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Quizá el sol no te vio, pero la luna sí lo hizo y te besó hasta el cansancio

Pasaron días en tanto el invierno se acercaba, las noches se hicieron más largas, los fríos aires de las montañas fueron llegando. No puedo negar que permanecer en el hogar de aquellos reflejos era agradable, acogedor en cierto punto—algo que nunca antes pude decir—; cada mañana Derian o Izye me despertaban para entrenar y no perder el ritmo, aprendíamos mutuamente. Las caminatas en el día junto a Eila siempre estaban llenas de sus argumentos y diversas formas de seguir con conversaciones, cuando comíamos juntos podía ver la diversión que saltaba en cada uno—eliminando de la lista a Diuk ya que, era bastante serio—. Y las noches... con el niño reflejo eran mágicas.

Tras haber pasado aquella madrugada junto a él en la cocina, nos propusimos a seguir haciéndolo, sin si quiera darnos cuenta nos encontrábamos y hacíamos tartas, cremas, y mucha más comida de la que podíamos comer. Sin embargo, él no volvió a mostrar sus maravillosas habilidades, ni siquiera al entrenar intentó que sintiese. Nada. Lo veía en la mañana unos minutos para correr, aunque a veces era Izye la que me acompañaba y el resto del día, él desaparecía. No supe a dónde iba. Sus sonrisas se fueron apagando y pasó más tiempo escondido que a la vista.

Por mi parte, me recuperaba lentamente. Para cuando intenté preguntar la razón por la que mi cuerpo no sanaba del modo en el que lo había hecho antes con las gemas, recibí solo un bocado de pastel de chocolate, callándome.

Derian no me quiso revelar absolutamente nada acerca de su familia, de la amenaza, de mi herida o si quiera algo sobre sus poderes. Se encerró a sí mismo entre secretos sin que yo supiese el por qué.

Y fue entonces que sentada observando el amanecer, me di cuenta que sí bien él no me había dicho nada, yo tampoco le había preguntado algo conciso. Más allá de nuestra conversación, sobre aceptar su propuesta de sentir, de unirme a su familia, nuestras charlas no fueron más allá de temas personales, nada sobre nuestro pasado o algún suceso, sino sobre sueños, deseos, gustos y pensamientos.

—Las estrellas están ahí por una razón—dijo una noche, acostado en la hierba frente al lago mientras yo devoraba un par de uvas, atenta a sus palabras—, así mismo, tú estás aquí por una razón.

El aire se esfumó en ese instante y supe que aquella oscuridad que estaba sobre nosotros, se había convertido en el escenario favorito para que él soltase cosas como esas; dulces, picantes y feroces. Más de una vez, sí bien la sombría noche había acogido a las montañas, dejó que su propia luz colisionase con la noche, permitiendo que las estrellas encendieran nuestra velada y que sus palabras sonasen como un susurro del viento frío del pronunciado invierno.

Levantándome sin dudar un segundo, dejando que nuevamente la gota plateada en mi piel brillase—cosa que sucedió frecuentemente, sin que supiese el por qué—, me encaminé por la casa, a descubrir finalmente qué tanto había hecho Derian esas semanas.

—Niño reflejo...

Me detuve abruptamente frente a su puerta.

No podía entrar como si nada. Quizá estaba desnudo o estaba haciendo sus cosas. Sí estaba cerrada, era por algo y evadir su privacidad no era buena idea. Por lo que, dando repetidos golpes en la puerta blanca, esperé, y esperé, y seguí esperando.

Hasta que escuchando a través de la puerta, agachándome para ver debajo de ella y, abriéndola, me di cuenta que el reflejo no estaba en su habitación.

—Tal vez no está en casa—Me dije a mí misma, caminando por el pasillo con los pies descalzos, sintiendo la calidez de la calefacción.

No obstante, tuve la necesidad de detenerme.

REFLEX [✔#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora