Ha pasado un mes desde el incidente del beso, y aunque Esteban se prometió a sí mismo enterrar el asunto en el olvido, no lo ha conseguido del todo. El muchacho ha pasado noches enteras en vela recordando lo sucedido en aquella ocasión, tratando de convencerse de que, lo más seguro, nada pasó, que todo había sido una mala pasada de su mente provocada por culpa de haber bebido tanto alcohol. Eso se repetía una y otra vez, en un intento absurdo e inútil por acallar el peso del remordimiento que lo atormentaba. También, durante ese mes, ha tenido que ser muy ingenioso e inventarse todo tipo de excusas para evadir a Emiliano y sus constantes invitaciones de que llegue a su casa. Cosa que Esteban no quiere, pues no se siente con el valor suficiente como para ver de frente a Mayra... y mucho menos a Adán.
Para costear sus gastos, Esteban trabaja como acomodador, a medio turno, en un supermercado del centro de la ciudad. No gana demasiado, pero le sirve para cubrir sus gastos que, al vivir solo, son varios. No es el trabajo que Esteban desearía, pero sabe bien que una vez obtenga su título de Abogado, conseguirá un empleo mucho mejor. Cierto día, cuando hacía falta poco para que Esteban saliera de trabajar, su jefe le ordenó que fuera al área de licores y se dedicara a ordenar unas botellas que recién habían ingresado al supermercado. Esteban obedeció de inmediato y, mientras hacía lo que le acababa de ordenar su jefe, sin que él se diera por enterado, al supermercado llegaron Mayra y Adán.
Mayra y Adán dieron algunas vueltas por el lugar, echando a su carrito del supermercado algunos víveres: almejas, ajo, perejil, mantequilla, aceite de oliva...; Mayra tenía en mente cocinar, para la cena de esa noche, almejas en vino blanco. Mientras Mayra compraba algunas carnes varias, adicionales a los ingredientes de la receta que prepararía esa noche, le pidió a su esposo que, por favor, fuera por el ingrediente estrella que necesitaba: el vino blanco. Adán así lo hizo. Caminó por los enormes pasillos del lugar. Sorpresivamente para él, al girar en uno de los pasillos, vio a lo lejos, en el área de licores, a Esteban.
Se emocionó tanto al ver al muchacho que, sin pensarlo, levantó los brazos y los agitó, y mientras corría por el pasillo para acercarse a donde se encontraba, a todo pulmón, gritó su nombre. Esteban, quien se estaba muy concentrado en su trabajo, al percatarse lo que estaba sucediendo, se puso nervioso. Sus piernas comenzaron a temblarle, sintió que su rostro se puso caliente y su garganta quedó completamente seca. Fue tan grande la impresión que, cuando finalmente Adán quedó en frente suyo, dio un sobresalto, y de manera involuntaria dejó caer al suelo una botella que tenía entre las manos, botella que, al tocar el suelo, se rompió de manera estrepitosa.
Esteban se quedó viendo al suelo. Su rostro mostraba una expresión de espanto. Y no era por tener a Adán tan cerca después de un mes, sino porque la botella que acababa de romper era de uno de los licores más caros que se vendían en el lugar. Un año de su salario sería insuficiente para cubrir su costo. Y, para rematar, al mismo tiempo, al escuchar el sonido de la botella quebrarse, habían aparecido, cada uno por su lado, Mayra y el jefe de Esteban; este último, al ver lo sucedido, estalló en cólera.
—¿¡Qué diablos sucedió aquí!? —le reclamó al muchacho.
Esteban no fue capaz de responderle a su jefe. Algunos clientes se habían aglutinado para observar lo sucedido. Esteban veía a todos y todos lo veían a él. Aquel pasillo se había convertido en un infierno.
—¿¡Qué diablos pasó aquí!? —volvió a preguntarle su jefe, mucho más molesto.
Hizo un esfuerzo e intentó responder algo, pero un nudo se había adueñado de su garganta, impidiéndole que pudiera pronunciar cualquier palabra. Y cuando pensó que ya todo estaba perdido para él, que no tenía salida alguna y que seguramente su jefe lo despediría, Adán intervino:
—Señor, tranquilo, por favor. La culpa de que esa botella se cayera al suelo y se rompiera es mía. Verá, insistí a este muchacho que quería ver esa botella y él, muy amablemente, me complació. Pero soy un torpe, no la sostuve como es debido cuando la tuve entre mis manos, se me resbaló y lo demás, lo demás es lo que observa regado en el suelo. Le pido me disculpe y que no se moleste con este muchacho. Y no se preocupe, yo pagaré lo que cueste esa botella.
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Adán y Esteban
RomantizmEstán por cumplirse veinticinco años desde que Adán y Mayra unieron sus vidas en matrimonio. Durante ese tiempo ellos dos han sido completamente felices: nunca han discutido por nada que no pueda arreglarse con hablar calmadamente y darse un beso. S...