.Capitolo Cinque.

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Giulietta se dejó caer por las paredes internas del instituto y suspiró. No es que extrañara Viena, pero definitivamente no quería comenzar de cero en otra escuela. No le importaba hacer amigos, su problema no era ese, su problema era que...ya tenía muchos. En su último cumpleaños, aparecieron mensajes en idiomas que ella no recordaba haber hablado pero que eran amigos de ella de hacía mucho tiempo...y ella, simplemente no los recordaba. Quería que un solo amigo o amiga la hiciera frenar un poco, dedicarse a otra cosa, dejar de dar vueltas por el mundo. Asentarse en algún lugar. Pulular alrededor del globo era una forma de que su padre pagara por ignorarla, y Giuli prefería el dinero antes que un padre que fingía interés...de una manera claramente desinteresa, pues no lo sentía realmente. Giulietta estaba cansada. El terapeuta al que la escuela había querido enviarla, y que su padre había pagado sin siquiera preguntar, la había hecho entender que su excesivo deseo de pasar materias con la mejor nota era porque, su yo de niña le decía que, si lo hacía, tendría figuras paternas que...que hubieran participado en su creación y no que fueran sus profesores; esa idea, al parecer, se acentuó cuando entregaron las notas de final de curso a los diez. Ella la había pasado suficientemente mal ese año sin tener que recordar ese momento en particular, pero, además, sus padres no sólo no se presentaron, sino que todas sus amigas recibieron regalos costosos y palmadas de felicitación en la cabeza. Pensó, ingenuamente, que las buenas notas tal vez atraerían a sus padres a cumplir su labor...de padres, básicamente. No fue así, por supuesto.

Si le hubieran preguntado, a los diez, quién era su padre, ella hubiera contestado su nonno materno. Pero, si fuera su madre, nombraría a su terapeuta, Lidia De la Vega, una española muy amable y tierna. Infinita cantidad de veces, Giulietta había ido a pasar la noche en su casa. Vivía en un departamento en Madrid con Leandro, su hijo. Giulietta tuvo su primer amor en él, prácticamente vivió con ella. Se pasó inconscientemente las manos por el collar de perlas y cerró los ojos, sólo un segundo, hasta que escuchó su nombre.
- ¿Señorita Bitalli? -preguntó el profesor de física. Salió del salón y miró hacia abajo para verla. Giuli se levantó con total elegancia y lo miró, sonriendo con educación. Una educación que la escuela había instituido, no su propia familia-terminé de corregir su examen. ¡Es impresionante! -Giulietta no podía evitar destacar en todo; incluso cuando trató de no hacerlo, lo hizo igual-contestó cosas que mis estudiantes, a su edad, no contestan-ella pegó más el bolso Chanel a su cuerpo, halagada por la catarata de adulaciones que siguió.
- ¿Esto significa que ya soy parte de la institución?
-Nos encantaría tenerla, señorita-la miró detrás de las gafas con vidrio exageradamente grueso y sonrió. Giulietta adoraba cuando la veían sin una connotación sexual escondida.
-Entonces, supongo que nos veremos este año-el profesor aceptó la mano que ella le tendió y sonrió.
-La pedí exclusivamente en mi salón-Giuli sonrió, agradecida.
-Me halaga. Gracias-el profesor asintió una vez, sacudió su mano y volvió a meterse en el salón.
Giuli salió de la institución. En todas las escuelas que había estado, en ninguna la habían hecho rendir exámenes un sábado. Pero no se quejaría. Estaba dentro y White Pacific jamás le había gustado tanto. Un chico de cabello negro largo hasta los hombros y ojos oscuros la miró.
-Disculpa-dijo en francés. Giuli enarcó una ceja. Sus ojos los recordaba, algo en ella se agitó al verlos, pero no lograba descifrar quién era.
-Te disculpo, ¿en qué puedo ayudarte?
- ¿Hablas italiano? -murmuró en un español recubierto por el acento francés.
-Giulietta Bitalli, mucho gusto-dijo, tendiéndole la mano.
-Jean Pierre...-Giuli se rio y lo cortó.
-Los dos nombres más básicos en francés. Déjame adivinar, tu apellido es Deveraux-él se ruborizó- ¿por qué el acento falso?
- ¿Cómo sabes que es falso? -dijo, aunque ya no lo empleaba.
-No dejes de usarlo ni aunque te hayan descubierto. Quedarías bastante torpe-sonrió-pasé dos años en Francia, tengo amigos franceses. Créeme, ese no es el mismo acento, además, es muy forzado.
-Lo siento. Con los Di Paolo y su acento italiano, se me ocurrió que era una buena idea-Giulietta decidió, en ese preciso momento, que el chico era un idiota.
-Qué triste-murmuró, alejándose. El chico la siguió.
- ¿Vas a estudiar aquí?
-Considero que es la única motivación para venir a la institución un sábado. Adiós-dijo, tomando la llave del auto que su padre había comprado, abriéndolo a distancia y metiéndose dentro-y deja de usar ese acento, es extraño-no lo dejó contestar y se alejó, solo unos metros, a punto para poner el GPS que la llevaría de nuevo a su...bueno, a esa sucesión de alfombras costosas, mármol, piedra, pasillos y cristal que formaba la casa donde vivía su familia; si es que así se consideraba.
Dejó el auto en la puerta, dado que siempre lo dejaba en algún lugar que pudiera llevársela lejos si se cansaba de ellos. Bajó el asiento para poder acostarse y se puso la mano sobre los ojos.
Su teléfono vibró dentro de su bolso. Era Jackson, un chico americano que contaba como su descargue cuando lo necesitaban.
- ¿Estás disponible? -decía el mensaje.
-Por supuesto, ¿dónde y cuándo? -terminó de teclear y envió. Él le envió una dirección y allí fue ella.
Estaba en un hotel, alejado del edificio de su familia, y estaba encantada con la arquitectura del lugar. Era un edificio antiguo con columnas y balcones barrocos. Conocía a los dueños, era el edificio Monteferrato, de los Mastroianni, eternos amigos de los Di Paolo. Giulietta sonrió ante la ironía.
-Hola-dijo, acercándose al mostrador de mármol. El tacón chocaba contra el suelo y sonrió hacia la recepcionista, ataviada en un hermoso traje ejecutivo en tono rojo oscuro.
- ¿Puedo ayudarla, señorita?
-Estoy buscando a Jackson Neville, ¿podría decirme en qué habitación está?
- ¿Podría decirme quién lo busca?
-Giulietta Bitalli-dijo, con cuidado, para que la mujer no pierda ni una sílaba. La recepcionista asintió.
-Está en la habitación 367, piso tres.
-Muchas gracias-se despidió y se acercó hacia el elevador. Jackson no tardó en abrir la puerta de la habitación.
- ¿Cómo estás?
-No vine para hablar-dijo, abriendo el tapado que cubría el encaje en su piel. Jackson la miró y ella sonrió- ¿vas a hacerme esperar o qué? -él sonrió y la metió dentro de la habitación.

Jaque Mate [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora