Capítulo 47: Una luz que se apaga

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—Se pondrá bien, solo necesita dormir un poco más y comer bien cuando se despierte —me dice mi madre. Está al lado de la cama de Dari, sentada en una silla, con una mano agarra la mano de mi hermano y con la otra le acaricia la cabeza, aliviándole con su poder angélico. Yo estoy a su lado, caminando de un lado a otro de la habitación, hecha un saco de nervios, con los brazos cruzados y asintiendo con cada cosa que dice—. Tú también deberías descansar un poco, cariño. Vamos, ve al bungaló de al lado, coge algo de comida y date una ducha caliente.

—¿Y si le pasa algo a Dari mientras no estoy? ¿Y si se despierta y no estoy con él?

—Estoy yo con él —murmura dedicándome una sonrisa conciliadora.

—¿Y Seth? ¿Por qué no puedo ir a verle?

—Rafael está realizando un ritual de curación angélica; es bastante complicado y requiere de mucho silencio, tiempo y energías. Además, Sariel ni si quiera está consciente. Podrás verle más tarde, cuando esté despierto y recuperado de...

—¿Recuperado de qué, mamá? ¡Lo que tiene no tiene cura!

Mi madre me coge la mano. Hay un reflejo de tristeza y comprensión en sus ojos verdes. Su empatía es lo último que necesito para sentirme mejor.

—No pierdas la esperanza. Quizás todavía no haya llegado su hora.

No respondo. Me quedo atenta, escuchando a mi padre y a Angelo, que están hablando en la habitación de al lado del inmenso bungaló donde nos encontramos. Conversan en demoníaco, pero capto alguna cosilla. Angelo debe estar contándole a mi padre todo lo que ha pasado y hemos averiguado en el Otro Mundo.

—¿Dónde estamos, mamá?

Lo único que recuerdo después de que Selenia se fuera a detener el enfrentamiento entre Seth y Belcebú, es que poco después una luz nos envolvió y aparecimos Angelo, Dari, Selenia, Seth y yo en una playa desconocida en mitad de la noche. Me quedé alterada al ver el estado en el que estaba Seth y por eso tampoco recuerdo muy bien qué pasó después. Solo que varios ángeles y demonios llegaron hasta nosotros, entre los que estaban mis padres. Un grupo se llevó a Seth y a Selenia, y mi padre cogió a Dari en brazos y los demás nos fuimos por otro lado. Desde entonces han pasado ya varias horas, ya es de día y estoy agotada mental y físicamente.

—En una isla privada de Seychelles —me explica ella. ¡Vaya! Pensaba que estábamos de nuevo en Marruecos, qué rabia, quería ver cómo está mi gato gruñón, recuperar el colgante de Elise (me lo dejé en un cajón de la mesilla) y mis fotos, y también cantarle las cuarentas a Azrael por un par de cosillas.

—No sabía que papá tenía una isla privada.

—No es suya, es de Miguel.

Me extraña porque los ángeles no son muy dados a tener propiedades, al contrario que los demonios, por eso de que desprecian las posesiones materiales. Pero puede que haya ángeles que compren territorios para protegerlos como parajes naturales y que los humanos no se acerquen a ellos, o algo así.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora