Capítulo 10: Recuérdame

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-¿Me vas a decir ya adónde vamos? -pregunto con una mezcla de curiosidad y desconfianza amigable.

-No seas tan impaciente, ya te he dicho que es una sorpresa -responde de buen humor, avanzando delate de mí, a un ritmo al que me cuesta seguirle.

-¡Ey! Frena un poco, ¿quieres? Mi resistencia tiene un límite. ¿Podrías al menos decirme por dónde queda ese sitio o cuánto tardaremos en llegar?

Angelo me mira por el rabillo del ojo, sin detenerse.

-A tu ritmo calculo que una hora.

Hago un gesto de negación con la mano.

-Paso. Tu apartamento está en la otra punta de la ciudad. No pienso estar toda la noche de juerga después de la caminata que nos hemos pegado hoy

Entonces Angelo se para y yo me detengo también, dudosa ante su expresión pensativa.

-¿Qué pasa?

-Tienes razón. Nos llevaría mucho tiempo ir y volver andando a tu paso de tortuga.

-¡¿Me estás llamando lenta?! -gruño.

-En comparación con la velocidad a la que puedo ir yo, sí, es como comparar a un guepardo con una tortuguita -dice con tono de chulito.

Refunfuño sin dejarme llevar por las ganas que tengo de decirle un par de cosillas. Nah, no pienso mostrarle que sus estúpidos comentarios pueden molestarme de alguna manera.

-¿Y qué propones que hagamos, genio? ¿Coger un taxi, por ejemplo?

El Audi R8 de mi padre se lo llevó Hanbi en Valencia, de vuelta a Madrid, después de que Angelo y él intercambiaran información sobre sus investigaciones.

El demonio se queda pensativo un rato, después sonríe de forma socarrona.

-Se me ocurre algo mejor... -responde dejándome con una escalofriante idea de lo que pueda significar su sonrisa.

Emprende la marcha. Avanzamos por un par de calles, buscando algo con la mirada, hasta que parece encontrarlo.

-Aquí está.

Le veo acercándose a una moto de color negra y diseño moderno, una Ducati. Monta en ella, se sube la cremallera de la chaqueta de cuero, y me lanza un casco que había en el maletero del asiento.

-Póntelo y sube -me ordena.

Me coloco el casco y subo a la moto, detrás de él.

-Vaya, no sabía que tenías una moto, Angelo -murmuro genuinamente sorprendida.

Tengo que admitir que la moto mola un montón, aunque no sé mucho de estos temas.

Angelo arranca.

-No es mía -confiesa con un aire pasota con un punto picarón. Yo me vuelvo hacia él con la esperanza de no haber oído bien-. De hecho, no tengo ni la menor idea de quién puede ser.

-¡¡¿Qué?!! -exclamo indispuesta-. ¡¿Cómo que no es tuya?! ¡¿La estás robando?!

-No; solo la tomo prestada, después la devolveré a su sitio.

-¡Y una mierda! ¡Que sepas que no pienso... aahh! -él acelera y no me da tiempo a seguir reprochándole. Tengo que abrazarme a él para no caerme.

-¡¡Angelo, te digo que pares!! -le grito. Él acoge mi orden con una carcajada- ¡No tiene gracia! ¡Para de una vez!

-¿Qué te pasa, Cat? ¿Nunca has cometido una locura? -pregunta con guasa-. Ah, lo olvidaba, que tú eres una niña buena.

-¡¡Cállate!! ¡Detente y da la vuelta! ¿Qué pasará cuando el dueño del vehículo descubra que su moto no está?

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora