Capítulo 19: "Uno de mis mejores amigos"

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Esteban cayó sentado al suelo, muerto de miedo. Su mente se tupió casi de inmediato. Y si bien, la llama no era demasiado grande, una chispa al cilindro de gas podría ser letal. Pensó en Adán y recobró el control de su cuerpo. Se levantó del suelo y busco algo con lo que apagar el fuego. Tomó un trapo de cocina y trató de ahogar el fuego con el pero solo consiguió propagar el fuego.

La situación no se veía nada bien. El fuego se expandía rápidamente. Esteban se dio cuenta que las llamas estaban por alcanzar el cilindro del gas. Su cuerpo volvió a paralizarse. Creyó que todo estaba perdido, así que cerró los ojos y comenzó a rezar... repentinamente Adán entró a la cocina, tomó el sartén envuelto en llamas y lo lanzó por la ventana. Después, llenó una olla con agua del fregadero y con eso apagó las llamas, poniendo así punto final al conato de incendio que había provocado Esteban.

—Esteban, ¿te encuentras bien? —le preguntó.

—Sí —apenas alcanzó a responder el muchacho, pálido y tembloroso.

—Jamás me imagine, a mi edad, jugar al bombero —bromeó, tratando de aligerar la tensión.

—Sí —volvió a responder Esteban.

—¿Qué se supone que estabas haciendo?

—Sí... digo, cocinaba el desayuno.

—Por poco los cocinados íbamos a ser nosotros —le sirvió un vaso de agua al muchacho y se lo dio—. Bébete toda el agua, te ayudará a calmar los nervios.

—Perdón. Mi idea no era que esto pasara —evitó darle la cara a Adán.

—Lo importante es que no pasó a mayores, que estamos bien. ¿Qué se supone que ibas a preparar con eso que lancé por la ventana?

—Unos panqueques.

—Ten más cuidado para la próxima. Se debe tener respeto por la cocina, por el fuego. Un pequeño descuido, como viste, puede ser letal.

—Perdón.

—Deja de pedirme perdón, ya te dije que todo está bien. Pero dime —Adán encuentra el restante de la mezcla—, ¿qué es esta cosa? —levanta una ceja.

—La mezcla de los panqueques.

—¿Tienes la costumbre de preparar panqueques con engrudo, o lodo? No estoy seguro de a qué se parece más esta cosa.

Esteban se sonrojó por la vergüenza. Adán, al ver su reacción, comenzó a reír a carcajadas; los dos rieron por un rato hasta que el estómago les dolió. Después de eso, Adán comenzó a revisar lo que Esteban había comprado:

—¿Qué tenemos aquí?... casi nada de esto puede cocinarse junto. ¿Cómo has podido vivir solo todo este tiempo y no morir en el intento?

—Lo que sucede es que yo nunca cocino, no sé hacerlo.

—Me doy cuenta de eso. Pero ¿qué comes entonces?

—Siempre compro comida en la calle.

—Con razón no sabes ni hacer las compras. ¿Por qué no me despertaste? Te hubiera llevado a desayunar fuera.

—Me dio mucha pena hacerlo. Te vi dormir tan plácidamente que no quise despertarte.

—Ahora que lo mencionas, ese sillón tuyo es sumamente cómodo. ¡Gracias por permitirme pasar la noche aquí contigo!

—Por nada —Esteban está desconcertado. Se pregunta si olvidó lo que sucedió la noche anterior, pero no tiene el valor de preguntarlo.

—Sabes, llevé un susto enorme durante la madrugada. Me despertaron las ganas de ir al baño. Verme en un lugar desconocido me espantó. Pero casi de inmediato te vi en tu cama, y comprendí que esta era tu casa, que me habías dado posada después de la fiesta.

Adán y Esteban Donde viven las historias. Descúbrelo ahora