Capítulo 6: El Libro de Enoc

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El tiempo trascurre lentamente. Cada latido de mi corazón es como el tic-tac de un reloj. Puedo percibirlo con total claridad, igual que las gotas de lluvia que estallan contra el cristal de la ventanilla del Audi R8 de color negro, el coche de mi padre, que ahora está conduciendo Angelo.

Apoyo una mano sobre el cristal mientras observo el exterior, perdida en mis pensamientos.

Antes de abandonar Madrid nos pasamos por mi apartamento. Mientras Angelo me esperaba en la entrada, fui al baño, me lavé un poco, me cepillé los dientes, me cambié de ropa y me puse unos vaqueros largos, deportivas, una camiseta cómoda y una sudadera. Después guardé algunas prendas de ropa en mi mochila, un pen-drive, un sobre con dinero, una libreta en la que tengo varios números de teléfono apuntados, mi neceser y unas pocas cosas más que podrían serme de utilidad. Le eché un último vistazo a mi cuarto antes de marcharme, preguntándome cuándo podría volver otra vez o si tan siquiera podría hacerlo. Me detuve frente al panel de corcho que tenía colgado en la pared, cerca del escritorio y observé las fotografías que tenía pinchadas ahí. Fotos con mis padres, mi hermano, con mis amigos y compañeros de clase, en cumpleaños, salidas, celebraciones, viajes... no pude resistirme y arranqué tres fotos del corcho, para llevarlas conmigo. Una del viaje que hice con mi familia a Venecia, en ella salgo con ocho años, haciendo con los dedos el gesto de victoria, mi padre tiene una mano sobre mi hombro y abraza a mi madre por la cintura con el otro brazo, mientras mi madre tiene en brazos a mi hermano, de solo un año. La otra es una selfie que me hice con Elise en Rouen, salimos las dos con trece años, sonrientes, Eli tenía en aquel momento el pelo corto y yo llevaba aparato de dientes. Ough, odiaba ese aparato, pero aun así me encanta esa foto, porque fue la primera que nos hicimos juntas. En la última salimos solo Dari y yo, es de cuando él era un bebé recién nacido, con la carita roja y los ojitos y puños cerrados, envuelto en una cálida manta, y mi madre me lo puso en brazos por primera vez.

Me habría gustado poder darme una buena ducha y dormir unas horas en mi cama, antes de salir, pero Angelo me metió prisa, así que tendré que dejarlo para cuando lleguemos al hotel, en nuestro siguiente destino.

Esto es una locura. Estoy con un demonio que acabo de conocer rumbo a un destino desconocido, teniendo que dejar atrás mi hogar, mi escuela, mi familia...

Desde el asiento del copiloto, miro largamente a mi demonio acompañante, y le pregunto:

-¿Por qué vamos a ir a Valencia? ¿Por qué no vamos directamente al aeropuerto de Madrid si vamos a ir al extranjero igualmente?

-Es lo que ordenó tu padre, y tiene sentido. Ese ángel y Los Vigilantes te están buscando, si descubren que te has ido su primer pensamiento será ir al aeropuerto de la misma ciudad donde resides, para tendernos una embocada allí. Es el movimiento más lógico. Al ir primero a otra ciudad y luego tomar un avión desde allí, les despistaremos.

-Ajá, ¿pero por qué a Valencia y no a otra ciudad?

-Porque aparte de cuidar de ti, tu padre me ha pedido que le haga algún que otro recado por el camino -responde con una mueca de disgusto. Está claro que el encargo doble no le ha hecho gracia.

-Ya tiene que haberte pagado bien para que hayas decidido aceptar hacer de niñera y recadero al mismo tiempo -le pico, para que note que a mí tampoco me hace gracia esta situación. Estamos en esto juntos, chato.

-Sí, o al menos en su momento su proposición me pareció compensativa. Ahora que lo pienso mejor, ya no estoy tan seguro.

Estoy a punto de preguntarle algo más, pero me ahorro las energías. Algo me dice que no va a responderme qué le ha prometido a cambio, ni me va a dar más detalles sobre este asunto.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora