Capítulo 13: Prisionera

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Todo está oscuro. No puedo ver absolutamente nada. Nada.

Siento que una opresión me invade. Tengo mucho frío y me duelen todos los huesos y músculos del cuerpo. No sé qué me pasa, estoy asustada.

¿Mamá? ¿Papá? ¿Angelo? ¿Hay alguien ahí? Quien sea. ¡Por favor!

Intento gritar pero no me salen las palabras. Me noto la garganta muy seca y los labios agrietados. El ambiente tiene un olor extraño y una temperatura ardiente, tan cargada que me hace daño al respirar.

Consigo abrir los ojos, y al hacerlo me duelen los párpados, tanto que tengo que volver a cerrarlos, y repetir el acto una vez más, esta vez más lentamente.

Lo primero que veo es el techo; de un color grisáceo y apagado. Giro la cabeza a un lado y distingo unas paredes, también grises. Me levanto un poco del suelo, sintiendo que las muñecas y los tobillos me pesan más de lo normal.

Descubro entonces que tengo las muñecas esposadas, con unas cadenas que se unen a la pared. Levanto la mirada hacia mis pies, y compruebo que en efecto, mis tobillos también están esposados y encadenados.

Me entra el pánico. ¿Dónde estoy? Miro a mi alrededor y solo veo una habitación oscura, apagada, sucia y grisácea. No hay ningún mueble, ningún tipo de decoración; ni si quiera está iluminada. Lo único que la decora es el polvo y la humedad espesa que cubren el ambiente.

Recuerdo todo lo que ha pasado. Y las imágenes me atraviesan como miles de flechazos incesantes.

Se me corta la respiración en cuanto con una de esas escenas se me viene un aterrador pensamiento a la mente.

Él no llego a... pero después podría haber...

Compruebo que llevo toda la ropa puesta. Tengo solo la chaqueta rasgada por la parte del hombro, parte de la camiseta rota también más o menos por esa misma zona, y me falta el botón de los vaqueros. Eso me lo hizo Daemon cuando intentó... no quiero pensar en ello.

No noto nada extraño en mi cuerpo, ninguna clase de dolor entre las piernas. No parece que después de dejarme inconsciente lo hubiera intentado de nuevo. Dejo escapar un suspiro de inmenso alivio.

Me palpo el cuello notando el leve ardor de dolor que han dejado las marcas de los mordiscos y chupetones de Daemon en mi cuello, junto con el pequeño corte que me hizo Iris en el otro lateral, luego rodeo mi cuello con mi mano hasta mi nuca y enseguida tengo que retirar la mano por el dolor que me produjo el golpe que me dieron para dejarme inconsciente y llevarme... ¿adónde? ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

Las cadenas me pesan, y tampoco creo que me permitan mucha movilidad, pero al menos sí levantarme y andar aunque fuera dos o tres pasos.

Me levanto para ponerme de pie, pero en cuento planto el pie derecho en el suelo descargando parte de mi peso corporal para poder caminar, un agudo dolor me atraviesa el tobillo y tengo que caer de nuevo, apoyando mis manos sobre la pared.

Mascullo maldiciones al recordar que Daemon me había machacado también el tobillo. Sólo espero que tan solo sea una leve lesión o un esguince y que no esté roto porque entonces sí que estoy en graves apuros.

Llevo mi mirada a mis pies. Con algo de torpeza (por culpa de las cadenas) me remango un poco el vaquero para visualizar mi tobillo, y veo bajo el grillete que lo tengo hinchado y morado.

Para colmo, los grilletes que me aprietan hacen que cada movimiento sea una tortura para mi herida. Y las esposas de las manos tampoco es que ayuden a mis muñecas y brazos, en las que también se han formado algunos moratones por causa del mismo hijo de puta que me apresó para intentar violarme.

Dos velas para el diablo 2: Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora