Lauren.
8 meses después.
-La universidad central de Madrid se siente orgulloso de haberlos formados, ese titulo de grado que tienen en las manos demuestran que son capaces y que pueden con mucho más-. El decano pasea la vista por las de los jóvenes sonrientes y suspira continuando-. Hagan sentir a sus padres orgullosos.- La palabras me golpean y... -¡Felicitaciones a los graduados!
El auditorio se llena de aplausos, las palmas chocando me sacan unas cuantas lagrimas y lanzo el birrete al aire cuando todos lo hacen.
Todos los estudiante bajaron a darle la bienvenida y a recibir a sus familias. Padres orgullosos besando y felicitando a sus hijos. Mis compañeros me atropellan cuando bajan emocionados a mi lado. Me permito unos segundos quedarme observando y sonrío con lagrimas en los ojos cuando un destello de una sonrisa orgullosa pasa por mi mente «Mamá».
Una sonrisa triste cursó por mis labios, y tan pronto como llegó se marchó.
Salí de mi posición con la cabeza abajo, abandoné el lugar y me monte en mi coche. Conduje perdida como media hora y cuando no pude más, aparque en una esquina de la carreta y baje del auto dando un portazo, sacando un cigarro y llevándomelo a los labios.
Estos habían sido los meses mas difíciles. Al funeral de mi madre fueron todos sus compañeros de trabajo y alguno que otro vecino, y su muy inolvidable mejor amiga Isabella. Yo estaba ahí, viendo como le echaban la última pala de tierra sintiéndome mas sola que nunca si saber como iba a resistir de ahora en adelante.
Duré una semana sin asistir a clases, lloré tanto sintiendo que el mundo se me venia arriba. Dejé de comer, de hablar y me aislé todavía más de la gente.
Comencé a comer cuando me desmayé en la calle mientras caminaba, no soportaba estar en la casa y ver como los recuerdos me atormentaba. Me reprochaba cada vez que recordaba como no había disfrutado más de ella, como no me di cuenta que algo no estaba bien.
No me quedaba nada, y con el recuerdo de la sonrisa que mi madre siempre me regalaba comencé a levantarme. Me obsceccione con la universidad, la comida aunque no la soportaba me obligaba a ingerirla. Visitaba cada que me sentía sola el cementerio y me recargaba en la tumba de mi madre mientras le hablaba por horas.
Isabella, su mejor amiga, me visitaba todos lo días sin faltas, y aunque no era muy comunicativa con ella la dejaba que parloteara a mi alrededor porque su presencia me hacia sentir cerca a mamá.
«La extrañaba tanto».
Todo se volvió difícil en un abrir y cerrar de ojos. La soledad me arropaba cada vez más, y el silencio a mi alrededor se volvía asfixiante dejándome a la deriva sin saber que camino elegir.
Extrañaba sus regaños, que me lanzara cualquier cosa cuando empezaba a molestar a la vecina, que cantara a mi alrededor mientras preparaba mi desayuno.
Siempre me quedaba observándola mientras lo hacia, me reía de toda las payasadas que decía y la reprendía por levantarme tan temprano con sus gritos.
Ahora extrañaba todo eso.
Recuerdo que prometió que cuando me graduara íbamos a irnos de viaje -¡Yo no tenía que estar aquí en medio de la carreta llorando como si mi vida dependiese de eso!- Yo tendría que estar en uno de esos restaurante que a mamá le gustaba frecuentar celebrando que me gradué.
-Es difícil, mamá- Mire al cielo que empezaba a nublarse. -¿Qué hago ahora que tu no estas?- Sollozo.
Una gota de lluvia cae en mi mejilla, y después le siguen muchas más. Antes esa llovizna me hubiera hecho sonreír, pero ahora cualquier cosa que me recordaba a ella me dolía.