Capítulo 27: Los nefilim

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La primera sensación que tengo en la completa oscuridad, es oír los latidos de mi corazón. Abro los ojos pero incluso con los ojos abiertos parece que no veo nada, porque todo está tan oscuro como antes. No hay nada, absolutamente nada. Tan solo oscuridad.

Cierra los ojos... esto es una pesadilla... solo una horrible pesadilla...

Intento convencerme de ello, a pesar de que sé que no es cierto.

Tenga los ojos abiertos o cerrados todo es igual, nada cambia. No veo ni una sola luz. No sé dónde estoy. Ni tan siquiera estoy segura de lo que ha pasado.

Lo único que sé, es que ahora mismo estoy en peligro. Está muy cerca. Es casi como si pudiera percibir la muerte a mis espaldas o en cualquier ángulo del lugar donde me encuentro.

Estoy temblando de miedo. Mi corazón late con fuerza, pero yo me esfuerzo por permanecer serena, impasible, por tratar de evitar demostrar lo asustada que estoy, por fingir que estoy tranquila aunque por dentro los miedos, los nervios y la ansiedad me atormenten.

Siento una presencia. Está cerca, no logro ubicar donde, pero sé que me está observando.

<<Saludos, mi damisela>> Escucho una voz, que me pone los pelos de punta. <<Hacía días que no sabía de ti, espero que tu descanso haya sido satisfactorio>>.

—¿Dónde estás? —pregunto con la voz más firme y calmada posible, aunque mi interior rebulla de todo tipo de pensamientos intranquilizadores.

Entonces es, cuando veo en la oscuridad la luz rojiza de sus ojos. Brillando intensamente como el fuego del averno.

Retrocedo un paso, en una acción instintiva.

Veo los ojos entrecerrándose. Juraría que está sonriendo, pero eso no puedo saberlo.

<<Lamento tanta descortesía por mi parte. Ha llegado la hora de que me muestre ante ti y me presente como es debido>>.

Tras decir eso, oigo sus pasos acercándose a mí. El brillo rojizo de sus ojos en la oscuridad desaparece; y pronto, puedo distinguir poco a poco una figura humana acercándose a mí.

Observo sus rasgos cuando por fin puedo distinguirlos.

Es un hombre apuesto, alto, delgado y ancho de hombros. Viste con ropa negra, excepto por una gabardina rojo oscuro que lleva por encima. Su cabello es castaño, largo hasta casi llegarle a los hombros, y sus ojos son de un color verde claro, pálido pero atrayente al mismo tiempo. A sus espaldas, lleva enfundadas dos espadas cruzadas, con las correas de ambas cruzándose en su pecho.

Percibo con claridad la enorme aura de poder que emana de él. Siento el poder de sus tinieblas en cada fibra de mi piel, igual que en nuestro primer encuentro.

Formula una sonrisa de vampiro, tan breve que apenas dura un segundo, y luego realiza una inclinación cortés a modo de saludo, sin dejar de mirarme apuntándome con esos ojos verdes, de brillo fascinante y peligroso a la vez.

—Es todo un honor, y un placer, señorita —dice con una voz suave y masculina—. ¿Os resulto más tratable de esta forma? —pregunta casi cortésmente, refiriéndose a su presentación en forma humana.

Como estoy temblando tengo que tragar saliva para aclararme la garganta antes de hablar, sin que me tiemble la voz.

—Sí, resulta un poco más cómodo —respondo, frunciendo un poco el entrecejo, con desconfianza. Y añado, poniendo sumo cuidado en las palabras que utilizo—: Pero aun así, eso no cambia la situación.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora