los embutidos se mezclaba con el de los tomates y cebollas, mientras todo junto se cocinaba al calor de las brasas, perfumando el ambiente y haciendo que a los presentes se les abriera el apetito. Los muchachos conectaron a una computadora portátil unas bocinas de gran tamaño para poder escuchar su música favorita mientras comían y, posteriormente, también bailar. 

Adán es el encargado de cocinar todo. Mayra trataba de ayudarlo, pero él no se lo permitía. Adán amaba usar la parrilla, y lo amaba más si, mientras lo hacía, bebía su whiskey escocés favorito. Adán se sentía en el paraíso. Cuando todo estuvo listo y llegó el momento de comer, la plática entre todos fue amena, fluyó con naturalidad. En el ambiente se respiraba mucha armonía, paz, alegría y amor. Todos coincidían en que era la velada perfecta. 

Después de cenar, prendieron una fogata, y todos se sentaron alrededor de ella a asar malvaviscos. Mientras lo hacían, Adán comenzó a tocar su guitarra y a cantar canciones que solamente él (y Esteban) conocía. Y así se les fue el tiempo y los alcanzó la media noche, cuando empezaron a cabecear producto del sueño y el cansancio que sentían. 

—Mi amor, es un poco tarde, y creo que ya todos tenemos sueño, ¿por qué no vamos a dormir? —le dijo Mayra, a su marido en tono suplicante. En su rostro se notaba el cansancio. 

Adán era el único que se veía rozagante. Observó a los demás y se dió cuenta de que su esposa no mentía.

—Vayan a descansar ustedes, amor —le respondió—. Ya sabes que me encanta observar el amanecer en la playa, cada que venimos a este lugar. 

—Esta bien, cielo. Nosotros nos iremos a descansar —le respondió, ella, mientras le daba un beso de despedida en los labios. 

Esteban fue el único, que al contrario de los demás, se quedó allí mismo. Se acercó a Adán, y con la voz temblorosa, le dijo:

—Don Adán, ¿puedo quedarme a observar el amanecer junto a usted?

A todos tomó por sorpresa lo que había dicho Esteban. 

—¡Claro, muchacho! ¡eso me encantaría! —le responde Adán, con una sonrisa muy dulce dibujada en su rostro. 

—Oye, Esteban, ¿estás seguro de querer quedarte aquí con mi papá? —le pregunta Emiliano.

—Sí —le responde decidido.

—Como quieras... mañana no te quejes, cuando te sientas cansado, por no haber dormido lo suficiente. Y de una vez te aviso que mi papá va a torturarte con sus canciones viejas, esas que le gustan solo a él, toda la noche. 

—Estoy seguro de que soy capaz de sobrevivir a eso, Emiliano. ¡Gracias por preocuparte, amigo!

Emiliano ya no respondió nada. Tomó a su novia por la cintura, recostó su cabeza en el hombro de ella, y se fueron caminando así. 

Esteban se quedó observando hasta que Mayra, Lucía, Emiliano y Azul entraron a la casa. Cuando volteó su mirada, se asustó, pues se dió cuenta de que Adán ya no estaba a la vista. Comenzó a buscarlo, y lo encontró sentado, bebiendo, a la orilla del mar. Se sentó a su lado. Adán al verlo, abrió la hielera, sacó una cerveza y se la dió. 

—Dime algo, muchacho, ¿por qué decidiste quedarte a hacerme compañía? Como te diste cuenta, ni a mi esposa, ni a mis hijos, les interesa compartir algo tan intimo conmigo —le dijo mientras le daba un sorbo a su whiskey—. Me sorprendió, sabes. Sobre todo porque después del incidente de esta mañana en mi habitación me estuviste ignorando. 

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora