Capítulo 59: La Caída de Luzbel

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Atlas me muestra el lugar que le he pedido en la actualidad, aquel que he extraído de los pocos recuerdos del pasado de Aurora. Sé que estoy en una pequeña isla de Indonesia y por la diferencia horaria aquí son las primeras horas de la tarde.

Avanzo por la selva siguiendo la pulsación de mi alma que se extiende hasta una luz oculta en esta isla, la luz radiante de un ángel.

De pronto, después de todo el tramo de calor húmedo y selvático, la temperatura desciende muchísimo. A medida que avanzo hace más frío, veo plantas cubiertas de escarcha, lo que es totalmente extraño. Camino más rápido, separo algunos arbustos y lianas y me encuentro con un claro.

Todo está cubierto de nieve y escarcha, hay un lago, pero está congelado, incluidas las flores de loto. El paisaje verde de la selva se ha transformado en blanco. Y cerca de la orilla del lago, hay un ángel de rodillas. Está de espaldas a mí, encogida, y se envuelve con sus alas, como queriendo protegerse de un peligro invisible.

—Hoy en día, ya nadie cree en los ángeles, —narra la voz clara de Luzbel—, pero la gente sí cree en los demonios, y no es de extrañar, el mal está en todas partes y aunque sea más útil encender una vela en lugar de maldecir a la oscuridad, es fácil que una luz se apague y te pierdas en las tinieblas.

>>Hace mucho tiempo yo me sentí así, perdida en las tinieblas. Una y otra vez intenté encender una vela para que Dios me escuchase, canté para que los serafines me oyeran... pero el único que me escuchó y acudió a mi llamada fue el Diablo.

Camino y me planto justo detrás de ella, esperando una buena explicación.

—Luzbel ¿de qué estás hablando? ¿Qué ha pasado aquí?

La querubín se gira y aparta sus alas. Tiene las mejillas surcadas de lágrimas secas, los párpados hinchados, las escleróticas y la nariz enrojecidas.

—Sabía que vendrías —Carraspea para aclararse la garganta. Mira a su alrededor, desolada—. Lo siento, desde que Selenia me arrebató parte de mis dones angélicos a veces la naturaleza sufre según mi estado de ánimo y no puedo repararlo. Por eso tuve que aprender a esconder mis emociones.

Abro la boca y arrugo el entrecejo. ¿Selenia? ¿Estamos hablando de la misma Selenia?

—¿Por qué Selenia te arrebató algo así? Eres un ángel, tu deber...

—Hace mucho que dejé de merecer ser un ángel. Por eso me lo quitó. Es parte de mi castigo.

—¿Fue porque tuviste hijos con Lucifer?

Ensancha los ojos, sus alas inmateriales tiemblan. Fija la vista en el lago congelado.

—Respóndeme. Ya sé quién fui en la primera de mis vidas, pero aún me faltan muchas respuestas.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora