Capítulo 45: El Bien contra el Mal

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Parte 1 – Sariel y Belcebú


Belcebú lanzó a Sariel a campo abierto, con un golpe y un impulso tan fuerte que dejó al arcángel sin respiración durante un momento. Cayó a varios metros rodando por el suelo, pero se incorporó de un salto e interpuso su espada justo cuando el demonio atacaba con la suya, e interpuso también la otra espada en el siguiente ataque. Las armas chocaron, produciendo una intensa vibración de dos fuerzas opuestas en el ambiente, y de seguida, se enzarzaron en una veloz y violenta lucha. Las espadas de luz y oscuridad chocaron una y otra vez, con sus portadores lanzando ataques de esquiva, defensa, giros, saltos, estocadas y fintas descomunales.

Nubes negras se acumularon sobre sus cabezas. El cielo rugió con potentes truenos. Sariel advirtió que aquello era su enemigo usando su poder sobre la naturaleza. Mientras luchaban, en cuanto se acumuló suficiente electricidad entre las nubes, Belcebú atacó también con el elemento. Sariel esquivó un rayo al mismo tiempo que una estocada de su contrincante. Otro rayo cayó seguidamente del cielo, Sariel usó su poder para desviarlo, con un alarido de dolor, provocado por la cantidad de tiempo que llevaba sin usar una habilidad tan grandiosa, que le cansaba tanto. Pero Belcebú no le dejó descansar, con un rugido, hizo caer otro rayo, Sariel alzó una de sus espadas, creando una barrera invisible en torno a sí al instante, la electricidad rebotó y las chispas prendieron la hierba de una parte del campo. El arcángel no tuvo tiempo de preocuparse por el incendio provocado a sus espaldas, que se aceleró y extendió rápidamente por la influencia del poder del demonio, porque éste volvió a atacarle con sus armas. Sariel usó el poder de la luz para cegarle, Belcebú gruñó y se apartó de él.

Ambos se miraron a unos metros uno del otro, en silencio durante unos segundos, mientras se recuperaban del esfuerzo y las heridas. Belcebú respiraba entrecortadamente, tenía los ojos llorosos y enrojecidos, pero sonreía con una mueca feroz. A Sariel también le costaba respirar, notaba el corazón bombeándole frenéticamente contra las costillas, estaba empapado de sudor, temblaba y sentía los músculos ardiendo bajo la piel. La temperatura ascendió considerablemente mientras las llamas que los rodeaban se extendían por el campo, consumiendo la hierba, las flores, matorrales y árboles. El aire olía a dióxido de carbono, a ceniza y azufre. Sentía que estaba en el mismísimo infierno. Hacía tiempo que no experimentaba una angustia tan horrible.

—Aahh, ¡cómo me invade la nostalgia! Contempla esto, es maravilloso —dijo Belcebú con una oscura carcajada. Sus ojos verdes veteados de rojo brillante refulgieron entre las sombras—. ¿No te recuerda a nuestros antiguos enfrentamientos, viejo enemigo? ¡Oh, cuánto echaba de menos sentir esta gloria en el combate! ¿Tú no?

Sariel no respondió a su provocación. Apretó los dientes y le taladró con una mirada repleta de gélida luz angélica. Concentró mentalmente su influencia en el cielo, localizando los cúmulos de agua en las nubes negras. Su intención era hacer caer una lluvia torrencial para apagar o apaciguar el fuego, pero le estaba costando mucho. Se sentía demasiado débil, a punto de desfallecer, y tuvo que esforzarse por no exteriorizar esa debilidad ante su adversario.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora