Capítulo 46: La actuación de un cazador.

1.7K 160 37
                                    

17/abril/2017

No he dormido en estos días y la verdad que el pensar en hacerlo sería cometer una estupidez. No importa cuánto tiempo me dejen a solas, cerrar los ojos, si quiera parpadear sería una estupidez. Es peligroso, sería cometer suicidio. Tal vez el no obtener descanso me ha vuelto un poco psicótica. Pero bien que me ha ayudado a manejar mis cartas con mayor sabiduría. Mis pensamientos son más precisos, directos. Ya ni el miedo influye en ellos. Se lo que debo hacer y no debo cuestionarme. Los pensamientos calculadores y fríos son los bienvenidos y no los que me conllevarían a las pausas. El dormir me traería esos y por ahora no son lo que necesito. Salgo de mi cabeza y al escuchar la puerta de la habitación, en la que me encuentro, ser abierta me pongo en pie con rapidez, al ver a Mike sonrió cuando me mira y me tiro a sus brazos. El me envuelve en los suyos. Nos separó después de unos segundos y demostrando tranquilidad le hablo.

- ¿Se ha ido? – sonríe, asiente y sus palmas comienzan a acariciar mis mejillas. Estoy por volver a hablarle, pero sin darme oportunidad sella sus labios sobre los míos.

Le sigo el paso e intento no hacerle caso al dolor en el cuero cabelludo cuando sus manos pasan por este. O el dolor en mis labios lastimados, heridos. Me concentro en él, en lo que está haciendo y en no parecer distraída. Cuando sus manos ya van más debajo de mis caderas, las cuales solo están cubiertas con las bragas sucias y en mal estado en que he venido lo detengo con lentitud, le sonrió con felicidad y aclaro mi garganta.

- Me dijiste que me llevarías a verlas. – Parece desilusionado y su sonrisa flaquea, pero no la quita de su rostro. Asiente y señala una bolsa al lado de nuestros pies.
- Traje lo que me pediste. –Me la entrega, miro adentro de ella y encuentro utensilios de emergencia. Desde pinzas, hasta gazas y alcohol para desinfectar heridas.
- Bien, pues llévame antes de que Donovan regrese. – Me separo de él y me encamino a la puerta de la habitación en la que estoy captiva. Cuando solo estoy a pasos de distancia para intentar abrir la puerta soy detenida.
- Espera, primero curemos tus cortes.
- No yo est...
- Dije curemos tus cortes. – el cambio en su voz y la fuerza añadida en mi brazo me hacen actuar con rapidez.
- Tienes razón. – sonrió y el me regresa la acción, volviendo a lucir relajado. Sin soltar su agarre en mi brazo, me hace sentarme en la mugrosa cama.

Quita la bolsa de mis manos y después se pone a mis espaldas. Intento no pensar mucho en lo que pasara y entrelazo mis brazos, abrazándome. Cubriendo mi pecho denudo. Tal vez si me concentro en ese aspecto, no sienta lo que está por pasar. Pero aun Mike no me ha tocado, y mi espalda ya se siente en llamas. Es una de las cosas por las que no he podido pegar un ojo, el cansancio y las ganas de dormir son inmensas, pero mi cuerpo grita por sentir algún tipo de alivio. No tengo ninguna parte en mi sistema que no duela y el dolor que más me preocupa es la intensa opresión solo un poco más debajo de mi abdomen.

- Esto dolerá. – y esas fueron palabras que dieron comienzo a otra tortura más.

Un líquido comienza a caer sobre mi espalda, sin poder soportarlo suelto un grito desgarrador para mi garganta. Entierro las uñas en la piel de mis brazos y muerdo mi labio inferior al punto de sentir el familiar sabor de la sangre. Me encorvo hacia al frente intentado de alguna manera separar sus manos de mi espalda. Por lo que siento que es una eternidad, toca y toca mi espalda en cada cortada. Cuando comienzo a marearme las siguientes palabras que escucho de su parte son la mención a la muerte. No creo poder soportar lo que él tiene en mente.

- Mike, por favor duele demasiado. No creo poder soportarlo. – mi voz es reconocida, rasposa y casi inexistente.
- Cariño, debo coserte u obtendrás una infección. – me paro de la cama y al sentir debilidad en mis piernas caigo hacia al frente. Él no se demora en recogerme del suelo y repito una y otra vez que no lo haga. El me abraza y dice que no me altere, que el cuidara de mí. Acaricia mi cabello y repite que todo estará bien. – Esta bien, lo haremos después. Pero tranquilízate cariño, no te haré daño. Soy yo nunca te haría daño. – dejo de llorar, aunque el dolor aún sigue en pie, punzante e insistente dejo de llorar dejando de lado todo lo que siento y sus palabras enfermas y con falta de coherencias me hacen devolverme a la realidad del asunto. – ¿Sabes por qué? – agarra mi rostro por mis mejillas y me hace misar a los ojos marrones que más odio con mi vida 
- Por qué me amas. – digo como mi garganta me lo permite. Él sonríe como si fuera el día más feliz de su vida.
- Exacto. Así como tu...
- Así como yo te amo. – sonrió igual que él y aunque algo en mi pareció romperse al decirlas no titubee y sé que eso implica puntos a mi favor. 

Sebastián (1.1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora