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No hay salida. Solo se encuentra penumbra.

No ves solución, solo el fuego ardiendo en el interior.

Toda la tierra estaba respondiendo ante la invasión imprevista, tanto del ejército de Aník, como el de Dark. Porque eran dos bestias escurridizas que seguían azotando la naturaleza, frágil, en medio del caos. Las avecillas volaron por lo alto y buscaron refugio, como los animales y criaturas del bosque, que escaparon ante el sonido de guerra que se oía, enroscándose en medio de las rocas. El choque de las tinieblas, atrapándose entre sí, como telarañas, juzgando al más fuerte, golpeando al más oscuro, con tal de ganar.

El ejército de Dark no retrocedió, ni ante la inquietante respuesta de las poderosas tinieblas de Diuk que alzaron a toda una línea enemiga hasta que quedaron sin oxígeno, provocando que cayesen inertes sobre la hierba, chocando contra los murales de magia Driagna que impedían un camino libre hacia la Ciudad.

Eran demasiados. Eran bastardos. Y no dieron un solo paso hacia atrás.

Porque cada reunión con el pasar de los años, cada fiesta, encuentro y juego, había sido planeado para llegar a ese día, a ese momento en el que más de veinte niños reflejos—o Eila—, fuesen el cebo perfecto para atrapar a un ser oscuro, poderoso y letal: El miroir.

Los rumores y discusiones cobraron sentido, y así mismo, Dark elevó la barbilla con prepotencia sobre una pequeña colina a un extremo de la Ciudad, desde donde podían verse los dos ejércitos, enfrentándose. Posiblemente habían entrado en pelea mucho antes, cuando yo seguía en el intento de aprender a controlar lo que golpeaba mi interior, y al tiempo, buscando el lado débil de Cid. En ese instante, con Derian tumbado a unos metros, una enorme ave de fuego chocó una y otra vez contra muros, paredes y barreras, hasta que lo acepté y de ese modo comprendí que la mejor forma de superar algo como eso, esos sentimientos feroces, era aceptándolos.

De esa manera pude manejarlos, alejarlos y sacarlos a la luz cuando fue necesario. Porque supe que sí no hubiese controlado esa sobrenatural fuerza en mi interior, habría muerto, habría visto todo en rojo, sin poder precisar mis movimientos o siquiera pensar correctamente antes de atacar a Cid.

El idiota yacía oculto tras unas ramas, encadenado y amordazado, no con cadenas o sogas, sino eléctricos sentimientos que quemaban, rugían y estrujaban su cuerpo moribundo.

Derian rozó con su pulgar el dorso de mi mano y se enderezó, sin arrepentimiento alguno, sin palabras dulces o alegres que pudiesen decorar la escena que se desató frente a nosotros.

—Mis padres están cerca...—musitó, no muy convencido, como sí no supiera realmente dónde estaban.

Entonces le expliqué el plan, de principio a fin, en pocas palabras. Estábamos ocultos tras unas pronunciadas rocas blancas de pico alto, junto a árboles talados, sobre la ceniza de quién sabe qué o quién. Derian asintió, con la mirada en el horizonte, como sí supiese por inercia propia que justo detrás del ejército de Dark se encontraba una sorpresa y que su tío dirigía la línea frontal, ocupándose de distraer a nuestro enemigo.

—Entonces ellos se encargarán de Dark—asentí, terminando de confirmarle. Él dio un vistazo a sus espaldas, recorriendo con sus grisáceos ojos, cada vez más oscuros, el pequeño foso en el que se encontraban los niños reflejos. Las rocas rodeaban ese pedazo de tierra, con la forma de boca, de una bestia antigua con filosos colmillos sobresaliendo.

Derian no se mostró muy seguro de sus palabras, con las chispas envolviendo su cabello color noche.

El rumor lejano de los gritos, jadeos y gruñidos acompañó la suave ventisca que escapaba de las más dulces flores que rodeaban Ciudad Luna.

REFLEX [✔#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora