XI

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—Sería un total de ciento sesenta dólares —nos informa la joven detrás del mostrador.

Mi abuela le pasa su tarjeta de crédito y esperamos pacientemente mientras se tramita el cobro.

Ésta es la última parada que haremos, ya terminamos de hacer todas las compras. En mi mano traigo una bolsa en la que están las luces que adornarán el jardín donde se realizará la fiesta esta noche. Y por otro lado, mi abuela sostiene una bolsa repleta de globos listos para ser inflados.

En esta última tienda hemos venido a comprar el atuendo que Dulcie se pondrá esta noche. Por suerte ha sido rápido. Escogió un pantalón de vestir de color hueso y una camisa haciéndole juego. Ha hecho una buena elección.

Una vez que terminamos, salimos a la calle otra vez y comenzamos a caminar tranquilamente mientras vemos las demás vitrinas.

—...irás al parque de diversiones solo si en la cena te comes todo tu brócoli... —escucho que le dice una mujer a su hijo cuando pasan junto a mí.

Recuerdo esos días donde a mí también me obligaban a comer esa planta verde, la detestaba. Hoy en día no puedo decir lo mismo, mi paladar se ha acostumbrado y tolero el brócoli mucho mejor.

—¿O no? —pregunta de pronto mi abuela.

Me golpeo la frente mentalmente por haberme desconectado de la charla solo dos minutos, porque antes de escuchar a la mujer hablar con su hijo mi cabeza ya estaba dando vueltas y vueltas.

Dylan, Dylan y Dylan...

¡No estoy pensando en él!

Vamos Caitlin, tú no puedes engañarme, recuerda que somos una.

—¡Mira que hermoso! —exclama Dulcie de pronto, haciendo que mire enseguida en su dirección.

Mi atención entonces se ve acaparada por un precioso vestido azul cielo puesto en un maniquí. Adoro ese color, es mi preferido.

—Es bellísimo —susurro encandilada.

—Y tiene que ser tuyo —toma mi mano y me arrastra dentro de la tienda.

—Espera abuela, no traje dinero.

—¿Qué? Yo no he dicho que fueras tú a pagarlo, es un regalo para ti de mi parte. Te lo pondrás esta noche.

Le pide a la empleada aquel precioso vestido y una vez que lo tengo en mis manos corro al probador.

Jamás en mi vida encontré un vestido que me sentara tan bien como éste. Se siente tan cómodo y ligero que pareciera que no llevo nada encima.

—¿Ya puedo ver? —pregunta mi abuela desde afuera.

Finalmente, corro la cortina del probador y dejo que me examine con sus dulces ojos. Ella sonríe a más no poder.

—Estás preciosa, y tan grande... ya estas toda una mujer —murmura emocionada—. Ya cámbiate antes de que me largue a llorar como una tonta —se da la vuelta y me deja sola para que vuelva a vestirme.

Dulcie es alguien que no decae por cualquier cosa. Debió ser la vida quien le enseñó a duros golpes que debe ser fuerte. Sufrió la pérdida de uno de sus hijos, cuando el niño apenas tenía ocho años. La leucemia puede llegar a ser fatal. Desde entonces se ha dedicado a criar a sus otros tres hijos, entre ellos mi madre, con demasiado amor. Mi abuela aprendió que la vida puede ser demasiado cruel al quitarte a los que más amas en un abrir y cerrar de ojos. Por eso disfruta mucho a la familia, y tiene especial cariño por sus nietos.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora