0,13

1.9K 203 131
                                    

¿Huir? Razón no hubo.

Dentro de su corazón en el fondo, había fervor.

Me deslicé en la alfombra blanquecina de la habitación, apretando mi estómago al sentir cómo este parecía enfriarse. Era extraño, absolutamente todo. La temperatura en mi cuerpo subía y bajaba sin razón alguna, dejándome tiritando en el suelo, pero al tiempo provocando un extremo escalofrío que me recorrió de pies a cabeza.

De algún modo, todo eso, enviaba señales, pese a no sentir dolor.

Y ni siquiera sabía cómo había llegado al suelo. ¿Un par de pitufos me alzaron mientras dormía y me preparaban para usarme como sacrificio para regresar a su mundo?

Rodé los ojos internamente. ¿Pitufos? ¿En serio, Ayla?

No dudé en golpearme mentalmente, observando mí alrededor.

Intenté mover mis dedos, pero pronto descubrí que éstos apenas respondían, como si cada uno de mis nervios se hubiese dispuesto a no funcionar.

— ¿Qué me está...pasando?—bramé en voz baja, intentando que mi mano lograse abrirse y cerrarse.

Nada.

A duras penas lograba que se mantuviese abierta.

Las preguntas surgieron entre el lívido sueño que me había acompañado: ¿Acaso no habían usado gemas? Estas siempre actuaban inmediatamente, sin que si quiera me diese cuenta. ¿Por qué seguía tan vulnerable mi cuerpo? La herida seguía ahí. Estaba curando, sí. Pero no había cicatrizado como las demás. Lo que me hizo, enseguida, además de ponerme en pie, cuestionarme cómo era posible que la madre de Derian hubiese visto las cicatrices.

Solo yo podía verlas y ella...

Dispuse que esa fuera una cuestión que libraría de mi mente después.

Primero, debía levantarme.

Coloqué uno de mis codos sobre la alfombra, finalmente disponiendo de mayor movilidad, empujándome hacia arriba. Pero no pude. Intenté lo mismo con mis rodillas, pero el hormigueo me impidió moverlas. Cada parte de mí no deseaba responder, así que estaba ahí, acostada en la alfombra que olía bien.

Frutas tropicales...

Mi espalda permanecía mojada, al igual que mi frente y manos, resultado de aquellos pensamientos que no me permitían descansar. Sabía que, lo que me habían dado solo me permitió dormir por un tiempo. No obstante, eso ya no hacía efecto y ya no podía conciliar el sueño.

Los monstruos me acechaban.

Bufé observando el techo de la habitación; la madera que cubría toda esta, aparentemente lejana, entre algunas lámparas que parecían nubes, atrapadas del cielo solo para poder observarlas si te permitías a observar el techo.

No sabía dónde estaba. Ni cómo Derian me había encontrado, mucho menos cómo fue que me llevó a donde sea que estuviera.

Divisé mí alrededor, desde el punto en el que estaba; todo parecía permanecer en una continua y cálida armonía, junto a una distinguida energía...diferente en el ambiente, logrando que te sintieses anormal dentro del propio espacio. Eso más que nada lo noté, no solo mirando al techo, sino en cuanto me había despertado. Hasta el aire era diverso.

Revisar la habitación—como pude—, no ayudó absolutamente en nada. Cuando ellos me habían visitado no había perdido el tiempo; busqué un arma o algo que pudiese usar, pero no encontré nada a mi alcance o si quiera a primera vista. Y ellos no estaban armados. El tenedor que había usado, ya no estaba, la madre de Derian, Eila, se lo llevó todo.

REFLEX [✔#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora