Capítulo 30

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Su estudio de fotografía tenía muchísimos problemas, aunque menos de los que habían condenado su trabajo en un principio. Por algo le había salido tan barata aquella planta baja, como quien se alquila una plaza de aparcamiento al escoger apartamento. El negocio le había salido barato. Los próximos tres meses, no. Hyukjae había tenido que tapar ratoneras, arrancar telarañas del techo y pintar de blanco aquellos grotescos dibujos que siquiera quería recordar. Había tirado todos los trastos inservibles, matado cucarachas, cambiado las puertas y comprado una persiana metálica para la entrada. Después de arreglarlo como estaba en ese momento y desde hacía bastante años, solo un par de problemas era realmente molestos. Con el resto podía convivir.

El primero era la humedad, cómo emanaba desde el suelo y llenaba de un asqueroso olor todo el lugar cada vez que llovía.

El otro, que cuando hacía calor, lo hacía de verdad. Cuando Hyukjae pensaba que iba a ahogarse en medio de una fogata invisible, hablaba en serio.

O al menos eso era lo que pensó mientras las paredes de Donghae presionaban su miembro hasta dejarlo sin aire. Arañándole la espalda bajo la camiseta, abrazándolo con sus rellenos y chupeteados muslos, gritando con sus enrojecidos labios. Lo veía retorcerse sobre su sofá negro como si fuese a perder la vida en cada embestida. Con su bonito rostro perlado en sudor y encendido en escarlata.

Él no había podido soportarlo más. Despedirse en la puerta del estudio había sido su plan desde el principio. Pero el corderito lo había mirado y, joder, necesitaba comérselo al menos una vez más antes de decirle adiós. Así que lo había agarrado por sorpresa, lo había metido en el estudio y había cerrado la puerta empujando su cuerpo contra ella. Lo había desnudado, besado, mordido y marcado.

Y por fin lo estaba devorando. Allí. En ese sofá que solo era usado para fotografías elegantes o esas noches que estaba demasiado cansado para subir a casa y decidía dormir allí. No recordaba haber tenido sexo con nadie encima de ese acolchado asiento. Siempre había una primera vez para todo, ¿no?

Se inclinó hasta sus labios, atrapándolos en un brusco beso que opacó los agudos gemidos de Donghae. Tenía los codos pegados a su cuerpo, encogidos para que los dos pudieran caber en la estrecha superficie. Los puños cerrados, los ojos abiertos. Los pantalones y bóxer bajados hasta medio muslo y la camiseta arrugada en los hombros porque el menor así lo había decidido.

Le mordisqueó el labio inferior, oyendo su nombre en un suspiro.

Maldición.

Se empujó lo más profundamente que pudo sin ningún cuidado, fijándose en cómo Donghae abrió la boca en un chillido y echó la cabeza hacia atrás. Aceleró el ritmo, aumentando la cantidad de veces que se enterraba en él hasta oír el placentero choque de sus pieles. Más y más rápido. Más fuerte. Gruñidos escapando de su garganta. Donghae rasguñando su espalda y clavándole los talones cruzados en los riñones. El sudor perlando sus cuerpos.

—¡Hyukjae! —gimió agudo. Su levemente marcado cuello se movió cuando Donghae tragó saliva y él quiso volver a enterrar sus dientes en él. Pero no podía hacerlo.

En su lugar, atrapó el lóbulo de su oreja y llevó una de sus manos a ese redondo trasero. Lo apretó con ganas, dejando la marca de sus uñas en él.

—Más —susurró.

—¡Más! —lloriqueó Donghae.

Se alejó después de un suave beso contra su oído. Estiró la espalda, y aprovechó la mano que mantenía en su trasero para acariciar todo un caminó hasta su rodilla. Se puso esa misma pierna contra el torso, continuando aquel brusco y delicioso vaivén de caderas. Intentando por todos los medios posibles no cerrar los ojos.

Inefable [EunHae +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora