—«De enamorados pasamos a ser novios, de novios pasamos a ser esposos. A partir de hoy, dejaremos de ser "Yo" para convertirnos por el resto de nuestros días en "Nosotros" —dijo él.
—Mi vida se ha vuelto el centro de la tuya. Nuestras vidas no son nada sino están juntas, Adán, quédate siempre a mi lado, sé mi amigo fiel, mi amante, y confidente por el resto de nuestros días —respondió ella.
—(...)Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre —dijo el sacerdote para sellar aquel juramento de amor eterno... ¿o no? —Puedes besar a la novia...»
Sentada en la sala de su casa, Mayra, recordaba una vez más los votos que había hecho con Adán, su esposo, el día de su boda. Junto a ella se encontraba Lucía, su hija menor. Lucía escuchaba atentamente de boca de su madre cómo su padre y ella se conocieron, luego se enamoraron y, posteriormente se casaron. Eran las siete de la noche. Las dos se encontraban solas en casa.
—Mamá, ¿dónde están mi hermano y mi papá?
—Hablé con tu hermano hace un rato y me dijo que ya venía en camino. Con tu padre no pude hablar. Ya sabes que cuando se encierra en su oficina a estudiar algún caso, no existe poder humano alguno que lo pueda sacar de allí —le respondió.
Continuaron hablando entre ellas sobre cualquier tema. Mientras lo hacían, la puerta principal de la casa se abrió... quien llegaba a casa era Emiliano, el otro hijo de Mayra y hermano mayor de Lucía.
—¡Hablando del diablo! —bromeó Lucía con su hermano.
—¡Cállate! —respondió él—. Contrario a lo que pueda parecer, Lucía y Emiliano son muy unidos. Quizás, en parte, se deba a que apenas se llevan dos años.
Emiliano fue directo a saludar a Mayra. En ese momento, ella, se dio cuenta de que en la puerta se había quedado parado un muchacho que no conocía. Le llamó la atención pues, Emiliano, jamás llevaba amigos de visita a casa.
—¡Bienvenido! pasa adelante, por favor —le dijo Mayra muy sonriente al muchacho de la puerta—. Me da mucho gusto que Emiliano invite a un amigo a visitarnos. Nunca lo hace y de seguro en la universidad sus amigos pensarán que sus padres son unos ogros —Mayra caminó hasta la puerta y entró al muchacho tomándolo por el brazo. Ella estaba realmente emocionada por la visita.
—¡Mamá, por favor! —Emiliano se sonrojó mucho por las cosas que estaba diciendo Mayra.
—Es la verdad —Mayra lo reprende—. No estoy diciendo nada que no sea verdad —Ahora lo ignora, para seguir hablando con la visita—. ¿Cuál es tu nombre?
—Mi nombre es Esteban —dijo el joven con la voz un tanto temblorosa.
—Pero no te pongas nervioso, no sientas vergüenza. Imagina que estás en tu casa —le dijo Mayra al darse cuenta de que el muchacho estaba hecho un manojo de nervios—. Hijo, Esteban se queda esta noche a dormir aquí, ¿verdad?
—De eso hablábamos mientras veníamos para acá, pero no llegamos a ningún acuerdo. Él insiste en irse a su casa después de que acabemos la tarea.
El plan que tenían Emiliano y Esteban para esa noche era comenzar a redactar su tesis y, además, estudiar un poco. La siguiente semana serían sus exámenes finales y los dos querían aprovechar el mayor tiempo posible. Para graduarse, la tesis es un requisito indispensable y es el que más trabajo da.
—Tonterías, no permitiré que andes tu solo tan tarde en la calle —le dijo Mayra a Esteban con voz de mando—. Allí está el teléfono, llama a tu madre y le avisas que pasarás la noche aquí.
—...
—Mamá, Esteban vive solo —dijo Emiliano.
—Mejor, así no hay pretexto que valga —Mayra vio directamente a los ojos a Esteban—. ¿Verdad que te quedas, Esteban?
La mirada de Mayra parecía la de un asesino serial. Esteban no tuvo de otra más que aceptar.
—Suban a tu cuarto, se lavan las manos y bajan a cenar. Ya después pueden trasnochar todo lo que les venga en gana.
Los dos muchachos obedecieron a Mayra... unos instantes después estaban cenando los cuatro. Por costumbre, Mayra, a pesar de tener empleados, por las noches era ella quien se hacía cargo de preparar la cena y atender a su familia.
—Mamá, ¿y el viejo? —le pregunta Emiliano.
—Trabajando hasta tarde en el bufete... otra vez y como siempre —responde ella con un dejo de hastío en sus palabras.
Lo siguiente fue una charla amena, pero corta. Emiliano y Esteban querían ponerse a trabajar de inmediato. Estuvieron despiertos hasta un poco más de las dos de la madrugada. Cuando por fin el cansancio doblegó su voluntad, decidieron que lo mejor era descansar un poco y continuar a la mañana siguiente, que era sábado y no debían ir a estudiar. Esteban se quedó en una colchoneta que Mayra le había puesto en el cuarto de Emiliano. Este último se quedó dormido casi de inmediato. Sin embargo, Esteban, pasó un buen rato dando vueltas y vueltas de un lado al otro de la colchoneta, sin poder conciliar el sueño, a pesar de lo cansado que se sentía. Luego de estar un rato así, decidió bajar a la cocina por un vaso de agua.
Al llegar a la cocina, tomó de la alacena un vaso, abrió el refrigerador y se sirvió agua. Mientras bebía, se quedó viendo hacia el jardín como hipnotizado, perdido entre sus propios pensamientos. El jardín de la casa de su amigo era realmente hermoso, y con la luz de luna bañando el espacio, era una vista simplemente espectacular. De pronto empezó a ver una especie de figura que se comenzaba a reflejar en la puerta de cristal que da al jardín. Se frotó los ojos con una mano creyendo que su imaginación le estaba jugando algún tipo de broma. Nada más alejado de la realidad: la figura se hizo aún más grande. Esteban se asustó, dio un paso hacia atrás y sintió como choco con alguien. El miedo que estaba sintiendo, súbitamente se convirtió en terror. Pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa sintió como lo sujetaron por la espalda con una llave y, en un tono de voz amenazante le dijeron:
—En este preciso instante vas a decirme: ¿Quién eres tú? ¿y qué es lo que haces aquí?...
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Adán y Esteban
RomansaEstán por cumplirse veinticinco años desde que Adán y Mayra unieron sus vidas en matrimonio. Durante ese tiempo ellos dos han sido completamente felices: nunca han discutido por nada que no pueda arreglarse con hablar calmadamente y darse un beso. S...