LXI

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Varios siglos atrás en Atenas, Grecia.

Narra Argus:

Pasé mis dedos entre su cabello como a ella le gustaba que lo hiciera. Adoraba su cabellera rubia, tan suave y sedosa. Amaba pasar tiempo junto a ella, las veces que podíamos vernos entre semanas valían oro.

El prado al que solíamos venir para estar solos no quedaba tan cerca de la ciudad. Aquí no había riesgo de ser encontrados, porque antes de llegar a este bello lugar había al menos unos cuantos minutos de caminata por el bosque.

Amelie abrió los ojos y me pilló viéndola como un tonto. Ella estaba acostada sobre la hierba, con la cabeza apoyada sobre mis muslos. Era hermosa. Sus facciones habían sido esculpida por los dioses, al igual que su cuerpo, que unas cuantas veces me dejó admirarlo, acariciarlo y sentirlo.

—¿Me amas, Argus? —me preguntó, de pronto, con su voz cantarina.

Ni siquiera dudé al responderle:

—Demasiado.

Ella sonrió satisfecha, pero esa sonrisa duró muy poco, ya que fue remplazada por una mueca de preocupación.

—¿Qué ocurre? —interrogué, comenzando a preocuparme yo también.

—Mi padre descubrirá que escapé de mi casa —dijo, angustiada.

Amelie pertenecía a una familia de poder. Su padre era bueno con ella, pero demasiado estricto. Le tenía calculada toda su vida. Si yo estuviese en su lugar también me escaparía de ese infierno.

—Tranquila, él no sabe que estás aquí.

Ella se sentó frente a mí y se llevó una mano a la cabeza, cerrando un momento los ojos. Su ceño se fruncía levemente cuando estaba preocupada, incluso ese gesto en ella me parecía de lo más adorable. Era bellísima, a sus dieciséis años era una de las mujeres más lindas de toda Grecia. Mis ojos la consideraban una diosa. Y yo no era el único, había muchos hombres que habían intentado persuadir a su padre de estar con ella antes de si quiera tocarle un pelo, pero ninguno era suficiente para su pequeña. Ni siquiera yo lo era. Fui criado por campesinos, mi familia era muy humilde, así que ni se me pasó por la cabeza sentarme a charlar con su padre.

—Mi padre encontró un hombre para casarme —soltó de sopetón, mirando hacia un lado.

Mi mandíbula quedó colgando cuando oí eso. Aun así no sé que de me sorprendía, si a esto ya lo veíamos venir. Solo que... justo ahora me tomó desprevenido. No estaba listo para separarme de ella, los meses se pasaron demasiado rápidos. Once meses para ser exactos.

—Tú... él... —balbuceé, no sabía que decir, mi cabeza había quedado en blanco.

Sentía un horrible malestar en la boca de mi estómago. Esto no debía pasar justo ahora, estábamos en nuestro mejor momento.

Amelie pasó reiteradas veces las manos por su largo vestido de color azul. Había algo más.

—¿Hay algo más? —quise saber, inclinándome un poco hacia delante para tenerla más cerca.

Ella me miró unos segundos sin decir nada, como si estuviese pensando si contarme la otra parte o no. Al final, decidió contarme.

CAITLIN | LIBRO I ~ Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora