Capítulo 12: La trampa de los espejos

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Despierto pesadamente, parpadeando un par de veces. Miro a mi alrededor, confusa y cansada. ¿Qué ha pasado?

De repente me viene una imagen tras de otra a la cabeza y lo recuerdo todo de golpe.

—¡Angelo! —grito incorporándome con rapidez; pero caigo de nuevo en la cama, invadida por un profundo sopor, como si mi cuerpo estuviera hecho de plomo.

Angelo se ha ido, se ha ido y me he... ¿quedado dormida? Sí, pero no ha sido por mí, ha sido él, ha utilizado su influencia de poder para dormirme e irse de aquí sin que pudiera hacer nada para detenerle.

Me levanto a duras penas de la cama. Me pongo de pie, y cuando apenas he dado un par de pasos, tropiezo conmigo misma y me caigo al suelo.

¡Mierda, mierda, mierda! ¡Malditos demonios!

Tengo que encontrar a Angelo, tengo que hacer algo, ir tras él y detenerle, aunque sé que no servirá de nada porque no sé dónde podré encontrarlo ni cómo podré pararle los pies... si es que puedo hacer algo ya a estas alturas. No sé cuánto tiempo llevo dormida, si han sido minutos, horas o días, por eso quizás ya... no, eso no puedo saberlo y no puedo quedarme aquí durmiendo tranquilamente como si no pasara nada.

Vuelvo a levantarme. Logro alcanzar la puerta y salgo de la habitación. Descubro que la casa entera está a oscuras, por lo que debe ser aún de noche. Avanzo hacia la salida, apoyándome en la pared al caminar porque todavía estoy débil, giro el picaporte para salir sin conseguir abrir la puerta, vuelvo a intentar abrirla y la zarandeo furiosa.

—¡¡Joder!! —exclamo al descubrir que está cerrada con llave. Busco la llave pero me rindo al poco rato, sabiendo que seguramente Angelo se habrá encargado por toda manera posible que no pueda largarme de aquí. Aun así tengo que encontrar una manera de salir.

Vale, me ha dicho que no salga de aquí pase lo que pase, mas, ahora mismo quien me preocupa es él más que yo misma.

Registro los rincones de la casa, cada cajón, cada mueble, buscando algo con lo que pueda abrir la puerta. No encuentro nada. Decido hacerlo a lo bruto lanzándome con todas mis fuerzas contra la puerta, y dándole unas cuentas patadas, pero lo único que consigo es machacarme. Leches, ¿de qué está hecha esta madera? ¿Tiene una plancha de titanio dentro o algo así?

Termino por darme por vencida, desesperada y hundida me dejo caer al suelo, con la espalda pegada a la puerta. Apoyo los codos en mis rodillas y entierro mi rostro entre mis manos, a la vez que mis cabellos resbalan por mis hombros, escondiendo aún más mi rostro.

Angelo va a enfrentarse a su hermano. Daemon podría matarle. Y entonces me quedaré sola, Los Vigilantes me buscarán y me encontrarán. No puedo permitirlo, no pienso dejar que ese idiota muera.

Pero... ¿cómo voy a evitarlo?

Es un séptimo piso, no puedo saltar por la ventana, sería un suicidio, y este edificio no tiene escaleras de incendio. No hay teléfono ni tengo móvil, así que no puedo avisar a nadie. Podría gritar, pero son las tantas de la madrugada y los vecinos estarán durmiendo, si alguno me oye seguramente se limitará a echarme la bronca.

Ojalá pudiera ser un ángel o un demonio. Entonces podría transustanciarme y atravesar esta puerta, saltar por la ventana sin que la caída me matase, ir a buscar a Angelo a toda velocidad y podría luchar a su lado, contra Daemon, y defender a mi aliado como él me ha defendido a mí.

Pero solo soy una patética humana y no hay nada que pueda hacer contra un demonio. Quizás si tuviera una espada angélica... ¡bah! ¡Qué digo! ¡Aunque tuviera una espada seguiría estando en desigualdad de condiciones! Nunca podría derrotar a alguien con millones de años de experiencia y que es capaz de moverse a la velocidad de la luz.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora