Epílogo: Renacer

399 25 100
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


 La luz de la tarde se derramaba sobre las copas de los árboles, la hierba y los monumentos de la Villa Ada. La temperatura en Roma aquel día de finales de primavera era cálida y agradable, y muchos habían aprovechado el fin de semana para ir al parque a correr, a pasear o para ir de picnic.

Un grupo de niños jugaba mientras sus padres desde lejos los observaban o charlaban entre ellos sentados en el césped. Los niños propusieron jugar al escondite, una vez que uno de ellos empezó a contar, los demás corrieron disparados en todas direcciones, buscando un posible lugar donde esconderse detrás de árboles o arbustos, pero mientras una niña buscaba el suyo, se detuvo al ver a alguien que captó su atención.

Era un niño desconocido, estaba agachado sobre la hierba, contemplando unas flores azules. La niña se acercó a él, al principio no habría sabido decir por qué le había llamado la atención aquel muchacho, pero en cuanto estuvo a su lado, pudo detectar lo que era.

—¡Hola! Me llamo Lucia. ¿Estás solo? ¿Quieres jugar con nosotros?

El niño negó con la cabeza y se puso un dedo en los labios para indicarle silencio. Ella hizo un mohín y fue a contestarle, gruñona, pero entonces vio que había una mariposa blanca posada en las flores. Se cercó más, con cuidado y se agachó junto al niño.

—Qué bonita —y en el mismo momento en el que lo susurró, la mariposa salió volando, libre y serena. El niño sonrió.

La niña debía de tener unos siete años, tenía el pelo corto y negro, un poco rebelde, vestía pantalones cortos y una sudadera con dos alas tejidas en la espalda; entre sus brazos llevaba un peluche de un gatito negro con una telas azules cosidas de aletas de tiburón y con unos dientes afilados pintados con tiza en la boca, era un peluche curioso, pero se fijó sobre todo en un colgante que llevaba la niña, del que colgaba un fragmento de un cristal trasparente. Por algún motivo le era familiar.

—¿Eres un ángel? —preguntó Lucia con naturalidad.

Aquello le tomó por sorpresa. Se suponía que aquello era imposible de averiguar para los humanos. Él era de los más jóvenes, aparentaba exactamente la misma edad que tenía la chica, aunque tenía unos pocos años más. Pertenecía a la nueva generación de ángeles nacidos tras las últimas luchas, en la cual ya no serían entrenados para la guerra, sino para un futuro en el cual su único deber sería el mismo de antaño, preservar la naturaleza y cuidar de otros.

La niña le sonrió, su sonrisa era genuina aunque en sus ojos de oro viejo había cierto matiz travieso. Él se quedó sin aliento por un instante. Sus ojos... había algo en ellos, algo que su corazón reconocía aunque su mente no lo hiciera.

—Sí, ¿cómo lo has sabido?

Lucia amplió su sonrisa, se puso de pie de un salto y movió el cuerpo hacia un lado y el otro, manteniendo los pies quietos.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora