La alarma del celular de última generación de Johanna sonó, indicando que ya no quedaba tiempo. La verdad era que no quería irse, le gustaba hablar con ella y no lo hacía con nadie más. No había querido nunca ir a un psicólogo, pero su madre insistía, puesto que no la veía mejor. Pese a que habían pasado años desde la pérdida de su padre, Joy aún sufría como su hubiera sucedido el día anterior. Aquél momento en el que había visto a su héroe morir se repetía noche tras noche en pesadillas imposibles de ignorar. La sesión de ese jueves había tratado únicamente sobre lo que su madre le había dicho hacía un par de días. No había sido un pedido, no había sido una consulta. Se había tratado de una notificación. Ese jueves por la noche, llegaría a casa el novio de su madre, David. Sólo pensar su nombre le daba arcadas. No quería un nuevo padre, no quería que su presencia borrara lo que quedaba del suyo, que un nuevo perfume inundara los sillones del living -lugar que su padre adoraba-.
Esa tarde, Johanna le había dicho que tenía que dejar ir. ¿Dejar ir qué cosa? ¿A su padre? Jamás haría algo así, no podía traicionar su memoria. Aunque hacía un año que su madre salía con el tal David, Joy estaba completamente negada a su existencia. Cada vez que Melanie, su madre, intentaba abordarla para hablar un poco de él, ella cambiaba de tema o se iba y la dejaba con la palabra en la boca. Sabía que no le hacía bien, que también había sufrido, que había perdido al compañero de su vida y que sólo quería reconstruir su mundo. Pero Joy simplemente no estaba preparada para un nuevo hombre en esa familia.
Salió del consultorio y caminó por el pasillo con piso alfombrado y adornos dorados por doquier. Ella desentonaba completa, con su remera negra, pantalón cuadrillé rojo y zapatillas de lona. La realidad era que no podía pagar esa psicóloga, pero su madrina lo hacía por ella a un precio bajo, porque Johanna era su amiga. Agradecía que quisieran ayudarla, pero ella se sentía bien. Sola, pero bien. Era cierto que no había tenido pareja jamás, no tenía amigos, pero era feliz con sus libros. Su padre había muerto el día en que Joy había cumplido los diecisiete años y culpaban a un tal trauma por su problema para socializar. Se ató el cabello en una cola alta mientras entraba en el ascensor. Era un cubículo espejado en el que se oía lo que ella denominaba música de ascensor, para Joy ese era un completo género. No le gustaba mirarse repetida tantas veces ni de tantos ángulos, pero no tenía otra opción, tomando en cuenta que estaba a nueve pisos de la planta baja. Sacó un viejo mp3 del morral y se calzó sus fieles auriculares. Lo prendería en cuanto saliera del edificio. Tenía su patineta en la mano, pero calculando la hora, la ciudad iba a estar repleta de gente y sería imposible patinar hasta la parada del colectivo. Excelente, se dijo, para sumar a su buen día algo más, tendría que viajar en el subterráneo.
El ascensor se detuvo y la luz de un enorme vestíbulo la cegó, y fue aún peor al salir del edificio. El sol era blanco y el cielo estaba despejado. La ciudad era una sopa. Sabía que tenía que llegar temprano, pero no quería estar en su casa, así que tomó el camino más largo. Un solo colectivo que daba tantas vueltas como podía dar. Escucharía música y luego patinaría durante cuatro cuadras hasta su casa.
Bufó al pisar la acera caliente y ver a la gente que iba y venía, concentrados en sus celulares, sin mirar al frente, chocándose entre ellos.
Al cabo de una hora y cuarenta minutos, se bajó del colectivo, se subió en su patineta y disfrutó del viento fresco, mientras el sol se escondía y dejaba una estela rosada y anaranjada detrás.
Entró en la casa nueva que su madre había comprado hacía un par de años, para seguir adelante y porque la anterior era grande y de cara mantención, y dejó el patineta en el placar de la entrada y las llaves colgadas. Adentro se sentía un aroma a carne embebida en caldo de verduras, con papas y cebollas. Era el plato que mejor le salía a su madre. Suspiró, sintiéndose completamente culpable, estaba atentando contra la felicidad de la persona que más la quería y a la que más quería. Resolvió que se sobrepondría a cualquier dolor que le produjera un padrastro en la casa, en la silla de su padre, y subió a bañarse tras gritarle a su madre que había llegado.
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Pariente Legal
Teen FictionNecesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un papel. ____________ Tiene errores miles, mil cosas que cambiar, pero amo esta novela, amo a mis personajes. Los quise y quiero, sufrí, reí y me...