Cinco años después.
Bajé de la camioneta, detrás de mí bajó mi inseparable compañero Zed. Un gran perro blanco con manchas negras en su lomo y otras en sus ojos, también tenía algunas que otras de color café, aunque pequeñas. Sus orejas siempre apuntaban hacia arriba y su cola era larga, parecía una mezcla entre un gran danés y un pastor alemán. Camila lo había visto en un refugio y pensó que sería un buen regalo para mí. Así que lo adoptó y sin más lo llevó a casa una tarde, sorprendiéndome por completo. Tenía que decir que me había fascinado el regalo, desde entonces tres años habían pasado ya.
Caminé hacia la casa con una sonrisa en la cara, siendo seguida por mi perro. Abrí la puerta y dejé que mi peludo amigo entrara primero. Entré cerrando la puerta suavemente y caminé hacia la cocina. Cada vez que me acercaba escuchaba voces en una conversación bastante alegre.
–Oh...hola, Alejandro–saludé a mi suegro con un gran abrazo.
–Hola, hija. ¿Qué tal todo?–preguntó con una sonrisa al separarse.
–Bueno, todo marcha muy bien–contesté sonriendo también–De hecho acabo de cerrar un trato, he vendido dos ejemplares y me darán buen dinero por ellos–comenté feliz.
Luego me acerqué a la hermosa latina que estaba al otro extremo de la mesa.
–Hola, Camz–la saludé con un beso.
–Hola cariño–se abrazó a mí, inmediatamente la envolví con mis brazos.
Después de terminar la universidad decidí abrir un pequeño vivero, para así poder aprovechar mis habilidades en ese campo y el gran espacio de la propiedad. Sorpresivamente Normani se me unió apoyando la idea, siendo algo así como mi socia en este proyecto. Ella tenía una pequeña floristería en la ciudad, eso nos ayudó a atraer clientes ya que tenía algunos contactos. Sin darnos cuenta el negocio fue creciendo favorablemente entonces tuvimos que contratar a alguien para que nos ayudara con las labores diarias como el mantenimiento de las plantas y eso. Normani nos visitaba de vez en cuando para ver como iban las cosas en el vivero y para hacer algún tipo de encargo.
Pero ahora venía de ver a un hombre que quería comprar algunos potros. Camila había dicho que el lugar era muy grande y que debíamos aprovecharlo. Y pensé en convertirlo en lo que era, una granja. Compramos una yegua a petición de la castaña, yo quise comprar una vaca para sacarle provecho pero era Camila, no podía simplemente decirle que no. Tiempo después el tipo de la granja vecina nos propuso sacarle cría a nuestra yegua con su caballo y así fue como comenzó todo. Iniciamos ese otro proyecto donde no nos iba nada mal. Ahora tenía al menos unos 35 caballos, 20 de ellos prácticamente estaban vendidos.
Había descubierto que tenía una extraña facilidad de negociar a la hora de vender alguno de mis caballos. Se me hacía fácil hablar con el comprador y llegar a un acuerdo en donde ambos saliéramos satisfechos.
Nos estaba yendo muy bien después de todo.
–Dinah anda por ahí, acosando a los gemelos–me dijo Camila intentando contener su risa.
–Pobres chicos, cada vez que viene es siempre lo mismo–negó con la cabeza Alejandro, aún así riendo.
–Bueno con que no los distraiga de sus tareas–me encogí de hombros divertida.
Tiempo atrás contratamos a unos chicos para que se encargaran de las caballerizas. Ellos eran apuestos y supongo que Dinah no pudo resistirse, siempre inventaba alguna excusa para pasarse por aquí y así poder verlos. Sin embargo los chicos no estaban interesados en la rubia pero eso no hizo que dejara de intentarlo.
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